Capítulo 19

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Buen trabajo, Liz.

Como todo lo que has planeado últimamente.

Termino de ponerme el pijama que John me prestó de su hermana, tratando de cubrir mi pecho para que no se note la falta de sostén... Y de tanga. Sin el vestido de gala se siente algo incómoda.

—¿Lista? —golpea la puerta del baño.

—No... Si... ¡Ya voy!

Me levanto el cabello en un moño que me haga lucir adormilada y no cogida, antes de salir a enfrentar a los Graham en el comedor. John tiene razón, jamás saldría de aquí sin que se dieran cuenta.

—Solo finge que nada pasó. —se ríe detrás de la puerta—. Si luces culpable, sabrán que lo eres.

—En realidad... —abro la puerta, ofendida—. La culpa es tuya por seducirme, ¡Dos veces!

Una sonrisa divertida se estira en sus labios y sus ojos grises brillan divertidos. Que sonría tanto en los últimos días me calienta el corazón de una forma extraña. Y sé que puede distinguir mi figura frente a él porque levanta los brazos para sujetar mi cintura.

—¿Te gustaría gritarlo más fuerte, por favor? Me gustaría que Kyle lo supiera.

—Dios... ¿Todo es un juego para ti? —chillo—. ¿Lo único que te preocupa es que tu hermano idiota se entere?

—Si.

—¡Tu papá me va a meter a la cárcel cuando lo sepa! Y me gustaría que eso no ocurriera en algún futuro cercano.

—Deja de hacer drama y vamos a desayunar. No trates de evitarlo.

Antes de que pueda protestar, toma mi mano para llevarme hacia el pasillo y luego por las escaleras. Giramos a la izquierda para entrar en el comedor, llamando la atención de las tres personas ahí reunidas.

—Pero ¿qué...? —balbucea bajito Bertha.

Santa mierda. —exclama Kyle.

—¿Elizabeth? —Charles me mira y levanto la mano para saludar—. No sabía que estabas aquí, querida, pero siéntate. Acompáñanos en el desayuno.

Puedo sentir la mirada furiosa de la rubia y la incredulidad que emana el idiota sentado en la silla frente a mí.

—Lo siento, papá. —dice John después de sentarse—. Liz no trajo su auto y era algo tarde para tomar un taxi de vuelta a su departamento. Espero que no te importe que usara la habitación de Sofía.

Lo miro porque me sorprende lo natural que brota la mentira de sus labios. Yo habría tartamudeado antes de dar una explicación creíble para justificar mi presencia.

—¿En la habitación de Sofía? —el rubio sentado en frente arquea una ceja—. ¿Entre todos esos peluches de unicornio?

Abro la boca para decir algo, pero John niega levemente con la cabeza. Su mano se apoya en mi muslo y me da un breve apretón.

—Sabes que a Sofía no le gustan los muñecos de peluche. —le reclama a su hermano—. ¿Quieres dejar a Liz en paz?

—Si, claro. —se ríe Kyle—. Solo quería saber si descansó cómodamente en esa cama fría y llena de polvo.

John vuelve a apretar mi muslo y lo único que puedo hacer es mirar de uno al otro. ¿Qué está pasando? ¿Qué no estoy entendiendo?

—Gisselle. —el señor Charles carraspea—. Sirve el desayuno de Liz. Cariño, me alegra tanto que vinieras a la gala, espero que la hayas disfrutado.

Su hijo mayor suelta una risita de burla que no me pasa desapercibida.

—Si, señor Graham, muchas gracias por invitarme.

El plato es colocado frente a mí con un sonoro golpe, y casi puedo escuchar a Bertha gruñir mientras lanza espuma por la boca.

—Estoy casi seguro de que la pasaste muy bien, ¿No es así, John? —Kyle insiste hacia su hermano.

Dios mío, que no sea lo que estoy pensando. Por favor, que se ahogue con su desayuno.

—Kyle, basta. —lo regaña Charles—. Termina el desayuno así me ayudas a limpiar el cobertizo.

—¿Por qué yo? —se queja—. ¿Por qué no pones al ciego a ayudar?

Señala a su hermano y levanto la cabeza para lanzarle una mirada de odio. Despedida o no, voy a golpearlo delante de su padre si sigue siendo un imbécil con John.

—¡Kyle! ¡Suficiente! ¿Quieres comportarte de una maldita vez? No dejaré que hables así de tu hermano.

El rubio se levanta de su silla con rapidez, haciéndola caer al piso por el impulso. Se ajusta el suéter verde tejido y sale refunfuñando del comedor.

—Discúlpanos, Liz. Nos hemos vuelto como criaturas salvajes sin una presencia femenina.

El señor Charles intenta sonreír y a mí se me parte el corazón de imaginar que él también perdió al amor de su vida. Y su hija tampoco está cerca para consolarlo.

—No se preocupe, señor Graham. Comprendo el enojo de Kyle y no podría esperar menos de alguien con tanto dolor en su corazón.

Ahora soy yo quien apoya la mano en el muslo de John para apretarlo en un gesto reconfortante. Levanto la mano para apartarla, pero la sostiene con la suya.

—Desayunemos, cariño. Me aseguraré de que venga un taxi por ti para que puedas ir a casa.

—Gracias.

Disfruto el resto de mi desayuno sin la presencia de Kyle, aunque inquieta por lo que la rubia odiosa Bertha podría haber lanzado en mi plato. ¿Huevos revueltos con una pizca de insecticida? ¿Hot Cakes con mermelada y veneno para ratas?

El señor Charles toma otra taza de café y extiende el periódico de hoy frente a si para leer la sección deportiva.

—¿La ropa de Sofía te quedó bien? —susurra John a mi lado.

—Creo que sí, ¿Por qué?

—Para que vistas algo cómodo cuando te vayas, no quiero que vuelvas a ponerte ese vestido.

—¡John! —chillo bajito con los dientes apretados—. ¿Qué hay de malo con mi vestido?

—¿Tengo que decirlo? —dice y su mano sube para apretar mi seno.

—¡John! ¡Basta! —aparto su mano sintiendo el calor en mi rostro.

—¿Y qué hay de esto? —su mano se posa en mi cadera para meter los dedos en mi pantalón de pijama, acariciando la piel desnuda de mi trasero.

—¡No! —me levanto de un brinco—. Es decir, gracias por el desayuno Señor Graham.

Charles baja el periódico para mirarme y agradezco que no se haya dado cuenta de nuestra pequeña conversación.

—Será mejor que me vaya ahora.

Camino hasta la escalera con pasos rápidos y es entonces que escucho la gran carcajada divertida del chico de los ojos grises.

Luz y SombrasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora