Capítulo 4

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—No me toques —susurro.

Pero las puntas de sus dedos recorren mi rostro como si intentara memorizarlo. ¿Es así como ellos reconocen a alguien? ¿Puede saber cómo soy con solo tocarme?

—¿Haces esto con todos? —digo bajito y él sonríe—. Eres muy raro.

—No soy raro, tonta. Quiero saber si eres guapa.

—¿Para qué? ¿Si lo soy serás más amable?

—No, pero me quejaré menos de tu compañía.

Intento apartar sus manos de mi rostro, pero solo lo hago reír. ¡Vaya! El chico ríe de nuevo.

—¿Joven John? ¿Qué desea cenar? —La voz de la ama de llaves nos distrae desde el otro lado de la encimera y una mirada furiosa. ¿En qué momento entró en la cocina?

—No Gisselle, mi niñera hará la cena.

¿Yo?

—¿Qué? ¡No soy tu niñera! ¡Mucho menos tu cocinera!

—¿Entonces por qué trajiste las cosas dulces?

—¡Son galletas! Y quise ser amable, así que siéntate y come.

—Como tú digas, querida Liz.

Pongo algunas galletas en su plato y sirvo otras en el mío. Arrastro un banquillo hasta el otro lado de la encimera para sentarme, pero la extraña ama de llaves aún nos observa.

—Dime una cosa. ¿Cuántos años tienes? —la charla repentina me sorprende.

—¿Ahora quieres charlar? ¿Desde cuando eres tan amistoso?

—Desde que me arrastraste de la cama y toqué tu trasero —muerde otra galleta.

El sonido de los sartenes metálicos golpeando el piso me sobresaltan, sobre todo porque la metiche ama de llaves nos está escuchando.

—¿Entonces?

—Tengo 21.

—¿Eres estudiante?

—Si, de literatura inglesa en la universidad.

—Vaya, una chica lista.

—¿Y tú? ¿Qué edad tienes? —aprovecho el momento para curiosear.

—¿No te lo dijo Charles? ¡Qué decepción! Pensé que te había hablado bien de mí y por eso aceptaste el trabajo.

—Pues no, de hecho, lo acepté porque no sabía nada de ti. —Se ríe—. De haber sabido lo retorcido de tu humor me lo habría pensado un par de veces.

—18 —dice de pronto—. Estudiaba leyes.

—¿Leyes? Creí que ibas a la escuela de música, eres muy bueno en el piano.

—Eso es... —niega levemente con la cabeza—. Aprendí cuando era niño.

—Pues eres muy bueno. —es un halago sincero, pero la brillante sonrisa se ha desvanecido completamente de su rostro. No solo eso, sino que su humor se tornó deprimente y de nuevo parece cerrarse a mí.

—Gracias por traer esto, debo regresar a mi habitación.

Se levanta del banquillo y sale lo más rápido que puede de la cocina. ¿Qué dije?

—¿John? —me levanto para ir detrás de él—. ¡John!

Pero de nuevo la ama de llaves se interpone en mi camino.

—Será mejor que te vayas.

—¡No!

—Ya hiciste suficiente por hoy, lárgate.

—¡Que no! Tengo que hablar con él primero.

La empujo un poco para que se aparte, pero no logro moverla demasiado. Así que vuelvo a ir contra ella usando mi hombro como fuerza de ataque.

—¡Déjame pasar!

Ella se quita como por acto reflejo y sigo corriendo hasta las escaleras. Golpeo la puerta de John antes de meter la llave en la cerradura para abrirla.

—¿John?

De nuevo las cortinas están cerradas y no logro distinguir su figura sobre la cama. ¿O estará de nuevo en la silla frente a la ventana?

—Vete. —Su voz se escucha como un susurro, seguramente desde su cama. Esta vez no abro las cortinas, pero busco a tientas la silla de su escritorio para sentarme.

—¿Dije algo malo?

—No, solo vete. Quiero estar solo.

—¿Pero por qué? Estábamos hablando, nos divertimos, ¿Por qué quieres que me vaya?

—¡Dios! ¿Por qué eres tan metiche? ¡Solo vete! ¿Necesitas que te eche a patadas?

—¡Eres un idiota! ¡Solo intento ser amable contigo!

—Pues no necesito que lo seas, ¡Lárgate!

—¡Bien! —gruño cuando me levanto de la silla.

—¡Por fin!

Salgo de la habitación dando un portazo. ¡Estoy furiosa! ¿Es que además de ciego es bipolar? ¡Pero qué chico!

Bajo las escaleras refunfuñando y sigo mi camino hasta la sala. Lo último que quiero ahora es cruzarme con la estúpida ama de llaves y desquitar mi enojo con ella. Pero no es ella, es el rubio Kyle a quien me encuentro cuando pasa la puerta principal.

—¿Liz?

—Adiós —respondo sin detenerme, no estoy de humor para charlar.

—¿Qué pasó? ¿Todo bien?

—Si, ¡De maravillas! —agito mis manos en el aire.

—¿Segura? Creo que mi hermanito te contagió su humor de mierda.

—¡Agh! ¡No me lo recuerdes! Adiós Kyle.

Me subo a mi camioneta y cierro la puerta con otro golpe. Enciendo el motor para que se caliente un poco, pero sigo soltando improperios contra el chico de los ojos grises.

—¡Tan lindo y tan idiota! —gruño golpeando el volante—. La paga es buena, la paga es buena, la paga es buena...

He decidido que ese es mi nuevo mantra para calmarme cuando John me haga enojar, que ocurre con bastante frecuencia. ¡Con razón las otras niñeras huyen de él! ¡Es un idiota!

Y no soy su niñera.

Tengo que pensar en otro plan, de preferencia en uno que me haga inmune a su mal humor el tiempo suficiente como para pagar mi préstamo.

—Si soy capaz de resistir un poco más, ¡hasta podría comprarme un auto! —grito emocionada—. Si no lo golpeo antes por idiota.

Conduzco hasta el departamento, pero estoy tan cansada que me dejo caer en el sofá un minuto y me quedo dormida. Lo malo es que mi sueño es una mezcla de imágenes de John en blanco y negro, lo único que puedo ver a colores son sus ojos grises.

—Tengo una idea —balbuceo adormilada—. Si el accidente de John fue aquí en Omaha, debe aparecer en el periódico, ¿No?

Busco la laptop de Amanda en la mesa y la enciendo para ir al buscador. Pongo el nombre de John esperando que algún resultado salte en la pantalla, pero nada sobresaliente llama mi atención.

Hasta que encuentro una pequeña nota.

Una imagen de un auto volcado sobre la carretera y la leyenda: Dos lesionados en volcadura, uno de gravedad.

La nota no hace referencia a John, sino a Charles Graham, su padre.

La familia del conocido abogado Charles Graham sufrió un accidente esta tarde, cuando un camión de carga a exceso de velocidad sacó el auto del camino...

Luz y SombrasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora