Prólogo

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Rotterdam , diciembre de 1645

Thomas Chapman se desplazaba con rapidez por la oscura callejuela que le alejaba del puerto. Lo seguía un hombre , con la capa ceñida y la capucha bajada sobre la frente . Al arrimarse a los húmedos muros de piedra de uno u otro lado, Brian se fundía con las sombras. Los tejados de ambos costados casi se tocaban sobre su cabeza, lo que no impedía que la persistente lluvia lo empapara mientras caminaba con cuidado sobre los resbaladizos adoquines .

El inglés sabía que lo seguían. Pero no dio señal alguna de ello, salvo quizás una mayor rigidez de sus omóplatos, pues todos sus nervios estaban tensos y alerta. Se encontró frente a una puerta estrecha y vaciló durante un instante . Después alzó la mano como si pretendiera llamar y, acto seguido, se adentró en el oscuro y angosto espacio, donde no podía ser visto desde el callejón, apretándose contra la puerta cerrada .

Su perseguidor se detuvo y frunció el ceño. El inglés no tenía que haberse detenido en esa calle. Se suponía que tenía que haber ido al Tulipán Negro a encontrarse con el agente del rey holandés, Federico Enrique de Orange. El hombre maldecía para sus adentros. ¿Cómo podía ser que sus informadores hubieran cometido semejante error? Eran todos unos ineptos.

Siguió adelante , encorvado bajo su capa . Al llegar al portal, Thomas Chapman  salió y se colocó frente a él. El hombre se percató entonces de aquel par de ojos castaños, fríos y determinados como los de una víbora. A continuación vio el destello del acero, trató de asir su puñal, pero al ser consciente de su desesperada posición se le agarrotaron los músculos .

*Bastón estoque

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*Bastón estoque

La punta del bastón de estoque le alcanzó en el pecho, atravesando su capa, su camisa y su carne con la facilidad de un cuchillo que cortara mantequilla. El dolor fue agudo, una suerte de fría y punzante intensidad en sus órganos vitales. Resbaló por el muro, buscando con las manos un asidero en las piedras húmedas, y se desplomó inerte. La sangre corría bajo su cuerpo, mezclándose con los oscuros charcos de lluvia entre los adoquines.

Brian Chapman le dio la vuelta con la punta de su bota. Los ojos, ahora vidriosos, le miraban fijamente. En la boca de Brian se dibujó una leve sonrisa. Despacio, echó el brazo hacia atrás y hundió el estoque en el estómago del hombre. Tras sacarlo, se derramó por el suelo una grisácea y carmesí masa de vísceras.

Thomas Chapman observó durante un instante el sanguinolento montón de carne. Acto seguido, con un gruñido desdeñoso y torciendo el labio, se volvió y prosiguió su marcha por la callejuela .

Al llegar arriba , dobló a la derecha para enfilar una calle más ancha . Podía verse la luz en las ventanas superiores de una taberna de vigas transversales . El viento hacía crujir y oscilar el letrero del Tulipán Negro .

Brian abrió la puerta de golpe y entró en aquel maloliente y abarrotado lugar. El hedor a cerveza rancia, a suciedad humana y a pies de cerdo cociéndose impregnaba el aire cargado de humo. Las paredes encaladas exhibían grandes lamparones de humedad y ardían velas de sebo en los candelabros que colgaban del techo.

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