Capítulo 29

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Jimin recogió a regañadientes el cálamo y el papel.

—Si no me gusta, no insistirás en que siga, ¿de acuerdo?

—Me encargaré de que te guste —dijo él convencido, haciéndolo pasar al corredor.  Cambiate y ponte algo no tan propio de un salón de palacio. Ah, y no te olvides de pantalones de montar . Sin ellos, no puedes ir a horcajadas. Si no tienes, toma prestados los de Olivia.

—Olivia y yo no usamos la misma talla señaló Jimin. —obvió decir que su trasero era más grande que el de su amiga—. Y sus piernas son más largas.

Él rechazó la observación con un movimiento de la mano, y Jimin fue en busca de Olivia con escaso entusiasmo.

Jungkook lo esperaba en el salón, golpeándose las botas con la fusta, cuando veinte minutos después él bajó las escaleras con semblante martirizado. Los pantalones de Olivia le quedaban fatal: había tenido que enrollárselos en la cintura y dejarlos sin abotonar porque no le cerraban. Bajo la vieja chaqueta, el revoltijo no era visible, pero Jimin se sentía como un paquete mal envuelto.

—¿Por qué has tardado tanto? —Jungkook se volvió impaciente hacia la puerta.

Jimin no hizo caso de la pregunta. Se sostenía a duras penas el bulto de la cintura.

—¿Por qué he de hacer esto? Hasta ahora me las he arreglado
muy bien. —Al llegar al último peldaño vaciló. —Si monto, me subo en la grupa.

—Confía en mí. —Jungkook se dio la vuelta y lo tomó de la mano.

Jimin se sintió más tranquilo al ver que la yegua era bastante pequeña y tenía un lomo bastante ancho. El caballo se hallaba dócilmente junto al montador, con la brida sostenida por un mozo. Volvió la cabeza mirando con indiferencia mientras Jimin, conducido aún firmemente por su marido, se acercaba por los guijarros cubiertos de paja.

—Tócale la nariz —le dijo Jungkook.

Obediente, Jimin alzó un dedo, frotó la punta aterciopelada de la nariz de la yegua, y retiró la mano con el porte de quien ha realizado bien su cometido.

—Acaríciale el cuello. Aquí.

Para mostrarle cómo se hacía, Jungkook bajó la mano al hueco del cuello del animal, que levantó la cabeza y relinchó.

Jimin dio un salto hacia atrás.

—¡No seas tonto, Jimin! —Jungkook  le tomó la mano y se la colocó en la concavidad. —Se llama Sorrel. Habla con ella. Pronuncia su nombre y así reconocerá tu voz.

—No le encuentro mucho sentido a hablar con los caballos si ellos no te pueden responder —señaló Jimin intentando liberar la mano. Los dedos de Jungkook se cerraron con más fuerza en torno a su muñeca y lo mantuvo donde estaba.

Jimin  miraba las ligeras ondulaciones que corrían por el cuello de la yegua. El olor a caballo le inundó su nariz, arrugándosela. Era muy consciente del calor de la piel del animal bajo su mano. Intentó de nuevo liberarse, y esta vez Jungkook aflojó la mano.

No obstante, el alivio fue sólo momentáneo.

—Ahora súbete —ordenó Jungkook. —Utiliza el montador.

Al parecer, no quedaba más remedio. Jimin alzó la pierna hasta el montador y pisó el dobladillo del pantalón. Se oyó el ruido del rasgón.

—¡Mira qué ha pasado! —Volvió a Jungkook sus airados ojos—. Se ha echado a perder. No puedo hacer esto con un traje que me queda mal. ¿Por qué no esperamos a que tenga el traje adecuado?

Heredando Marido Donde viven las historias. Descúbrelo ahora