Capítulo 12

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Al mediodía, Jungkook y Giles Crampton entraron a caballo en el patio de los establos. Era un día claro y luminoso, incluso con un anuncio de calor debido al sol de principios de marzo.

—¿Cuánto calcula que tardaremos esta vez en regresar, mi señor?—preguntó Giles con aparente despreocupación. Silbó desafinado entre dientes sujetando las riendas de su montura.

Jungkook era muy consciente de que Giles se moría de ganas de volver al asunto que tenían entre manos: el largo y aburrido asedio de Basing House. Sólo habían podido estar allí tres días, pues Jungkook había recibido un mensaje de Cromwell para que acudiera a recibir instrucciones en el campamento del general en las afueras de Oxford. Giles, su lugarteniente de más confianza, le había acompañado a regañadientes. Como de costumbre, Giles se debatía entre dos deseos: supervisar la salud, el bienestar y la disciplina de la milicia de Jeon Granville, y estar al lado de su jefe.

Camino de los cuarteles de Cromwell, Jungkook dio un rodeo hacia su casa de Woodstock. Le costaba alejar de su mente la constante preocupación por la guerra, pero no podía pasar cerca de su casa sin ver cómo estaban su esposo y sus hijas.

—Serán un par de horas, al anochecer cabalgaremos hacia el campamento de Cromwell. Después de la reunión seguramente me quedaré aquí uno o dos días. Tú puedes volver al asedio. —Jungkook habló al tiempo que desmontaba y le entregaba a un mozo las riendas de su corcel bayo.

Entretanto, sus dos hijas pequeñas aparecieron en el patio montadas en sendos ponis de Shetland, cuyo ronzal sujetaba un impasible criado. Las niñas sonrieron tímidamente a su padre, cuando éste se aproximó a ellas, y le informaron solemnemente de que habían estado aprendiendo a ir al trote. A los cuatro o cinco años resultaba impresionante, pensó Jungkook mientras las felicitaba con la seriedad pertinente. Su madre había sido una intrépida amazona. Muy distinta de su hermano Jimin.

 Muy distinta de su hermano Jimin

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* Poni de Shetland

Dejó a las niñas y se dirigió a la casa pensando en la manera de hacer que Jimin le perdiera el miedo a los caballos. Era ridículo que sólo cabalgara a la grupa, detrás de un mozo. En esa ocasión no había tiempo, pero en cuanto tuviera unos días libres se pondría manos a la obra.

Los finos y desgastados ladrillos de la mansión reflejaban la suave luz del sol, y las ventanas con parteluces resplandecían. De camino a la casa se sorprendió pensando en lo acogedor que parecía, recordando cuánto le gustaba volver con Nan, la madre de Olivia, tras haber estado ausente. La aversión de ella al sexo jamás había debilitado su calidez y su afecto como compañera. Jungkook sabía que había sido afortunado al obtener los placeres derivados de aquella camaradería, y la muerte de ella le había sumido en una profunda aflicción. Mucho mayor que cuando murió la madre de Thomas. Su matrimonio había durado demasiado poco para poder establecer un auténtico vínculo emocional. Los matrimonios de sus amigos, y el suyo propio con Diana, le habían enseñado lo infrecuente que resulta la tranquilidad y el cariño conyugal de que había gozado con Nan. Había tardado tan sólo unos amargos y decepcionantes meses en darse cuenta de que Diana no se los proporcionaría. No presumiría de desengaño ante el hermano pequeño.

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