Capítulo 3

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El marqués se encontraba junto al padre de Jimin.

Había hecho una reverencia hacia él.

Lord Jeon no dijo nada; ni una sola palabra. Tan sólo asintió con la cabeza cuando el padre le comunicó la noticia. Tras el anuncio, siguió un breve catálogo de detalles relativos a la dote y las capitulaciones. Y Jungkook escuchó impasible. Resultaba evidente que ya había oído aquello antes. En realidad, Jimin tuvo la sensación de que o bien le aburría o bien tenía prisa. Si no estaba dirigiendo el asedio a alguna fortaleza realista en el valle del Támesis, tendría que reunirse con Cromwell y los otros generales del Nuevo Ejército Modelo, o planear estrategias en sus cuarteles de las afueras de Oxford.

Jimin y Olivia casi nunca lo veían. Vivían su propia vida en la
cómoda mansión que Jungkook había comprado en Woodstock, a unos trece kilómetros de Oxford, cuando el escenario de la guerra se había desplazado desde el norte hacia el suroeste de Inglaterra. Lord Jeon no quería dejar a su familia desprotegida en Yorkshire y la había llevado con él. A Jimin le parecía que la muerte de Diana había cambiado poco, o nada, la vida de Jungkook.

No obstante, sí había alterado sensiblemente la de Jimin y Olivia. Libres de la tiranía de Diana, pudieron comenzar a mirar por sus intereses sin obstáculo alguno, y hasta hacía dos días... o mejor hasta justo antes de Navidad, no había sucedido nada que perturbara su tranquilidad.

Ahora Jimin estaba condenado a casarse con un hombre que quería unirse a un doncel sano con la dote pertinente y la adecuada capacidad reproductora. Ni siquiera en el infierno de Dante podía hallarse un tormento tan diabólico. Lo obligaban a pasar el resto de su vida con un hombre a quien amaba y deseaba de manera obsesiva, pero que apenas reparaba en su existencia.

Y lo más cruel de todo era que no tenía a nadie en quien confiar. Era imposible explicarle a Olivia nada de aquello. No había pala- bras, o al menos Jimin no sabía encontrarlas.

Portia sí lo entendería, pero vivía en Yorkshire, arrobadamente feliz junto a Rufus Decatur. Si Jungkook no hubiera aparecido a las tres de la madrugada, Jimin iría ya camino de Yorkshire.

Tras emitir algo parecido a un gemido, se echó de costado y ce- rró los ojos.

***

En la planta inferior, Jungkook apagó todas las velas de su despacho menos una, con la que se acercó al fuego y se inclinó para atizar un resbaladizo tronco y empujarlo al fondo de la chimenea. Se enderezó y se quedó de pie, distraído, con la vista fija en las llamas. El disparatado propósito de Jimin le había impactado de lleno. ¿Qué clase de doncel se lanzaría a la fría noche sin hacer el menor caso de los evidentes peligros? Por el amor de Dios, ¿dónde habría podido ir?

¡Y vaya motivos! Un joven de la riqueza y el linaje de Jimin que no quería casarse. ¡Dispuesto incluso a rechazar la oferta de matrimonio de un marqués! El muchacho sin duda tenía la cabeza llena de pájaros.

Tal vez podría comprenderlo si el padre lo estuviera forzando a casarse con algún monstruo, si le propusiera desposarse con un viejo repulsivo...

¿Así lo veía Jimin a él?

La idea le hizo alzar la cabeza. Era absurdo, desde luego. Con treinta y cinco años, estaba en la flor de la vida. Cierto, había tenido mala suerte con sus esposas, o quizá ellas habían tenido mala suerte con él, rectificó irónico. Aunque no era normal que un hombre hubiera perdido tres esposas antes de cumplir los treinta y cuatro años, quizá eso constituía un signo de mal augurio para un chico impresionable que se preparaba para ser el cuarto.

Sin embargo, Jimin no le había puesto reparos personales a él sino al estado matrimonial, lo cual, por supuesto, era ridículo.

¿Se trataba acaso de un hombre mentalmente inestable? De ser así, quizá debería pensárselo mejor. Un esposo histérico propenso a impulsos irracionales no anticipaba un futuro halagueño. ¿Qué clase de padre doncel sería?

Ése, al fin y al cabo, era el quid de la cuestión. Él como marqués de Granville necesitaba un heredero que llevara su misma sangre. Las hijas estaban muy bien, pero no podían heredar el título ni la fortuna.

Si no engendraba un heredero, las propiedades de Granville pa- sarían a su hijastro, el hijo de su primera mujer, a quien había adoptado de niño como muestra de generosidad. En su exuberante juventud, a Jungkook jamás se le había pasado por la cabeza que no conseguiría engendrar un hijo propio que heredara el nombre de la familia. Al adoptar al chico, pensó que sólo garantizaba su futuro.

Gesto que había acabado revelándose temerario .

Ante el recuerdo del hijo de su primera esposa, Jungkook apretó los dientes. No confiaría en Thomas Chapman ni para ir con él hasta la esquina. Resultaba convincente, encantador, pero sus pequeños ojos eran taimados, y su lengua demasiado zalamera para decir la verdad. Había en él algo que a Jungkook le inquietaba, y fue así desde que el muchacho era poco más que un niño. Y como remate, en la guerra civil que asolaba el país, Thomas Chapman estaba en el otro bando. Apoyaba al rey.

Jungkook habia decidido hacía tiempo que el rey debía someterse a los dictados de sus súbditos. No podía seguir permitiéndosele que esquilmara los recursos del país para su propio beneficio. No podía tolerar que hiciera caso omiso de la voluntad de su pueblo. Había que obligar al rey Carlos a promulgar las reformas que el Parlamento le había sugerido. Pero en lugar de hacerlo, el rey había entrado en guerra contra su propio pueblo. E incluso aquellos que, como Jungkook, eran reticentes a tomar las armas contra su soberano, habían aceptado el desafio.

Según opinaba Jungkook, la causa del rey estaba casi perdida. Bajo el mando de Oliver Cromwell, los parlamentarios habían reformado sus ejércitos, y el Nuevo Modelo de Ejército, disciplinado y bien pagado, a diferencia del de sus adversarios realistas, iba sumando victorias por todo el país. 

Jungkook recordó de nuevo a Thomas Chapman.

En aquella peligrosa época no era difícil —debido a una escara- muza, una bala perdida de mosquete, una cuchillada profunda, una caída del caballo— que Thomas Chapman se convirtiera en jefe del clan Jeon. Así que Jungkook se casaría con Jimin. Él estaba a mano y él no tenía tiempo que perder buscando una nueva esposa. Si Jimin era un hombre doncel para él no suponía problema alguno. A efectos prácticos, la alianza era inmejorable. 

A los dieciocho años, Jimin era lo bastante joven para acatar las órdenes de su marido. Él sabría controlar cualquier tendencia caprichosa. 

Frunció la boca pensando en Jimin con frío desapasionamiento. Tenía un aspecto fuerte, silueta firme y, para ser hombre, caderas generosas. La figura habitual de una doncel fecundo. Parecía mucho más fuerte, menos frágil, que su hermana. Parecía capaz de dar a luz varones.  

Sin duda sería un buen esposo, él ya se encargaría de que lo fuera. Se dirigió a la puerta. La vela proyectaba frente a él una tenue luz. 

* Crédito al creador

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