Jimin salió de la casa a toda prisa. ¿Había tratado él hijastro de su marido de coquetear
con él? Sintió un nervioso escalofrío. No le cabía en la cabeza que Jungkook coqueteara con él, de hecho con nadie. Era algo patético. Vergonzoso.Pero decidió que no por ello iba a indisponerse con el señor
Chapman. Si él jugaba bien sus cartas, Thomas podría resultar de lo más útil. Para empezar, no se le podía negar su sentido de la elegancia. Y si podía lograr que le contara aquello que Jungkook no le contaría, entonces quizá podría sorprender a su marido con documentados comentarios acerca de los asuntos que le tenían tan ocupado.Por ejemplo, la conversación que había escuchado la noche anterior. Jungkook y Cromwell habían discutido. Se logró rebajar la tensión, pero parecía una cuestión importante: diferencias de opinión
sobre cómo acabar la guerra. Era de lo más trascendental. Quizá
Thomas le pudiera revelar algo si él lo abordaba discretamente.Jimin dio una vuelta por el pueblo y se sorprendió de lo tranquilo que estaba. Por lo general, a esa hora de la mañana, sobre todo con tan buen tiempo, había gente aquí y allá, trabajando en los huertos, ocupándose de las gallinas, cortando leña. Vio unas cuantas espaldas que se apresuraban en el interior de las casas, y cuando
pasó frente a la taberna del Oso, le llegó un murmullo de voces a través de la puerta abierta.Eran voces masculinas y Jimin no se detuvo. Los hombres del
pueblo reunidos en la taberna no verían con buenos ojos la presencia de un doncel. Los que permanecían en el pueblo consideraban que él, al igual que las mujeres, eran ajenos a sus pasatiempos masculinos, que, por supuesto, eran de capital importancia y quedaban fuera del alcance de un simple doncella o una mujer.Ante esa reflexión, Jimin hizo un leve gesto de desprecio. Sabía demasiado bien cómo las mujeres del país vivían con lo justo, los sacrificios que hacían por su familia o el altruismo con que cargaban con sus responsabilidades y las de los hombres, para creerse
la inamovible idea de la superioridad masculina.El bosque estaba en calma, la nieve que lo había cubierto durante tanto tiempo empezaba a fundirse, y a Jimin le pareció que empezaban a dejarse oler los primeros y casi imperceptibles indicios de la primavera. Una campanilla de invierno asomaba su frágil cabeza entre las raíces cubiertas de musgo de una vieja haya, y un faisán salió asustado de un arbusto lleno de bayas a la vera del camino.
Como siempre ocurría en esa época del año, a Jimin se le inflamaba el corazón. Había tanto por lo que alegrarse...
La puerta de la casa de Meg estaba abierta, y el gato negro se hallaba en el umbral acicalándose. Sus ojos de un color dorado verdoso miraron a Jimin con indiferencia.
—¡Meg! —Introdujo la cabeza por la puerta. No había ni rastro de Meg—. ¿Dónde está? —le preguntó al gato, que parpadeó y
bostezó, se levantó, se estiró, arqueó el lomo y y echó a andar con paso majestuoso y refinado camino abajo con la cola en alto.Jimin se encogió de hombros y lo siguió. El gato siempre sabía dónde estaba su dueña. Nada de dueña, corrigió Jimin: compañera sería una palabra más acertada. Los gatos no reconocen a superior alguno. Quizá un buen ejemplo a seguir, pensó con la misma eufórica elevación de espíritu que lo había acompañado durante su paseo.
Meg estaba ordeñando la cabra en el pequeño cobertizo que había en el huerto detrás de la cocina. Cuando vio que Jimin apareció ante ella tras el gato, alzó la vista con una sonrisa jovial.
—Me alegra ver un rostro amigo.—Cayó en el balde el último chorro de leche de la ubre. Meg se puso en pie y dio una palmada en el trasero de la cabra con negligente afecto.—No he visto un alma desde que estuviste aquí la última vez.
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Heredando Marido
Historical FictionDurante cuatro años, el Marqués Jeon Jungkook había sido para Jimin un hombre más: el poco interesante y algo intimidador esposo de su hermana mayor. Cuando ésta murió, Jimin parecía un sustituto razonable por su condición de doncel. Su forzado comp...