Cuando Jimin salió de sus ensoñaciones vio a Olivia mirándolo con una sonrisa divertida.
—¿Qué? —preguntó espabilándose.
—Si haces todo que dices... en-entonces apenas te vas a sentir casado —dijo Olivia—. Será como si no lo estuvieras.
Jimin le dirigió una súbita mirada. ¿Cómo podía decirle a Olivia que eso era precisamente lo último que quería? Resultaba imposible explicarle aquella disyuntiva. Por un lado, quería más que nada en el mundo sentirse casado con Jungkook, y todo lo que eso conllevaba según su imaginación. Sin embargo, dado que no podía creer que sucediera lo que deseaba con tan desesperada pasión, no soportaba la perspectiva de obrar conforme a lo establecido.
—Bueno —dijo Olivia con extraña intuición—, quizá no sea exactamente como si no lo estuvieras.
—Eso es —admitió Jimin—. No exactamente.
La mañana del día de su boda, Jimin se despertó agotado, como si no hubiera podido pegar ojo. Había tenido muchos sueños... sueños que rayaban en pesadillas. Hilos entrelazados de ilusión, esperanza, y la aterradora certeza del desengaño. Cuando abrió los ojos, una lluvia torrencial azotaba los cristales y hacía entrar por la chimenea ráfagas de gotas que hacían chisporrotear las ascuas.
—¡Vaya día más horroroso! —exclamó Olivia, irritada. —Un tiempo horroroso para un día horroroso. Habrá que celebrar el banquete de boda en el es-establo.
—De todos modos, se estará más caliente que en el patio —dijo Jimin. El tiempo, como había observado Olivia, parecía del todo adecuado. El mismo podía haberlo pronosticado. —Camino de la iglesia quedaré bien mojado —añadió con frío entusiasmo. —Echaré a perder mi traje... bueno, el de Diana.
Sería una boda modesta, tendría poco que ver con el grandioso evento que había supuesto el casamiento de Jungkook y Diana el día en que el Parlamento ejecutaba al valido del rey, el conde de Strafford, en Tower Hill, lo que llevaba a que la guerra civil se hiciera inevitable.
En aquella ocasión, las discusiones políticas que provocaba la discordia estaban aún en sus inicios y nada perturbó la armonía de la fiesta. Sin embargo, ahora muchos de los que habían participado en aquella celebración junto al marqués de Granville preferían enfrentarse a él en combate antes de sentarse a su mesa. Y muchos otros habían muerto en alguna de las grandes batallas que se habían librado antes de que la contienda llegara al punto en que se hallaba: el del asedio y desgaste.Su boda no tendría importancia, sería un mero asunto económico. El padre de Jimin, lord Park, no solía derrochar el dinero. Jimin no era como su hermana: un diamante de primera. Formalizaría una oportuna alianza para su padre, y en mitad de una guerra no era cuestión de tirar la casa por la ventana. En aquella época insólita, tanto lord Jeon como a su suegro les había parecido conveniente que, el día de la boda, Jimin acudiera a la iglesia desde la casa donde había vivido los dos últimos años. De todos modos, el marqués se mantuvo de buena gana al margen y dejó que el padre del novio se encargara de todos los preparativos.
—Mi padre no permitirá que te mojes —afirmó Olivia.
—No puede hacer que deje de llover sólo con un gesto de su mano —puntualizó Jimin más o menos con la misma triste satisfacción.
La confianza de Olivia no estaba fuera de lugar. Al alba, Jungkook echó un vistazo al plomizo cielo y a la tierra empapada y decidió que nadie iría andando a la iglesia, como en un principio se pretendía. En poco menos de una hora, un grupo de soldados de su milicia cubrió con un buen grueso de paja la distancia entre la puerta principal de la casa y la pequeña iglesia del pueblo, situada justo fuera de las puertas del mismo, para que las ruedas de hierro de los carruajes no se hundieran en el fango.
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Heredando Marido
Historical FictionDurante cuatro años, el Marqués Jeon Jungkook había sido para Jimin un hombre más: el poco interesante y algo intimidador esposo de su hermana mayor. Cuando ésta murió, Jimin parecía un sustituto razonable por su condición de doncel. Su forzado comp...