Capítulo 2

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Parecía que había hecho callar al marqués, pues éste mostró un semblante más severo y se pasó la mano por el cabello corto y oscuro, acariciándolo desde las pronunciadas entradas hasta la nuca. Era un gesto que a Jimin le resultaba dolorosamente familiar: Jungkook lo hacía siempre que estaba absorto en algo, se distraía por algún detalle o tenía en cuenta una estrategia. Cuando Jimin lo advertía, le  temblaban invariablemente las rodillas.

Jungkook se dio la vuelta y se acercó a un enorme aparador de caoba. Vertió vino de una jarra de plata en una copa de peltre, tomó un trago con aire pensativo y se volvió de nuevo hacia Jimin. 

* copa de peltre

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* copa de peltre

—A ver si lo entiendo. ¿No quieres casarte conmigo en particular... o sientes una aversión generalizada hacia el estado marital? —Su voz había perdido el tono incisivo y tan sólo traslucía curiosidad. 

«Si creyera que existe una mínima posibilidad de que me prestara tanta atención como a sus caballos, o de que me encontrara tan interesante como la política o esa horrible guerra, seguramente me casaría con usted de buena gana», pensó Jimin con amargura. Todas sus muy pregonadas opiniones sobre las innumerables desventajas que tenía el matrimonio para un doncel inteligente con ideas propias habrían quedado en nada si el marqués hubiera mostrado siquiera un atisbo de interés por él como persona y no como medio para alcanzar un fin. Pero tal como estaban las cosas...  

—No tengo interés en casarme con nadie, lord Granville. No veo en ello ventaja alguna..., al menos no para alguien como yo —afirmó de manera categórica.

Fue una declaración tan sorprendente y ridícula que Jungkook no pudo evitar reírse. 

—Mi querida niño, eres un doncel, no puedes vivir sin un marido. ¿Quién va a cobijarte? ¿A alimentarte? ¿A vestirte?  La risa desapareció de sus ojos cuando advirtió que la ancha y generosa boca de Jimin adoptaba una expresión de terquedad.  Entonces Jungkook soltó bruscamente:

—Dudo que tu padre siga apoyando a un hijo desobediente y desagradecido.

—¿Usted se negaría a apoyar a Olivia en una situación así? —inquirió Jimin.

—Eso no viene al caso —respondió Jungkook con brusquedad.

Sí venía al caso, pues Olivia aún estaba menos dispuesta que Jimin a someterse a los dictados de un marido; pero Jimin mantuvo la boca cerrada. No era él quien tenía que decirlo.

—Así que en lugar de ser el marqués consorte de Granville y vivir rodeado de seguridad y comodidades, prefieres huir en mitad de la noche, atravesando un territorio asolado por la guerra y plagado de soldados errabundos que te violarían y asesinarían en cuanto te vieran.

La voz de Jungkook recuperó el tono sarcástico. Tomó otro sorbo de vino y lo observó por encima del borde de la copa.

Jimin, que nunca se andaba por las ramas, preguntó sin rodeos:

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