Capítulo 46

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Mordió el hombro de Kadir cuando la patada de una de sus hijas fue más allá de lo que imaginó. Sus mejillas estaban húmedas de tanto llorar y a duras penas podía dormir en las noches porque esas dos parecían estar en un juego de fútbol. Una de las manos de su esposo fue a parar a su espalda, dándole caricias y luego la abrazó para que durmiera. Esas simples caricias parecían calmar a esas dos, porque ya sus costillas las sentía fracturadas.

Muchas veces se preguntó si la pobre de su madre pasó por esa situación con sus hermanos Ian y Xaniel o con los otros, pero prefería callarse.

Dasha no se había ido del país, se quedó en la empresa haciéndose cargo de todo, sin embargo, sabía de primera mano que solo lo hacía para molestar a su papá y ya de eso pasaron meses. Es decir, meses en los que apenas veía a su padre y madre juntos.

— Te odio —lagrimeó—. No sé por qué me embarazaste...

— Y yo tampoco sé por qué estás embarazada —respondió Kadir sin dejar de acariciarle la espalda—. Porque todas tus desgracias ahora las tengo yo.

— Tienes los malestares, yo tengo que aguantar cada patada que me dan —se acomodó en sus brazos—. Lamento haberte mordido.

— Y yo lamento que tengas tantos cambios de humor, pero no me queda de otra más que aguantar cada uno —respondió en un tono aburrido—. Duerme. Estoy aquí...

— No vuelvas a dejarme embarazada —ordenó abrazándolo también—. Es horrible. No puedo comer mis dulces de coco y beber mi café como antes.

— Es para cuidar a las bebés —siseó él, luego de que ella volviera a morderlo—. Hablas de que te dejo muchas marcas, haces eso conmigo todo el tiempo.

— Te lo buscas por el dolor que he estado sintiendo desde que cumplí los seis meses —subió una pierna sobre las de él—. Quiero dormir por largas horas...

— Puedes hacerlo, así también me duermo —Kadir metió su brazo por el cuello de Jasha, abrazándola más a su cuerpo—. Las gemelas no te van a molestar.

Podían decirle que parecía ser una niña pequeña en busca de atención, pero le daba lo mismo. Su esposo era quien la estaba consintiendo y le daba todo lo mismo.

Se quedó dormida al cabo de unos pocos minutos y no supo más de ella hasta unas horas después, cuando el sol estaba en lo más alto del cielo. Sus hijas no volvieron a molestarla, por lo que siempre caía en cuenta de que sus molestias serían en las noches incluso después del parto.

Kadir estaba saliendo del baño y ni siquiera le preguntó qué haría, solo la tomó en brazos y la llevó de dónde salió.

— En algún momento estarás lleno de popó —ella pegó su frente al hombro de él—. Ya ni siquiera puedo hacer pipí sin ayuda—hizo un puchero—. Habla conmigo, no me dejes hablando sola —le mordió el hombro.

— Espero que termines de quejarte porque ya no puedes ir al baño sola —Kadir la alejó de su hombro, ya que ella lo mordió—. Casi no puedes caminar, y los medicamentos que te han puesto son fuertes.

— No sé por qué sigo tan hinchada si cada vez que voy al baño sale de mí como mil litros de orina —sollozó—. Es tu culpa y de tus veintisiete centímetros —lo golpeó en el pecho—. Ven, quiero morderte otra vez —intentó pegarle nuevamente sus dientes a Kadir en el hombro, pero este la detuvo.

— No decías eso ayer en la tarde en el sofá de mi oficina, aquí en la casa —Kadir la agarró por el cabello—. Contigo pongo a prueba la paciencia que pensé que no tenía al verte —la ayudó a ponerse de pie para bajar el retrete—. Ven, te daré un baño y podrás beber café y comer tus dulces.

Esposo compradoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora