La casa Usher se cae a pedazos

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Chuuya podía cogerse tanto un vuelo de doce horas como uno de dos que estaba seguro de que lo iba a pasar durmiendo. Y encima sin soñar con que tenían algún accidente y acababan recreando «La sociedad de la nieve» o alguna estupidez parecida porque él jamás soñaba. No sabía por qué pero así era. A diferencia de lo que muchos pudieran pensar, no era que siempre olvidara sus sueños sino que directamente no los tenía. Sí, el suyo era un caso digno de ser estudiado por la ciencia.

El caso es que apenas notó el medio día que le tomó llegar hasta Baltimore. Se le hizo incluso más largo el trayecto de taxi desde el aeropuerto hasta la casa del detective. E incluso más caro que el vuelo, pensó mientras miraba su cartera vacía tras pagar el recorrido.

Salió del vehículo y se detuvo frente a la casa cuya dirección le había dado Ango. Esperaba que fuera aquella. O que no fuera aquella, según la perspectiva.

Era una construcción de buen tamaño: tenía dos plantas y era razonablemente grande. El problema venía con los detalles. El ladrillo rojizo estaba tan oscurecido que ya nadie diría que fue rojizo y las tejas negras del tejado a dos aguas parecían listas para lanzarse sobre su cabeza y noquearlo, al igual que el letrero en el que ponía U HER M N R. Usher Manor, supuso Chuuya.

Los escalones de madera que conducían a la puerta antaño blanca se veían desvencijados y medio podridos. Por una vez, Chuuya se alegró de no ser una mole. Estaba seguro de que no lo habría contado.

- ¡Disculpe, señor!- exclamó el taxista.

- ¿Sí? - Chuuya se volvió hacia él intrigado porque aún no se hubiera marchado.

- ¿Está pensando en entrar a esa casa?

Le echó una mirada a la casa en ruinas, con las ventanas oscurecidas y rotas, y otra a la elegante persona que tenía frente a él. Vamos, que había inflado la tarifa por algo.

- Sí, justo - admitió Chuuya aunque las ganas se le iban por momentos.

- Pues me gustaría advertirle de que la última persona que entró no ha vuelto a salir.

- ¿Ha desaparecido alguien aquí? - preguntó con los ojos como platos. Que ahí vivía un detective, no Jack el Destripador.

- Sí, el dueño.

- Hombre, tendrá derecho a no salir si no quiere. Eso no me preocupa - en su país veía casos así a diario. Conocía a un tipo que llevaba dos años sin salir. Claro que antes trabajaba para un estudio de anime. ¿Algo de un mapa? El caso es que se había pasado otros dos de salir de la oficina. Casi que había sido una mejora.

- Pues como quiera... ¿Conoce el número de la policía de aquí?

- Sí.

- Pues ya me quedo más tranquilo. Si sale de la casa y necesita que alguien le lleve al aeropuerto, puede llamarme.

Sí, llamarle. Antes llamaba a Bonnie y a Clyde.

Mientras el taxista se iba, Chuuya se animó a llamar a la puerta. Había un timbre. Lo pulsó. No funcionaba. Bueno, al menos había un picaporte.

Cogió la aldaba y se dispuso a golpearla. El objeto de latón se le quedó en la mano.

- ¡Joder! ¿Es que no funciona nada?

Pues nada, a la vieja usanza. Dio unos toques en la puerta con la mano.

No obtuvo respuesta. Pues no le quedaba de otra.

Antes de forzar la cerradura, miro la desvencijada placa que anunciaba que la casa estaba siendo videovigilada. Si funcionaba igual de bien que lo demás, podía explotar la casa sin que nadie fuera a investigar.

Buenas noches (una historia de Bungō Stray Dogs)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora