Epílogo

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El D.K.O se había agrandado a unas tres/cuartas partes de lo que era hace unos años, ubicándose a las afueras de Seúl y llegando a Gwacheon, ubicada en Gyeonggi. Aún hay betas y omegas que recuerdan la forma tan bruta y deshumanizante por la que fueron echados de sus propias casas, obligándolos a ocupar los conventillos abandonados ubicados en otro barrio mucho más lejano, casi llegando a otra ciudad.

Y así, para principios del año 2000, Seúl ya se había desligado del D.K.O por completo, quedando a cargo de la provincia de Gyeonggi.

La situación seguía igual o peor que antes, marginalizacion social, inseguridad, delincuencia, consumo de drogas, una fuerte tasa de prostitución y una preocupante deserción escolar.

Lo único que había cambiado durante estos años, fueron los diferentes programas de integración social para mejorar la calidad de vida de los betas y omegas que vivían en ese barrio. Algunos programas se basan en fomentar el deporte y la cultura artística en los niños, para que no tuvieran que andar en la calle, siguiendo los pasos de los betas armados, que hoy son una especie de gangsters que se asociaban con el crimen organizado, viviendo en grandes mansiones con miles de guardias custodiandolos.

Y de todos esos programas recreativos para los niños, Jeongin había elegido el fútbol, y el entrenamiento del día de hoy había sido muy duro.

Con los botines llenos de barro y sus piernas casi adoloridas aunque recién haya terminado de elongar, se despidió de sus compañeros y se fue a buscar a Beomgyu, su vecino omega que jugaba en su misma categoría, aunque fuera un año menor que él.

Ambos se dirigían a la salida del predio deportivo, hasta que una voz conocida los hizo detenerse.

— ¡Hwang! —gritó el entrenador.

Y Jeongin se volteó ante su llamado.

— ¿Entrenador Choi? ¿Ocurre algo? —preguntó el niño con una mirada curiosa.

El mayor sólo se dirigió a él con una sonrisa.

— Es increíble lo bien que vienes avanzando, muchacho —halagó, sintiendo las mejillas coloradas del omega.

No era la primera vez que alguien le decía que jugaba bien, es más, sus compañeros siempre se le decían que era uno de los mejores jugadores, que rogaban que nunca se lesionara ante los partidos importantes ya que perderían una pieza muy importante para el equipo.

— Gracias, entrenador —respondió con una sonrisa— Yo... siempre soy muy constante con mi práctica.

— Eso se llama disciplina, y tú la conoces muy bien, Hwang — continuó el mayor — ¿Disfrutas mucho de esto, ¿verdad? — preguntó.

Y la sonrisa de sus labios se volvió mucho más grande.

— Claro que sí, me gusta mucho — contestó —. Es... es algo de lo que disfruto hacer. Aparte mi madre nunca me deja faltar a los entrenamientos, él me dice que esto hará que no termine como los... chicos del barrio — continuó haciendo una mueca.

— Y hace muy bien — agregó Choi —Necesitamos que alguien apoye ese talento que tienes, porque llegarás muy lejos, muchacho —continuó con una sonrisa— Sólo esperemos que puedas viajar a Osaka con nosotros— agregó el mayor, haciéndole un gesto de despedida para luego voltearse a hablar con otros chicos.

La sonrisa del rostro de Jeongin se borró.

Osaka, Japón.

Lugar donde se jugaba un torneo amistoso internacional de clubes pequeños, donde asistían varios representantes de grandes clubes de Europa, lo cual les iba a traer muchas oportunidades para que los jugadores sean fichados por estos mismos, teniendo un gran futuro en su carrera futbolista.

OUT OF TIME | lixjinDonde viven las historias. Descúbrelo ahora