DIEZ

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Empecé a correr. Corría como si mi vida dependiera de eso, lo irónico era que mi vida si dependía de eso. La bestia era rápida, no dejaba de rugir, en varias oportunidades pudo arrancarme la cabeza con sus garras, pero por suerte pude salvarme de eso. La bestia me pisaba los talones, casi caía a causa de los huesos en el suelo. Si no fuera por la gema, no sabría por dónde estaba yendo y probablemente habría caído por algún otro agujero o tropezado al suelo haciendo que cayera y la bestia me atrapara.

Esa bestia era rápida, muy rápida, no sabía cómo, pero conseguía que no me alcanzara. Pasaba a través de estalagmitas para dificultarle el paso. De vez en cuando le lanzaba huesos y otras cosas para desorientarle, aunque eso solo la enfadaba más. Una bestia como aquella, estaba seguro de que era obra de la tangente, quién diría que aquella extraña energía podía crear a semejante criatura. Era impresionante, de vez en cuando volteaba para ver sus ojos, esos ojos, mientras pasaba el tiempo corriendo ya no se veían enfadados, parecía como si se estuviera tomando esto como un juego. Claro, estaba jugando son su comida antes de devorarla.

Vi a lo lejos una luz, aceleré el paso, tenía esperanzas de que fuera la salida. Pero no. Era algo más, eran luciérnagas que iluminaban aquella cueva, ya no había huesos, solo algunas plantas, las estalagmitas había desaparecido, a pesar de la luz de las luciérnagas aquella zona tenía mucha neblina, plantas y otras cosas. Eso era una buena señal pensaba, creía que ya estaría cerca de la salida. Frente a mí me encontré con una encrucijada, dos caminos, aquella cueva recta se separaba aquí, no podía pensar, solo escogí uno de los caminos sin pensar, tomé el camino de la izquierda y me topé con una pared. Una maldita pared. Justo cuando creía estar a salvo la desgracia me caía encima como un yunque. ¿Moriría ahí? sin saber nada de mí, el terror me invadió nuevamente, la bestia se acercaba lentamente hacia mí. La veía con mayor claridad, aún pensaba que era hermosa, pero no era tiempo de contemplarla, debía encontrar una forma de escapar, pero no veía salida alguna.

La bestia estaba tan cerca de mí que me pudo comer de un bocado. Pero no lo hizo. Rugió fuertemente en mi cara. Mis oídos zumbaron por un momento.
Cerré los ojos por reflejo y trate de no pensar en nada. Al sentir que nada pasaba, abrí mis ojos y la bestia no estaba, solo estaba en aquel lugar lleno de niebla y luciérnagas, no había nada. Me senté de golpe en el suelo, estaba sudando mucho, estaba aliviado y con la adrenalina al máximo, estaba relajado de que la bestia no estuviera y esperaba que no apareciera de nuevo.

Me percaté de que había extraviado la gema así que pensé en un plan B. Vi un frasco viejo, transparente, casi en buen estado, me sorprendió que no tuviera ni una sola fisura, con algo de suerte logré reunir algunas luciérnagas y las introduje cuidadosamente en el frasco para así ver por dónde caminaba.
Continúe por lo que quedaba de la cueva con la guardia en alto, al entrar no recordaba tanta niebla como ahora así que aceleré el paso para no continuar en aquel horrible lugar, con un poco de suerte llegaría al lugar de donde caí y podría encontrar alguna salida.
Estaba muy aterrado, me costaba respirar, de hecho no sabía en qué dirección había corrido anteriormente y estaba bastante desorientado. Pasaron minutos, tal vez hasta horas, el tiempo transcurrido era desconocido, después de un rato llegué a una pared, está cueva estaba llena de caminos sin salida, era como un laberinto.

«Genial. ¿Ahora qué?»

Me senté en el suelo, no quería regresar por dónde vine por temor a perderme de nuevo y encontrar otra vez a aquella bestia, no quería quedarme allí para siempre, embriagado en mis pensamientos me quedé mirando la pared de forma nula, buscando una respuesta, hasta que me di cuenta, aquella pared era diferente, no sé cómo, pero tenía ciertos detalles diferentes al de la cueva, se veía más pulida, es más, las rocas parecían colocadas.
Comencé a tocar la pared por todos lados, podría ser algún pasadizo como los de los castillos cuando mi papá me contaba las historias de cuando él no era maestro de ceremonias, que yo nunca creí, pero tal vez esas fueran de las pocas verdades que él me decía.

El Chico del CircoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora