Prologo

46 6 0
                                    


BRITTANY

Hace seis años…

Por favor, Dios! Deja que viva». Estaba tan excitada por el café que no podía pensar con claridad. Mientras observaba a mi hermano pequeño, Dante, en una cama de hospital, seguía deseando que aquello fuera una pesadilla. «¡Si estoy soñando, necesito levantarme ya, joder!». Aferrándome con los puños a la barandilla de su cama, quería llorar a lágrima viva, pero no lo haría. No podía. Mi padre había muerto. Karen había muerto. Todo lo que me quedaba eran Sebastian y Dante. La vida del último pendía de un hilo, y no pensaba dejar que se me fuera mi hermanito.

Ya había perdido demasiado, y mi cordura no soportaría otra muerte. De no haber sido por el hecho de que Sebastian y yo teníamos exámenes finales, también habríamos estado en el avión privado cuando se estrelló. Sin embargo, habíamos salido de Las Vegas tres días antes. Yo sólo había tenido tiempo de asistir a las nupcias y después me fui directo a la universidad para los finales, al igual que mi hermano mediano, Sebastian. Recién graduado de bachillerato, Dante se había quedado atrás durante unos días con un amigo que vivía en Sin City antes de volver a Texas con mi padre y su nueva esposa, Karen. La pena intentaba consumirme mientras pensaba en mi padre, pero no lo permitiría. En ese preciso instante, necesitaba control.

A la edad avanzada de veintiún años, acababa de graduarme en la universidad, lista para dar el siguiente paso y terminar el máster en Administración de Empresas. Inesperadamente, también me había convertido en la cabeza de la familia Pierce, empujada a una posición que no creía estar lista para asumir. Pero al ser la mayor, ¿qué otra opción me quedaba?.

Ahora todo el mundo se dirigía a mí para tomar decisiones, y necesitaba apretarme los machos. Recé a un Dios de cuya existencia había dudado mucho en el pasado, dispuesta a intentar lo que fuera con tal de mantener a Dante con vida. Los médicos dijeron que aunque saliera de esa, Dante estaría lleno de cicatrices. ¡Como si me importara una mierda! Sólo quería que respirara por sí mismo, libre del respirador que insuflaba cada aliento de Dante de manera mecánica. Apenas podía verle los ojos, pero al inspeccionar más de cerca, me di cuenta de que seguían cerrados. «¡Joder!». Empecé a respirar superficialmente; el corazón me latía a mil por hora. «¿Qué pasa si no sale de esta? ¿Qué pasa si también lo pierdo a él?». El equipo de protección que llevaba puesto para mantener la habitación libre de gérmenes y minimizar el riesgo de infección de las quemaduras de Dante me estaba sofocando. «¡Mierda! ¡Contrólate! ¡Contrólate! Tengo que enterrar mis emociones, enterrarlas en lo más profundo. Ahora mismo hay gente que depende de mí, incluyendo Dante».
Me negaba a perder la esperanza. Los médicos no me habían dado buenas noticias precisamente, pero mi hermano pequeño era un luchador. Saldría adelante. Me habían preparado desde primaria para ocupar el lugar de mi padre cuando llegara la hora, pero no sabía que llegaría tan pronto, joder. De manera vaga, sabía que tendría que sustituirlo y terminar el máster mientras ocupaba su lugar. Me resistía a la idea de que mi padre hubiera muerto. No lo había asimilado del todo. De repente, oí una voz en mi cabeza; era la voz de mi padre: «Hija, si te desmoronas y pierdes el control, todo y todos los que te rodean también lo harán».
Tenía razón. En el pasado, siempre tuvimos a Papá para apoyarnos en él, y era el hombre más fuerte que había conocido. Si tenía debilidades, yo nunca las había visto. Tal vez pensara que nunca iba a morir, que ostentaba demasiado poder como para que la vida le fuera arrebatada. La idea me hizo sentir vulnerable de repente, pero no había tiempo para ser una gallina. Ahora tendría que hacerlo sola, dejar que todos se apoyaran en mí. No importaba si estaba lista o no. Capté una sombra fuera de la puerta del hospital y vi a Sebastian preparándose para entrar. «Ya está aquí». Sabía que estaba de camino, pero me sorprendí de lo rápido que había llegado. El gesto de mi hermano era sombrío mientras se ponía un par de guantes.
Una enfermera guapa dio un paso al frente para ayudarlo a ajustarse la mascarilla. Sebastian todavía tenía que terminar la universidad, y Dante ni siquiera había empezado. Sería yo la que se dirigieran en busca de apoyo. Aunque Sebastian sólo era algo más de un año menor que yo, nunca había recibido la misma orientación que mi padre me había dado a mí porque era más joven y tenía objetivos diferentes. «Mis dos hermanos me necesitan». De súbito, algo se quebró en mi interior cuando me encontré con la mirada de Sebastian a través del cristal de la puerta de la habitación. Parecía tan traumatizado, exhausto y desesperanzado como me sentía yo en ese mismo momento. «¡No lo demuestres! No puedo dejar que sepa que estoy abrumada y que me está costando lidiar con todo lo que está ocurriendo ahora mismo. Me necesita, y Dante va a necesitarme tanto como él».

Me obligué a asentir a Sebastian, intentando indicarle en silencio que todo saldría bien, pero me di cuenta de que no se lo creía del todo. Ambos sabíamos que nuestras vidas habían cambiado profundamente en cuestión de minutos, y que nada volvería a ser lo mismo.

DesahogoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora