BrittanyDebería haber sabido desde el momento en que puse los ojos sobre ella que Santana López era problemática. No, corrijo... De hecho, se llamaba Santana Marie López, algo de lo que me había enterado por los papeles que firmé para su casero. Se cabreó bastante cuando se enteró de que había pagado su alquiler y, por lo que yo sabía, seguía enfadada. Yo estaba sentada en el despacho de mi casa, investigando después de que se marchara echando humo en dirección a su habitación más o menos una hora antes, con la nariz erguida y humo prácticamente palpable saliéndole por las orejas.
Ya he reconocido para mis adentros que me gustaba enfadarla sólo para ver sus intensas reacciones. Pero hacía maravillas con mi coño. Tal vez fuera retorcido y enfermizo, pero cuanto más se acaloraba, más quería subyugarla y utilizar aquella pasión que albergaba de una manera mucho mejor y más satisfactoria para ambas.
«¿Que si me importa que se enfade? No».
Me había acostumbrado a conseguir lo que quería y, por alguna razón que desconocía, necesitaba cuidar de ella. No se debía a que nos hubiéramos encariñado tontamente porque se suponía que su madre se había casado con mi padre. Lo que estaba más claro que el agua era que alguien tenía que ayudar a Santana a dirigir su vida, y yo ya había decidido que esa persona iba a ser yo. Mi deseo de hacerla sentirse feliz y a salvo distaba mucho de ser fraternal. Era una necesidad primitiva, mucho más íntima y desgarradora, una que ni yo misma entendía del todo.
Por mi vida, no conseguía adivinar qué me atraía de ella, pero tenía el coño pulsando desde el momento en que la atisbé por primera vez, y así había seguido. Ella se había puesto una fachada valiente, pero el día anterior, en mi oficina, pude captar su incomodidad y sentir su vulnerabilidad. El deseo de desnudarla y clavarla contra la pared, en mi mesa o en cualquier otra superficie sólida me golpeó casi de inmediato. Sin embargo, a pesar de lo mucho que quería follármela, todos mis instintos insistían en que también debía... mantenerla a salvo.
Aquellos dos deseos primitivos libraban una guerra en mi interior, y ni siquiera estaba segura de cuál ganaría. El hecho de que técnicamente fuera mi hermanastra no había atenuado mi deseo de follármela hasta que gritase mi nombre durante el clímax, en absoluto. Tal vez aquello demostrase que era una perfecta idiota, pero no me importaba. No estábamos ni remotamente emparentadas por sangre, y yo no sabía que mi madrastra tenía una hija viva. Claro que, ¿cuánto sabíamos ninguno de nosotros acerca de Karen? Había muerto casi de inmediato, junto a mi padre, después de su boda. El avión privado que llevaba a mi hermano Dante, a mi padre y a su nueva esposa, la madre de Santana, se había estrellado.
Dante, mi hermano pequeño, fue el único sobreviviente. Dante apenas salió con vida del accidente, y mi preocupación por él era la única razón por la que tenía que, por la que necesitaba, estar comprometida con una mujer para Navidades. Mi hermano más pequeño todavía tenía cicatrices, tanto por dentro como por fuera, del casi fatal accidente. No había mucho que no estuviera dispuesta a hacer por él para impedir que cayera por el abismo.
El timbre de un teléfono sobre la mesa me sacó de un susto de mis pensamientos. Mi mirada se dirigió al identificador de llamadas.
«Sebastian».
El cabrón no me había llamado desde hacía más de un mes, probablemente para evitar la bronca que sabía que le echaría si llamaba. Mi hermano mediano estaba desatado y salía con una panda de perdedores. Había intentado darle tiempo para encontrar su propio camino después del accidente que mató a nuestro padre, pero aunque hacía varios años que había terminado la universidad, parecía que no tenía sentido de la moral.
Levanté con impaciencia el teléfono que sonaba.
—¿Dónde coño has estado?
—Bueno, joder, yo también te hecho de menos, hermana —respondió Sebastian con sarcasmo.
«¡Mierda!». Me daba perfecta cuenta de que estaba borracho o fumado, más allá del punto donde podía siquiera hablar con él.
—Trabajando. Algo por lo que tú no pareces sentir ninguna inclinación.
Mi tono era cortante y de enfado. Estaba cabreada, y ya me había hartado de poner excusas por Sebastian. Tenía que crecer de una puta vez.
—¿Por qué debería hacerlo cuando te tengo a ti para ser la hermana perfecta y responsable que lo tiene todo bajo control? Eres la puta ama, hermana. No hace falta que haya dos en la familia. —La voz de Sebastian sonaba ligeramente pastosa y llena de un sarcasmo hostil.
Sebastian no siempre había sido así, pero las ocasiones en las que parecía inclinado a irritarme se estaban volviendo cada vez más frecuentes.
—¿Cuándo vienes para las vacaciones? Dante estará aquí la semana antes de Navidad. — No me apetecía enzarzarme con él en una batalla verbal, no cuando estaba así. Era inútil. Mi hermano pareció espabilarse un poco.
—Llegaré más o menos a la vez. Hace tiempo que no veo a Dante.
Relajando el puño tenso que apretaba con fuerza sobre el escritorio, recordé que hubo un tiempo en que los tres estábamos muy unidos. Después del accidente, las cosas nunca volvieron a ser iguales. Dante era profundamente distinto, Sebastian se había alejado de todos en la familia, y yo me había convertido en una auténtica idiota porque tenía que dirigir el negocio de mi padre, algo para lo que no había estado preparada a una edad tan temprana.
—¿Vas a traer a alguien? —Tenía que hacer arreglos para dormir, pero principalmente sentía curiosidad sobre si Sebastian iba en serio con alguna mujer. Teniendo en cuenta las compañías con las que se juntaba últimamente, esperaba que no lo fuera.
—No. Vuelo en solitario. —Sebastian se detuvo durante un momento antes de preguntar—: ¿Y tú? ¿Has encontrado a una mujer que aguante tu cara malhumorada durante más de una hora?
Hacía no demasiado tiempo, le habría contado todo a Sebastian. Ahora, no confiaba en él. Aquellos días estaba muy voluble, y lo último que necesitaba era que Dante se enterase de la verdad.
—De hecho, sí. Felicítame. Me he comprometido recientemente.
Esperé porque la línea seguía en silencio. Sabía que Sebastian seguía al teléfono, pero no hablaba. Finalmente, respondió.
—¿Te has comprometido? ¿Y no has dicho nada? Ni siquiera sabía que estabas viendo a alguien.
«¡Joder!». Ahora me sentía culpable porque había un dolor latente en la voz de mi hermano. Aquello me hizo sentir como una completa imbécil, pero había más en juego que los sentimientos de Sebastian.
«No puedo decírselo. Es demasiado impredecible».
—Ha sido una relación relámpago. Te gustará —le dije incómoda, a sabiendas de que era una mentirosa de mierda cuando se trataba de cuentos con mis hermanos. La mayor parte de la gente no conocía a la yo detrás de mi actitud profesional. Joder, yo ya casi ni me reconocía.
—¿Cómo es? ¿Dónde la conociste? ¿La conozco? —Sebastian se estaba espabilando enseguida.
—Simpática. No. Y no, no la conoces. —Respondí a sus preguntas con rapidez, deseando que dejara estar el tema.
—¿Cómo se llama? —insistió Sebastian.
—Santana. —Decidí mantenerlo sencillo. Iba a conocerla pronto, y me sentía incómoda hablando de ella.
¿Importaba si técnicamente Santana era su hermanastra? ¿Deberían saber la verdad? Yo no veía por qué tendrían que saberla. Nunca lo habían sabido y nunca la había conocido. No era de nuestra sangre, así que no haría mucho daño mantener en secreto nuestros endebles lazos.
Hostia, aún ni siquiera había comprobado su declaración, pero ya estaba trabajando en eso. Lo que sí sabía era que aunque tuviera pruebas de que realmente era nuestra hermanastra, no se lo diría. Dante nunca podía saber la verdad.
—¿La quieres? —Sebastian sonaba desconcertado.
«¡Dios!». Odiaba mentirle, a pesar de que llevaba tiempo siendo una puta imbécil.
—Sí. —La palabra se escapó de mi boca con facilidad, una completa mentira con una sola palabra.
—Joder, tiene que estar buena.
—Es inteligente, buena y honesta. —Dije aquellas palabras sin siquiera pensar, a sabiendas de que era la verdad. Santana era todo lo que muchas mujeres de nuestros círculos no eran. Tal vez por eso sentía aquel instinto de mil demonios de follármela y protegerla a la vez.
—Me doy cuenta de que no has dicho que está buena —farfulló Sebastian.
—Como la toques, te juro que te dejo en el hospital —gruñí, incapaz de detener visiones de Sebastian actuando de manera impropia con Santana.
—Hostias, hermana. Creo que de verdad estás enamorada. Y debe de ser realmente guapa. Puede que sea un idiota, pero sabes que nunca tocaría a la mujer de otro, especialmente a la de mi hermana.
Había algo de ira en la voz de Sebastian. Sí, lo sabía. Sebastian tenía buenas razones para ponerse irritable con el tema.
—Lo sé. —«Pero cuando estás intoxicado, eres una persona diferente del hermano que conocía y en el que confiaba». No añadí aquel pensamiento a nuestra conversación.
—¿Va a traer Dante a Sidney?
Me sentí asqueada cuando mencionó su nombre, no porque significara una mierda para mí, sino porque, de hecho, Dante iba a traer a la mujer que una vez me había importado. Ninguno de mis hermanos sabía que habíamos sido íntimos, en el sentido bíblico, ni por qué ahora fingía estar locamente enamorada de Dante. Yo sabía que no quería a mi hermano porque era incapaz de amar. Sidney era una aprovechada y una manipuladora.
—Va a traerla —respondí llanamente.
—Esa si que es una mujer sexy. —Sebastian silbó con admiración. Sidney era guapa, pero ahora era tan atractiva para mí como una serpiente venenosa.
—En la superficie, tal vez.
—¿Estás celosa? —la voz de Sebastian sonaba más incrédula que burlona.
—No. Pero no confío en que esté con Dante por las razones adecuadas. —Quería que Sebastian viera la verdad por sí mismo, puesto que yo no podía contársela.
—¿Crees que lo está embaucando? ¿Que sólo le importa su dinero? —La voz de Sebastian se volvió más clara y ligeramente dubitativa.
—Supongo que lo averiguaremos con el tiempo. —Fui evasiva porque tenía que serlo—. Pero no me fío de ella.
—Brittany, ¿sabes algo que yo no sepa?
—No. Es sólo un instinto —mentí.
—Lo último que necesita Dante es más dolor —farfulló Sebastian—. Pero tiene sentido.
Dante está lleno de cicatrices, hará falta una buena mujer que mire más allá de eso para ver quién es realmente. Deseaba que Sebastian no estuviera diciendo la verdad, pero sí que lo estaba haciendo. Y Dante necesitaba una mujer mucho mejor que la chupasangres de Sidney.
—Ya veremos qué pasa. —Mi hermano más pequeño era mucho mejor persona que yo y que Sebastian. Más amable, más dulce, o al menos lo había sido en el pasado.
Mi plan era sacar a Sidney de la vida de Dante sin causarle ninguna pena, pero no estaba segura de que eso fuera posible.
—Tengo que irme, hermana. Me he escapado de una fiesta, pero hay un buen whisky que me llama.
«¡Mierda!». Haría lo que fuera para evitar que Sebastian bebiera hasta el olvido. Me invadió una sensación de impotencia por la distancia física y emocional que había entre nosotros. No quería que condujera; no quería que se matara. Sí, era adulto y un idiota la mayor parte del tiempo, pero seguía siendo mi hermano.
—Sebastian, no tienes por qué hacerlo. ¿Dónde estás?
—No empieces con esas mierdas esta noche, Brittany. Solo quería oír tu voz.
Lo último que quería era ser la voz de la conciencia de mi hermano o su guía moral. Joder, sabía que no era la más indicada. Solo quería que estuviera bien. Quería que todos estuviéramos bien.
La verdad era que yo también quería oír su voz y quería recuperar a mi condenada familia.
—Nos vemos en unas semanas. —Sebastian colgó y me quedé con muy pocas opciones aparte de esperar poder inculcarle un poco de sentido común cuando viniera.
Después de colgar el teléfono en el cargador con un golpe, frustrada, me levanté justo cuando sonaba el timbre. Sonreí al caminar hacia la puerta, a sabiendas de que habían llegado más entregas; sabía que iba a volver a cabrear a Santana, si es que se había recuperado de la primera vez.
«Pensándolo mejor, no me importa. Prefiero verla enfadada que perdida, sola o asustada».
Estaba más que dispuesta a preocuparme por Santana y sus protestas.
Básicamente, sabía que ganaría yo. Siempre lo hacía.__