SANTANALas semanas siguientes que pasé sola con Brittany fueron algunos de los mejores días de mi vida. El árbol de Navidad era precioso. Una vez que la convencí de comprar un árbol de verdad, pasamos una tarde maravillosa decorándolo… después de que Brittany averiguara cómo encender las luces. Ese proceso en particular estuvo plagado de palabrotas que me hicieron reír mientras observaba cómo se peleaba con las cadenas de luces. Seguía sorprendiéndome que nunca hubiera decorado un árbol ella misma, incluso de niña.
Conseguí acceso ilimitado a su cocina, y sus empleados estaban más que dispuestos a traer cualquier cosa que quisiera del supermercado. Tomé su coche prestado unas cuantas veces para ir yo misma, y nunca parpadeó al darme las llaves de uno de sus carísimos vehículos. Yo solo deseaba que tuviera un Chevy o un Ford en su colección, algo que no me pusiera como un manojo de nervios al conducir. Por desgracia, me tocó conducir un Ferrari.
Brittany insistió en que era el menos caro de la colección, pero yo estaba demasiado estresada como para preguntar cuánto valía exactamente. Estaba segura de no querer saberlo. Pocos días antes de la llegada de Dante con la trapera de Sidney, estaba sentada en el salón contemplando el enorme árbol que habíamos montado juntas. Brittany estaba en el sofá, devorando las galletas de Navidad cubiertas de glaseado que yo había preparado antes aquel día. A juzgar por los gruñidos eufóricos que emitía entre mordiscos, le estaban gustando.
Nos preparé un café para acompañar las galletas, muy consciente de que la felicidad que había encontrado durante las últimas semanas estaba a punto de finalizar. Una vez que llegaran sus hermanos, la parte de actuación del trabajo iba a empezar. Por extraño que pareciera, no iba a resultarme difícil fingir que me importaba Brittany. Sinceramente, me estaba volviendo tan adicta a ella que era patética. Al sentirme tan atraída hacia ella de maneras extrañas y misteriosas, la tensión sexual siempre estaba ahí, pero también… me gustaba. Me encantaba estar con ella. Hacía que me sintiera importante, como si fuera especial de alguna manera.
—Dios, San. No me dejes nunca. Estas son las mejores galletas que he comido en mi vida—dijo mientras se incorporaba de su orgía de galletas para coger aire.
Le sonreí por encima de la taza de café que tenía en la mano, desde mi sitio al otro lado del sofá.— Eso también lo dijiste del tofe y de las otras galletas. —«Dios, me encanta eso de ella».
Adoraba la manera en que no se lo pensaba dos veces antes de hacerme un cumplido por algo de lo que disfrutara. O de lo guapa que estaba, sin importar lo descuidadamente vestida que fuera. No pasaba un solo día sin que recibiera ánimos de Brittany por una u otra razón, y no estaba acostumbrada a que me elogiaran. Me llenaba de cariño como nada lo habría hecho. Ella asintió.
—Esas también estaban increíbles.
Puse los ojos en blanco, pero en secreto estaba encantada con sus halagos.
—Bueno, háblame de Dante. Estará aquí el lunes.
Era viernes por la noche, y todavía sabía poquísimo sobre su familia. Sebastian también llegaría la semana próxima, y me sentía como si no tuviera los detalles que una prometida sabría sobre la familia de Brittany.
Brittany y yo hablamos de pequeñas cosas, y compartió historias de su niñez sobre ella y sus dos hermanos. Sonaban como tiempos felices, pero me interesaba saber qué había ocurrido desde entonces.