Capitulo 6

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Santana

Reparé la salmuera para marinar el pavo; se me hacía la boca agua ante la idea de nuestro festín de Acción de Gracias del día siguiente. No había comido un almuerzo normal desde hacía tanto tiempo que la idea de comer un festín enorme parecía casi decadente.
Sabía que Brittany me estaba esperando, ya que quería retomar la conversación donde la habíamos dejado en el supermercado. Ahora que había guardado el ave rolliza en la nevera, tenía pocas razones para evitarla. Excepto el hecho de que en realidad no quería hablar de Mercedes ni de los sueños que tenía justo antes de graduarme del instituto. Hacía tanto tiempo de eso y las cosas habían cambiado más de lo que nunca habría soñado que fuera posible… y no para bien.

«Desahógate. Olvídalo».

No había nada que pudiera hacer para cambiar mi pasado, pero ahora podía decidir mi propio futuro.
Llevaba más tiempo de lo necesario lavándome las manos cuando oí una voz justo a mi lado.
—¿Vino? —preguntó, mostrándome una bonita copa parcialmente llena de vino blanco.
Al no ser una gran bebedora, no tenía ni idea de qué me gustaba cuando se trataba de alcohol. Sin embargo, pensé que me vendría bien una copa. Me percaté de que ella sostenía un vaso lleno de algo que parecía más fuerte que el vino que le cogí de la mano.
—Gracias —respondí agradecida, dando un sorbo con cuidado al líquido pálido—. Está bueno.
—No estaba segura de qué te gusta.
Le sonreí débilmente.
—Pues ya somos dos. Yo tampoco estoy segura. En realidad no bebo mucho alcohol.
—Ven a sentarte conmigo. ¿Has terminado?
Había terminado, pero en realidad quería decirle que tenía un montón de cosas que hacer en la cocina. Pero, por alguna razón, no podía mentirle.
—Sí.
Asintió señalando el salón con la cabeza, y yo la seguí. Encendió la enorme chimenea de gas, y la sala era muy apetecible. Había descubierto que, aunque a Brittany le gustaba la calidad, no era una persona que hiciera ostentación de su riqueza descaradamente. Los colores neutros eran encantadores, el cuero de los muebles suave como la seda, pero la sala seguía siendo confortable.
Tomé asiento en uno de los sillones abatibles de cuero. Ella extendió su larga figura en un sofá a juego frente a mí. Seguía llevando los mismos vaqueros negros que se abrazaban a su cuerpo, y una sudadera azul que hacía juego con sus ojos. Dios, era guapísima, el pelo rubio un poco revuelto le daba una apariencia que era prácticamente… agradable al tacto
Menos mal que Brittany estaba sentada lo bastante lejos como para que yo no pudiera oler su aroma único, pero el corto espacio de separación no ayudaba demasiado. Aún deseaba desnudarla, gatear por su cuerpo y rogarle que me follara.
—Ahora, dime, Santana. ¿Cuáles eran tus planes cuando salieras del instituto?
Su tono barítono era rico y suave, y fluía hacía mí como terciopelo. Di un trago de vino, a sabiendas de que tendría que hablarle un poco de mi pasado.
—Cuando tenía dieciséis años, conseguí un trabajo en un restaurante. Aprendí mucho trabajando en la cocina. Quería hacer carrera en las artes culinarias, e Mercedes me ayudó a encontrar un programa de formación. Podría trabajar y estudiar a la vez. Hizo muchas cosas que no tenía por qué hacer, como ayudarme a arreglar una asistencia financiera y a solicitar becas. Pero tan pronto como me gradué, las cosas cambiaron.

«Por favor, no me preguntes más». Ya le había contado todo lo que quería revelar.

—¿Cómo cambiaron?
Me encogí de hombros.
—Mi madre se fue, y tenía facturas que pagar.
—¿Sus facturas?
—El alquiler estaba atrasado, y me iban a desahuciar. Por aquel entonces, no tenía ni idea de dónde se había ido. Tuve que renunciar a cada centavo que había ahorrado para mantener un techo sobre mi cabeza.
Ella frunció el ceño.
—¿Por qué no te lo dijo ni te llevó con ella? Mi padre era estricto, pero te habría acogido con los brazos abiertos. No habría querido que te quedaras sola con diecisiete años. ¡Dios! Te abandonó sin más.
Mi madre había hecho mucho más que eso, pero no iba a decirle lo desalmada que se había mostrado. ¿De qué serviría?
—Odiaba a mi padre y me despreciaba a mí. Yo le recordaba cada fracaso de su vida. Su matrimonio con mi padre fue uno de los grandes, o eso decía ella. Creo que tuvo que casarse con mi padre porque la dejó embarazada. Mis abuelos no lo aceptaban a él… ni a mí.
Bien sabía Dios que yo había oído cómo había arruinado la vida de mi madre bastante a menudo; la hija mestiza que sus padres nunca aceptarían.
—¿Por qué?
—Era jornalero y siempre estábamos sobreviviendo a duras penas. Pero nos alimentaba y puso un techo sobre nuestras cabezas.
Brittany me miró marcadamente.
—Te importaba. Lo echas de menos.
Asentí.
—Todos los días desde que murió. Lo quería, y él me quería a mí.
No había conocido la calidez del amor paterno desde el día en que mi padre dejó este mundo, y creía que siempre lo echaría de menos.
—Nunca conocí a Karen realmente —farfulló Brittany con enfado—. Ninguno sabíamos de tu existencia, Santana, o de lo contrario habríamos ido a buscarte. Sinceramente, solo vi una vez a tu madre, y fue en la boda. Todos nos sorprendimos cuando nos enteramos de que Papá se casaba. Sebastian y yo estábamos en la universidad, y Dante también se estaba preparando para marcharse. Supongo que Papá se sentía solo.
—¿Por qué iban a sentirse obligados a ayudarme? En realidad no son familia.
Los Pierce no tenían ninguna razón para rescatarme. De acuerdo, había albergado resentimiento contra cualquiera que se apellidara Pierce, pero tenían tan poca culpa como yo.
—Porque ninguno de nosotros somos como tu difunta madre —gruñó mientras posaba su bebida sobre la mesa y se ponía de pie.
Me cogió la mano y me llevó al sofá con ella. Con la copa de vino equilibrada en la mano, me senté a regañadientes y dejé que tirara de mí hacia su cuerpo. Quería estar allí, pero no quería. Su aroma llenaba mis sentidos; su cercanía me hacía desear cosas que nunca podría tener.
Suspiré cuando me quitó la copa de vino y la puso sobre la mesa junto a su vaso vacío. Durante un momento, dejé que mi cuerpo se hundiera en su figura más grande, permitiéndome creer que me habría ayudado, que me habría protegido después de que mi madre marchara. Sus brazos se apretaron en torno a mí y apoyé la cabeza en su hombro. Se me escapaban las lágrimas por el rabillo del ojo porque se sentía tan condenadamente bueno. Hacía muchísimo tiempo desde que alguien se preocupaba realmente por mí.
—Gracias. No es tu culpa que no lo supieras.
—No pregunté, y me odio por eso.
Ladeé la cabeza y miré la expresión turbada en sus ojos.
—No lo hagas —dije con firmeza, apoyando una mano en su rostro y deleitándome con la sensación de su cara, su piel bajo los dedos.—. No es tu culpa, y ahora estoy a salvo.
Tengo un trabajo y un futuro gracias a ti.
—No me lo agradezcas —dijo con voz ronca, utilizando el peso de su cuerpo para tumbarme en el sofá.
Mi cabeza dio con uno de los cojines, y subí la mirada hacia su gesto furioso, a solo unos centímetros del mío.
—Estoy agradecida. ¿Cómo no iba a estarlo? Probable estaría en algún albergue para indigentes de no haber ido a su despacho mendigando un trabajo.
—No me lo merezco. No siento lástima por ti, Santana. Quiero follarte.
Sabía que rodear su cuello con los brazos me traería problemas, pero lo hice de todas formas. Las llamas me consumían, arrasando todo a su paso hasta mi sexo.
—Entonces hazlo, porque lo último que quiero es que sientas lástima por mí —susurré, cansada de luchar contra la atracción rampante que había entre nosotras.
El futuro no importaba en ese preciso instante. Todo lo que deseaba era a Brittany. Sabía que únicamente estaba allí para hacer un trabajo, pero nunca antes me había sentido así por una mujer. ¡Carpe diem! Aquella expresión nunca había significado más para mí que en ese instante. Quería aprovechar la oportunidad que tenía en ese momento y no pensar en el mañana.
Vi un destello de algo parecido a la satisfacción cuando inclinó su boca hacia la mía.
Después, me perdí en un mundo de deseo loco mientras nuestras lenguas y nuestras bocas se fundían en un torbellino desesperado y una necesidad demencial.
Besaba como una mujer poseída por una furia salvaje que no podía controlar. Aguantó la mayor parte de su peso, pero yo le habría dado una cálida bienvenida. Quería trepar a su interior, sentir nuestros cuerpos fundirse y fusionarse de la manera más elemental.
No me cansaba de ella, y quizás una vez con Brittany no saciara mi necesidad, pero no pensé en eso. Todo lo que podía hacer era… sentir.
Jadeé cuando apartó su boca de la mía. Quería protestar cuando su peso se alejó de mi cuerpo, deseosa de sentirla otra vez desde el momento en que se alejó.
Lamiéndome los labios, seguía notando el sabor de su abrazo al observar cómo se quitaba la sudadera por encima de la cabeza y la arrojaba al suelo.
«¡Santo Dios!». Era perfecta. Cada músculo flexionado parecía tallada en piedra. Sus senos se flexionaron mientras se liberaba de la camisa, y sus abdominales estaban tan definidos que veía cada espléndido músculo de su estómago y de sus pechos. Se reveló una piel suave que yo moría por tocar, y extendí una mano hacia ella con un anhelo reflexivo. Estaba desesperada por ver si su piel era tan cálida como parecía, y me moría por trazar la feliz de piel que, lamentablemente, desaparecía en la cintura de sus vaqueros.
—No, Santana —ladró—. Si me tocas, voy a perder el control.
Yo quería que lo perdiera; vivía para verla fuera de control en ese momento.
—Quiero tocarte.
Ella ignoró mi súplica y me incorporó para quitarme el suéter, que se unió a su camisa en el suelo. Yo daba las gracias a Claudette mientras ella me quitaba el sujetador rosa de encaje que llevaba, soltando el broche frontal con pericia. Me estremecí cuando el aire fresco rozó mis pezones endurecidos, dejando que ella deslizara la sedosa prenda interior por mis brazos con lentitud antes de desecharla en la creciente pila de ropa que había en el suelo.
—Preciosa —gruñó posándome de nuevo sobre el cojín.
Gemí en alto cuando su boca caliente se encontró con mi pezón sensible, succionando hasta que la punta se puso durísima.
—Sí —susurré, incapaz de encontrar mi voz.
Cerró los dedos alrededor del otro nódulo duro, tirando con la presión justa para provocar un violento espasmo en mi sexo.
—Mía —dijo Brittany con voz exigente mientras llevaba la cabeza de mi pecho.
En ese momento, poseía mi cuerpo, podía hacerme lo que quisiera siempre y cuando satisficiera el acuciante anhelo que sentía en mi interior.
—Sí —accedí.
Lentamente, su boca exploró el valle entre mis pechos, y se abrió camino con la lengua por mi vientre. Hinqué las manos en su pelo bruscamente, tirando de los mechones a la vez que se levantaban mis caderas, frustradas por la tela vaquera que había entre nosotras mientras yo intentaba conseguir fricción donde más la necesitaba.
Sus manos bajaron la cremallera de mis pantalones de un tirón, como si estuviera desesperada por dejarme desnuda ante sus ojos hambrientos.
Levanté el culo mientras ella tiraba de mis pantalones, bajándome las braguitas rosas por las piernas junto con los vaqueros.
—Dios, Santana. Eres la cosa más bonita que he visto en mi vida —dijo con voz ronca, con reverencia.
Yo nunca me había considerado guapa. Como mucho, pensaba que conseguía ser medianamente atractiva. Pero, durante un segundo, durante un instante, me permití creerle.
Me sumergí en su mirada salvaje y se me cortó la respiración en los pulmones, mientras yo permanecía atrapada en sus ojos intensamente bellos, deseando no poder liberarme nunca.
Se me escapó un gemido de los labios cuando me abrió las piernas a lo ancho y colocó una de mis pantorrillas sobre el respaldo del sofá y la otra hacia el suelo. Cuando estuve completamente abierta para ella, sus dedos trazaron los labios de mi coño.
—Estás húmeda —rugió.
—Sí. —No era como si pudiera negarlo. La humedad que cubría las yemas de sus dedos era prueba irrefutable de cuánto la necesitaba.
—Me encanta verte así. Me necesitas. Se te ve en los ojos.
Resultaba obvio que ella también me necesitaba. Su mirada se apartó de la mía y bajó la vista hacia donde sus dedos jugueteaban.
—Te necesito. Fóllame, Brittany. Por favor. —No me importaba suplicar.
Sus dedos ahondaron en mi caverna, y su pulgar trazó un círculo prometedor alrededor de mi clítoris.
—Eso estoy planeando, cariño. Pero me estoy volviendo adicta a ver tu cara. Quiero verla cuando te corras.
Sus palabras encendieron mi cuerpo como si de un petardo se tratase, ondas eléctricas candentes salían desde cada terminación nerviosa.
—Tócame. —Necesitaba que dejara de ponerme cachonda.
—Puedo hacer más que eso. Tengo que probarte.
En el momento que tardé en procesar lo que estaba diciendo, se deslizó por el sofá e inclinó su boca sobre mi sexo para que se uniera a sus dedos juguetones.
Incapaz de contenerme, grité su nombre cuando su boca voraz invadió mi coño, lamiendo, succionando ávidamente como si no quisiera parar nunca.
—Ay, Dios. Ay, Dios.
Cantaba el mismo mantra, atónita por la sensación de su boca dándose un banquete de mí cuando su lengua reemplazó a su dedo sobre mi clítoris.
Oía el sonido de mi propia humedad cuando enterró labios, nariz y lengua en mi sexo. Lo probó, jugando, y después movió con rapidez el pequeño haz de nervios que necesitaba su atención, llevando mi deseo hasta el punto de la locura.
—Brittany. Ay, Dios. Por favor. Haz que me corra ya.
Me agarré a su pelo y luego apremié su cara hacia mi coño, para hacerle saber lo desesperada que estaba.
Mi cuerpo se tensó de manera insoportable, y arqueé la espalda en agonía.
Llegué al clímax con un gemido lastimero, agudo, incoherente, farfullando lo bien que me hacía sentir. Oleadas de éxtasis inundaban mis sentidos, y no tuve más opción que cogerlas cuando Brittany lamió mi orgasmo como si estuviera intentando saborear hasta la última gota.
Empuñé su pelo con las manos mientras me mantenía en suspenso, indefensa ante los espasmos que explotaban en mi cuerpo mientras Brittany escurría hasta la última gota de placer que pudo sacar de mí.
Yo me había desahogado, pero no estaba saciada. Observé cómo se levantaba y se arrancaba los vaqueros y las bragas ajustadas.
Me quedé un poco intimidada al mirarla, pero la quería más de lo que había deseado nada en toda mi vida.
Bajó entre mis muslos separados y me besó. Suspiré en su boca cuando nuestra piel desnuda se tocó por fin, deslizándose, creando una sensación de intimidad que puso mi cuerpo a cien otra vez.
Noté mi sabor en sus labios, y eso me espoleó. En ese momento, era mía. Me encantaba el hecho de que mi aroma estuviera por todo su cuerpo.
Arrancando sus labios de los míos, empezó a trazar una serie de besos con lengua por mi cuello.
—Rodéame con las piernas —exigió bruscamente.
Yo obedecí; me encantaba la sensación de tenerla atrapada entre mis piernas.
La sensación de su coño presionando con el mío me consumía. Me estremecí cuando empujó con más fuerza. Y me estremecí aun mas cuando empujo dos dedos con fuerza en mi vagina.
—¡Joder! Tienes el canal tan estrecho como una virgen, Santana —dijo con voz áspera y desesperada.
—Brittany, soy virgen.
Tal vez debería habérselo dicho antes, pero no quería que parase.
—¡Mierda! ¿Por qué coño no me lo has dicho? —Su gesto era fiero; su mirada, acusadora.
—Fóllame. No importa.
Alcé las caderas, deseando tenerla enterrada dentro de mí.
—Importa, y mucho. Agárrate a mí. No puedo parar.
Yo ya estaba deslizando las manos por su piel húmeda, acariciándole la espalda. Paré y me aferré a sus hombros.
—Hazlo. Por favor.
Empujando hacia delante con un gemido, se abrió camino a través de cualquier barrera que pudiera mantenernos separadas y se enterró dentro de mí. El dolor fue momentáneo y ligero comparado con la plenitud y la satisfacción que sentí al saber que estaba tan íntimamente conectada conmigo. Mis músculos se resistieron, y después abrieron paso a sus largos y blancos dedos, relajándose al envolverla con cariño como un guante.
—Tan estrecha. Tan húmeda. Tan caliente, joder —dijo Brittany con voz ronca—. Nunca voy a querer dejarte ir.
Yo sabía que me dejaría ir, pero ya me preocuparía por eso más adelante. En ese preciso momento, todo lo que quería era experimentar mi primera degustación de la pasión con Brittany.
Era la mujer a la que había estado esperando para darle mi cuerpo no probado, la mujer que podía hacerme sufrir de deseo.
—Fó-lla-me.
Ella estaba apretando los dientes; el músculo de la mandíbula le temblaba. Yo sabía que estaba intentando recobrar el control, y no quería que lo hiciera. Apreté mi abrazo con las piernas y me clavé contra ella.
—Espera, Santana. No puedo hacértelo así. Tengo que ir con calma.
—A tomar por culo la calma —sollocé—. Te necesito, Brittany. Por favor.
Mis palabras parecieron motivarla, y sus dedos salieron casi totalmente de mi vagina antes de volver a martillearme.
—No tengo ni una puta pizca de control contigo —gruñó.
Me folló duro, después más duro, como si su vida dependiera de darme placer. Me deleité en el dolor, en poner a prueba mis músculos mientras se ceñían a ella.
—Sí. Sin control. Sin piedad —insté, deseándola tan ruda e indómita como pudiera ser.
—No puedo esperar —dijo con un gemido de urgencia.
Bombeaba dentro y fuera de mí tan rápido y tan duro que mis cortas uñas se clavaron en la piel suave de su espalda. Sentía que mi orgasmo se acercaba, que borboteaba impaciente por liberarse.
—No esperes —supliqué, necesitada de verla correrse.
Me sorprendió cuando unió mas nuestros centros, nuestros cuerpos, buscando el hermoso orgasmo.
Implosioné cuando hizo presión sobre mi clítoris, forzándome hasta un clímax explosivo.
Una oleada de calor recorrió mi cuerpo, mientras yo cogía las olas del éxtasis que fluían a través de mi cuerpo. Vi su reacción cuando se corrió, con la cabeza hacia atrás, emitiendo gemidos de placer que se escapaban de sus labios con tanta naturaleza como el aliento que respiraba.
—Te sientes tan bien, Santana. No quiero dejarte nunca, joder.
Yo no quería que se fuera nunca, pero sabía que estaba viviendo el momento. No había otra persona a la que habría querido entregarle mi cuerpo nunca, y mi primera experiencia había sido divina. No había estado esperando a nadie en particular, solo a alguien que me hiciera sentir como lo hacía Brittany.
Permanecimos conectadas, su cuerpo pesado pero bienvenido mientras respirábamos con dificultad en las secuelas de una cima impresionante que nunca antes había alcanzado.
Acariciando la piel húmeda de su espalda, perdí la noción del tiempo. La cabeza todavía me daba vueltas cuando finalmente empezó separarse con un beso rápido pero apasionado en mi boca antes de liberarse de mis brazos aferrados a ella.
Se quitó de encima lentamente y dio unos pasos hasta el cuarto de baño; supongo que para lavarse. Yo me quedé allí tumbada, observándola, incapaz de moverme, incapaz de pensar. Mi mente estaba tan agotada como mi cuerpo.
Se movió con elegancia, sin una pizca de timidez corporal. Aunque no es como si tuviera ninguna razón para sentirse cohibida.
Momentos después, había vuelto, y la respiración constante que yo había recuperado se volvió irregular una vez más.
Se sentó y arrastró mi cuerpo desnudo y vulnerable sobre su regazo.
—Cuéntame. Explícame por qué ibas a dejarme tomar tu cuerpo cuando nunca se lo has entregado a nadie.
—No había ninguna persona a la que quisiera entregárselo —expliqué sin respiración—. No es como si estuviera reservándome por alguna razón, simplemente nunca había deseado estar con alguien de esa manera.
Me miró con una ceja levantada.
—¿Nadie en todos estos años? ¿Dónde coño has estado?
Contemplé su expresión pensativa, a sabiendas de que tendría que contarle la verdad. Me sentía vulnerable, desnuda de una manera que nunca antes había experimentado.
—¿Santana? —Su mirada era inquebrantable, a la espera.
Me sentí como si estuviera mirándome directamente al alma. «Dios me ayude, no puedo mentir».
—Estaba en prisión. Hace un año terminé la libertad condicional. Cuando tenía dieciocho años, fui a un correccional de mujeres durante tres años. Lo siento. Debería habértelo dicho. Acabas de follarte a una delincuente.
No había pensado en cómo se sentiría con respecto a follarse a una delincuente convicta. Todo lo que quería era un momento para vivir un sueño. Luché por zafarme de ella al ver la mirada de asombro en su cara y, durante solo un segundo, lo que pensé que probablemente era repugnancia.

«Soy una criminal. ¿Qué esperaba?».

Nadie iba a pasar por alto el hecho de que había sido presidiaria durante la mayor parte de mi vida adulta. Nadie lo hacía nunca.
Tropecé con mis pies, giré y salí corriendo hacia mi habitación, sin siquiera molestarme en recoger la ropa. Con dedos temblorosos, cerré la puerta con pestillo, me volví y me deslicé contra ella hasta que mi culo desnudo tocó la alfombra.
Entonces, y solo entonces, me desahogué de la angustia que encerraba en mi interior, sollozando como una niña pequeña mientras me abrazaba el tronco desnudo y dejaba que empezara el torrente de lágrimas.

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