Capitulo 16

27 4 0
                                    

SANTANA

]He odiado a mi hija desde el día en que nació, pero por fin va a pagar por mantenerme alejada de todas las cosas que debería haber tenido. Nací rica, y siempre debería haber sido rica. Me correspondía por derecho desde que nací. Va a ir a la cárcel para pagar el precio por quitármelo todo. Soy feliz. Por fin va a estar exactamente donde debería estar: pudriéndose en prisión. No importa que yo cometiera el delito por el que va a pagar. ¿Y qué si yo robé las joyas? Pertenecían a mi madre. Eran mías para robarlas. Lo importante es que Santana pague, y estoy segura de que será condenada. Voy a recuperar lo que merezco al casarme con un hombre rico. No debería haber tenido que casarme con él para conseguir lo que tengo derecho a poseer, pero ahora aceptaré lo que pueda. Me pregunto si está mal esperar que la niñata de mi difunto marido muera mientras está en prisión. No creo que esté mal, y espero que nunca salga viva de allí cuando la declaren culpable.

Cerré el diario de mi madre con un golpe, incapaz de leer ni una sola palabra más de sus desvaríos de loca. Aquella fue su última entrada en el diario, un pasaje escrito justo antes de su muerte. Me sequé las lágrimas, deseando no haber abierto nunca el diario. El corazón se me encogió en el pecho, y dejé que el dolor por la traición de mi madre me inundara, deseando que el libro hubiera permanecido fuera de mi vista. ¿Qué estaba esperando cuando lo abrí por la última entrada? ¿Que confesara que en realidad me quería y que se sentía culpable por lo que había hecho? «No hay posibilidad de eso después de lo que he leído».
El libro estaba sobre la cama de Brittany cuando subí a envolver su regalo. Solo podía suponer que el personal de limpieza lo había encontrado bajo la cama y lo había dejado sobre la colcha.
Con curiosidad, lo abrí y leí varios pasajes, incluido el que acababa de dejar de leer. No era como si Nora no me lo hubiera advertido, pero no estaba preparada para la maldad completa y absoluta que había en mi madre, el odio amargo que albergó hacia mí durante todos aquellos años.
—Me sorprende que me dejara vivir —farfullé en voz baja, con la voz aún llorosa.
Nunca entendería por qué no me había matado cuando era pequeña. ¿Acaso había marcado el límite en el asesinato? ¿O sabía que nunca se saldría de rositas? Ciertamente había deseado que estuviera muerta. Pero, por lo visto, nunca había tenido los huevos de acabar conmigo ella misma. No era por sentido de la misericordia. Eso quedaba claro por las entradas de su diario. Era más que probable que temiera terminar en la cárcel por asesinato.
«No es digna de mis lágrimas».
En mi mente racional, sabía que estaba loca y que yo no era responsable de sus sentimientos. Pero la niña que todavía vivía en mí se preguntaba por qué nunca pudo quererme. Había hecho lo imposible para ganarme incluso una miguita de su cariño. Cuando era niña, no entendía por qué me odiaba, y creía que era mi culpa. De adulta, era más lista, pero por alguna razón su odio hacia mí seguía doliéndome.
—Ha sido interesante leer ese… librito. —La voz de mujer sonó desde la puerta.
«Sidney».
Intenté no sentir náuseas ante su tono falsamente dulce. Sabía que bajo su apariencia de supermodelo rubia y despampanante yacía el corazón de una víbora.
Me volví hacia ella mirando fijamente el libro que tenía en la mano.
—¿Qué?
Se deslizó en el interior del dormitorio con una sonrisa confabuladora en el rostro que al instante quise borrarle de la cara con una bofetada.
Siempre que pude, evité permanecer cerca de ella e ignoré sus pullas desagradables cuando tenía que estar en su compañía. Me gustaban los hermanos de Brittany y mi corazón lloraba por Dante. Tal vez estuvieran juntos, pero Sidney no se merecía a Dante. Sí, tenía cicatrices, pero no se merecía otra espina en el costado ni un grano en el culo como aquella mujer. Era tan fría como la Antártida.
—Oh, espero que no te importe, pero estaba buscando algo para leer y encontré ese librito que tienes en la mano. Ha sido una lectura muy interesante. Creo que a la gente le fascinaría enterarse de que Brittany Pierce va a casarse con una delincuente y de que su padre fue engañado para casarse con una psicópata. Toda la historia familiar sería un chasco, supongo. Después de todo, va a casarse con su hermanastra.
El gesto de Sidney se tornó en una sonrisa malvada.
«¡Zorra!».
Iba husmeando deliberadamente y había encontrado el diario de mi madre. Yo no lo había leído entero pero, por lo visto, Sidney sí que lo había hecho.
—¿Has robado mis cosas personales? —pregunté enfadada.
Fulminé con la mirada su cara demasiado maquillada, y los mechones rubios que siempre se veían perfectos. Incluso cuando estábamos en casa, de manera informal, se vestía como si fuera a una fiesta. Aquel día llevaba tacones y un vestido corto verde que dejaba al aire la mayor parte de sus muslos, aunque probablemente fuera hacía una temperatura bajo cero.
Sidney se encogió de hombros.
—Estaba buscando material para leer. Me encontré con la información por coincidencia. Tienes que admitir que no será una historia bonita. Brittany prometida con su hermanastra delincuente, y su padre engañado para casarse con una demente. Brittany habría estado mucho mejor conmigo —farfulló Sidney.
—Nunca estaría mejor con una zorra como tú —gruñí.
Sidney dejó escapar un sofoco fingido.
—La gatita empieza a enseñar las uñas. Supongo que te pones bastante violenta después de haber estado en prisión. Hasta tú tienes que admitir que es un poco enfermizo estar prometido con tu hermanastra.
—No. Somos. Familia.
No pensaba explicarle mi relación con Brittany. No era asunto suyo.
—Vamos al grano, ¿de acuerdo?
Todo rastro de inocencia desapareció de la voz de Sidney, y estaba mudando su piel de serpiente superficial.
—. El sitio de Brittany está conmigo. Ya no puedo seguir jodiendo con el bicho raro de su hermano. Ni siquiera aguanto que me toque. Es horroroso. Ni siquiera puedo hacerlo por su dinero. Me pone la piel de gallina.
—Tú me pones la piel de gallina—dije con voz ronca, tan enfadada que apenas podía contenerme.
—Solo estás celosa —racionalizó Sidney—. Soy guapa y lo sabes.
«Eres fea por dentro, que es donde cuenta».
No respondí. Me limité a fulminarla con la mirada.
—Déjame a Brittany, y nunca diré una sola palabra de lo que leí en el diario. Sigue con ella durante más tiempo y daré la primicia mañana, en Navidad. Tienes dos opciones. ¿Cuál eliges?
Sidney levantó dos dedos burlonamente. Yo estaba que echaba chispas, con una rabia que nunca antes había sentido, incluso cuando me traicionó mi madre.
—No va a volver contigo.
Sabía que Brittany había visto lo que había detrás de la débil fachada de Sidney.
—Lo hará —dijo terminantemente.
—¿También vas a chantajearla a ella? ¿Con qué?
—Puedo dejar a Dante fácilmente o puedo partirle el corazón. Sinceramente, no me importa cómo vaya. Puedo decirle que es un bicho raro y que no puedo dejar que vuelva a ponerme una mano encima.
—¡Guarra! —le escupí, deseando tener la munición para decirle que se jodiera. Por desgracia, no sabía qué hacer.
Cada detalle de nuestras vidas sería diseccionado, y no podía ver a Brittany pasar por eso. Lo que no quería era ver a su padre arrastrado por el barro después de su muerte. Eso mataría a todos los hermanos Pierce. Sabíamos que aquello iba a terminar. Únicamente tendría que cerrarlo antes de lo que habíamos planeado.
Los ojos de Sidney se entrecerraron.
—Decide —exigió.
—Me iré. Pero que sepas esto… nunca vas a recuperar a Brittany. Ya sabe que eres una zorra, y no va a volver contigo. Nunca.
—Quiere a sus hermanos. Estuve con ella lo suficiente como para conocer sus debilidades.
El simple hecho de que fuera a utilizar el amor de Brittany hacia sus hermanos contra ella hizo que sintiera náuseas.
—Sal. De. Aquí.
No quería que volviera a entrar en la habitación de Brittany nunca más.
—Espero que te hayas marchado para mañana por la mañana. Y deja el anillo.
Sidney miró el antiguo anillo de compromiso.—. Va a dármelo a mí. Siempre quise un compromiso navideño.
«¡Por encima de mi cadáver! No voy a quedarme nada que pertenezca a Brittany, pero desde luego que ella nunca se lo pondría».
Finalmente, mi rabia alcanzó la superficie y no pude contenerla. Di unos pasos hasta Sidney, alcé la mano y le crucé la cara de una bofetada mientras oía el satisfactorio ¡zas! de mi mano al entrar en contacto con su cara.
—He dicho que salgas de aquí —repetí entre dientes apretados.
—Me has pegado, escoria de mierda —dijo furiosa.
—Vete o volveré a hacerlo —amenacé ominosamente, más que dispuesta a meterme en una pelea de gatas en toda regla. Ahora estaba enfadada y no sabía que hacer con mi rabia ardiente. Tal vez Sidney fuera mucho más alta que yo, pero era una flacucha y dudaba que tuviera pelea para rato.
Con la mano en la mejilla hinchada, me advirtió:
—Desaparece para mañana por la mañana.
Volviéndose, salió con andares afectados. Cerrando la puerta, eché el pestillo rápidamente; sabía que si volvía a verla tal vez no fuera capaz de contenerme. Me dejé caer sobre la cama, aterrizando sobre la espalda. ¿Qué coño iba a hacer? «Tengo que irme».
Todo lo que quería realmente era hablar con Brittany, pero sabía que me diría que no huyera y que ella se encargaría de los efectos colaterales. No podía permitir que eso sucediera. Parecía tan feliz con sus hermanos cerca. No quería problemas debido a mi pasado, no cuando afectaba a Brittany y a su familia.
El dolor en mi pecho era atroz al pensar en separarme de ella. Durante las últimas semanas, nos habíamos unido más y más. No tenía duda de que estaba enamorada de ella, y abandonarla dejaría una herida que probablemente nunca se cerraría.
«Tengo que amarla lo suficiente como para dejarla marchar».
Y la quería tanto y más que eso. Nunca habíamos tenido futuro realmente. Tenía que arrancarme la tirita y lidiar con mi dolor para poder pasar página con el tiempo. No tendría el trabajo prometido, pero ahora que no tenía antecedentes, podía conseguir otra cosa.
«Estaré bien. Estaré bien».
—¡Santana! ¡La puerta está cerrada! —sonó la voz de Brittany desde el otro lado de la puerta.
Me levanté de un salto, intentando aplastar el pánico que sentía ante la idea de vivir sin ella. Giré el pestillo de la puerta y la dejé entrar; después cerré y volví a bloquear el paso.
—¿Estás bien?
Cuando vi la compasión tierna en sus ojos al mirarme quise romper en llanto y la abracé, intentando memorizar su aroma. Sus brazos me rodearon la cintura de inmediato y me sostuvo así.
—Eh, algo va mal.
—No —lo negué—. Solo te echaba de menos.
—Creo que me alegro de eso —dijo con picardía.
—¿Todo bien con tus hermanos?
—Todo está bien. Creo que Sebastian va a mudarse a Denver para trabajar conmigo.
Sonaba aliviada y… feliz. Se me aligeró un poco el corazón. Sabía que quería volver a estar unida a sus hermanos, e iba a ocurrir.
Poco a poco, pronto la rota familia Pierce volvería a estar unida.
—Se te oye feliz.
—Lo estoy —contestó, deslizando una mano por mi espalda para apretarme el culo envuelto en unos vaqueros—. Solo quiero una cosa más estas Navidades.
—¿Qué?
—A ti —respondió con voz ronca.
—Ya me tienes —bromeé.
«Dios, tengo que mantener esta conversación ligera».
Dio un paso atrás; yo estaba fascinada por la luz en sus ojos azul líquido.
—Te quiero para siempre, Santana.
Me dio un vuelco el corazón al mirarla a los ojos. Eso también era lo que yo quería, aunque no iba a suceder. Pero quería que supiera algo:
—Mira, tengo algo que decirte, y no quiero que reacciones, ¿vale? Solo quiero que sepas algo.
Asintió, pero su gesto era de confusión. Inspiré profundamente.—En algún momento de este falso compromiso, se ha convertido en mucho más que una simple actuación. Me importas, Brittany. No sé cuándo, y no sé cómo ocurrió. Solo sé que es verdad.—Abrió la boca para decir algo, pero cubrí sus labios con los dedos mientras proseguía.—No tienes que decir nada. No tengo expectativas. Solo quería que lo supieras: estas han sido las mejores semanas de mi vida.
—No te comportes como si te estuvieras despidiendo, Santana —dijo con voz áspera, con mirada abrasadora.
Ladeó la cabeza y capturó mis labios antes de que pudiera reaccionar. Su lengua me penetró la boca con un objetivo determinado, y me abrí a ella. La necesitaba en ese preciso momento, tenía que estar con ella por última vez.
—Fóllame —exigí con urgencia en el momento en que liberó mi boca.
—Eso planeo —coincidió, dando un paso atrás para manosear la cremallera de mis Vaqueros.

DesahogoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora