SANTANALa idea de tener a Brittany en mi vida para siempre como mi mejor amiga, mi amante y mi esposa era abrumadora.
«Cosas así no le ocurren a mujeres como yo».
Volví a abrazarla, gimoteando contra su cuello.
—Joder, ¿es tan deprimente la idea de casarte conmigo? —preguntó Brittany mientras me rodeaba fuertemente con los brazos.
—No —respondí con una tos que sonó más parecida a un sollozo—. Es increíble. Pero para una mujer como yo, es prácticamente una fantasía que la mujer de mis sueños me pida que me case con ella.
—Soy una idiota, San. Pero si aceptas aguantarme, me harás la idiota más feliz del mundo.
No pude evitarlo. Me reí. Tal vez Brittany fuera arrogante, mandona y estuviera decidida a salirse con la suya cuando pensaba que tenía razón, pero sus cualidades positivas compensaban todas esas cosas con creces. Además, a veces me gustaba su carácter mandón. Cuando no me gustaba, estábamos obligadas a discutir, pero nada de eso importaba. Nos queríamos, así que siempre haríamos concesiones de alguna manera.
—Eres un poco mandona —cavilé en voz alta.
—Estoy de acuerdo —admitió sin reparos.
—Y no me gusta cuando haces lo que crees que es bueno para mí sin consultarme.
—No lo haré —prometió.
Se me deshizo el corazón y no pude seguir bromeando con ella.
—Pero eres mi princesa en mi cuento de hadas y me rescataste cuando no quería seguir intentándolo —admití con voz llorosa—. Creíste en mí e hiciste que volviera a sentirme como una persona valiosa. Muy pronto, yo también empecé a creer que lo era. Tengo trabajo que hacer si quiero reencontrarme y dejar mi pasado atrás, pero sé que quiero hacer eso contigo. No estoy segura de qué voy a hacer con mi vida, pero ahora sé dónde pertenezco.
—¿Dónde? —preguntó con nerviosismo.
—Contigo —le susurré suavemente al oído—. Siempre contigo, si de verdad me amas.
—¿Eso es un sí? —preguntó con voz ronca.
—Sí, por favor. Te amo tanto que duele. Quiero casarme contigo.
Los lagrimones seguían cayéndome por las mejillas, pero no me importaba. Después de lo que había parecido un infierno de por vida, ahora tenía lo más valioso que había poseído en mi vida: el amor de Brittany.
—No quiero que sufras nunca, San. Creo que las dos necesitamos dejar el pasado donde pertenece: en el pasado. Es historia. Nunca fuiste culpable de nada excepto de dejarte el culo trabajando para sobrevivir.
Sus brazos se estrecharon en torno a mí, posesivos.—. Te daré todo lo que esté en mi mano para hacerte feliz. ¿Qué planes tenías antes de ser arrestada?
Suspiré y apoyé la cabeza en el fuerte hombro de Brittany.
—La escuela de cocina. Mercedes me estaba ayudando a conseguir becas y a encontrar una escuela que me permitiera trabajar mientras estudiaba.
—¿En Colorado?
Asentí.
—¡Gracias, hostia! —exclamó—. Lo último que quiero es que tener que estar lejos de ti para hacerte feliz. ¿Todavía quieres asistir a la escuela?
—Más que nada —dije con melancolía.
—Encontraremos la mejor escuela de la zona y no dudes en probar nuevas recetas conmigo —dijo magnánimamente.
Reí con nerviosismo porque estaba contentísima.
—Gracias. Eso es muy amable por tu parte.
—Soy una cabrona egoísta —corrigió—. Y tú eres una cocinera increíble.
«Dios, adoro a esta mujer. Me hace sentir como si pudiera hacer cualquier cosa».
—Te amo —le dije sin aliento; mi corazón latía con fuerza con la adrenalina de amar y ser amada—. Te prepararé cualquier cosa que sea capaz de hacer. Es lo único que se me ocurre para devolverte lo que me has dado.
—No me importa lo que hagas, siempre que seas feliz. Cocina. No cocines.
Me volvió sobre mi espalda con cuidado y cubrió mi tronco con el suyo. Sus oscuros ojos de azul cielo eran intensos cuando nuestras miradas se cruzaron y se sostuvieron. Sabía que había llegado la hora de liberarse, de desahogarse del pasado. Todo lo que había ocurrido era una desgracia, pero el karma me había proporcionado un futuro increíble, y una mujer que nunca dejaría que volviera a sentirme sola y asustada. Si tuviera que volver a pasarlo todo para terminar donde estaba en ese momento, lo haría sólo para estar con ella.
Tal vez todavía tendría alguna pesadilla ocasional, y no sabía cómo me sentía con respecto a mi abuela, pero ya lo averiguaría más adelante. Lo único que importaba era vivir para el presente, y sentirme agradecida de que el destino hubiera arrojado a Brittany Pierce en mi camino.
Brittany tenía razón. Yo no era culpable de nada excepto de intentar ser mejor persona. En adelante, tendría que olvidar mi rabia y mantener la cabeza tan erguida como pudiera. Era joven. Era increíblemente feliz. Y sabía que era capaz de hacer cosas buenas.
Las Sidneys del mundo podían irse al infierno.
Alcé la mano y envolví su mandíbula, dejando que mis dedos jugaran sobre sus labios.
—Yo también te amo, Brittany. Olvidaremos el pasado juntas.
—Trato hecho —accedió con voz ronca—. Tengo algo que quiero darte, pero no quiero volver a hacerte llorar.
Hizo parecer que mi llanto era peor que la tortura para ella. ¿No entendía que estaba llorosa porque estaba abrumadoramente feliz?
—No voy a llorar —prometí.
—Bien. —Me sonrió mientras rodaba hasta bajar de la cama. Se acercó hasta su armario y sacó una fotografía enmarcada del fondo del armario.
—No he tenido oportunidad de envolverla y ponerla debajo del árbol.
Durante un momento, me encontré tremendamente distraída con su cuerpo desnudo, los ojos clavados al culo más sexy y prieto que había visto en mi vida. Hasta que se dio la vuelta y me recibió la vista de sus senos, sus pezones rosas, sus curvas y su uhmmm…
Mis ojos devoraron cada músculo definido a medida que volvía a la cama. «Dios, ¿me quedaré muda y atónita siempre con sólo verla desnuda?». Vestida o desvestida, verla siempre me dejaba sin aliento.
Le devolví la sonrisa mientras alargaba el brazo para aceptar el gran marco. Medía al menos treinta centímetros de ancho y lo mismo de alto, y pesaba, probablemente debido al marco ornamentado. Le di la vuelta y me quedé inmóvil mirando el rostro que parecía devolverme la mirada.
Era una fotografía de mi padre. Me quedé boquiabierta con la sorpresa y, contraria a mi promesa, se me llenaron los ojos de lágrimas.
—Ay, Dios. ¿Cómo?
Yo no tenía fotografías de mi padre. Lo había perdido todo, incluida la mayor parte de mis objetos personales cuando me encarcelaron.
—La encontré en los registros públicos. La he retocado digitalmente y la he agrandado. Te pareces a él, San.
La fotografía original podría haber sido de una identificación de trabajo, o una foto tomada por un compañero. Era un primer plano, únicamente de la cabeza y los hombros, pero mi padre sonreía a la cámara, sus hombros anchos cubiertos por una de sus habituales camisas de trabajo azul marino.
Me temblaban los dedos al trazar el contorno de la cara de mi padre en su cubierta de cristal.
—Así es como lo recuerdo. Independientemente de lo mucho que trabajara o de lo difícil que fuera la vida, siempre estaba sonriendo.
Brittany volvió a sentarse en la cama y me rodeó con el brazo.
—Entonces se parecen mucho —observó.
Nos parecíamos. La fotografía prominente me devolvió un pedacito de mi padre, y me hizo recordar lo orgullosa que me sentía de ser su hija.
—¿Cómo te doy las gracias por algo así?
—¿Bésame? —sugirió esperanzada.
Cogí la fotografía y la puse con cuidado sobre mi mesa de noche. Era demasiado grande para ponerla en una estantería, pero ya encontraría dónde colgarla más tarde.
Rodeando su cuello con los brazos, me acerqué más a ella y susurré contra sus labios:
—Gracias. —Entonces, la besé, volcando cada emoción que sentía en el abrazo.
Resultaba gracioso lo parecidos que eran nuestros regalos de Navidad. Yo había comprado un marco enorme y había colocado fotos de ella, su padre y sus hermanos en los espacios provistos; fotos que aparecían metidas en cajones por toda la casa. Pensé que quedaría bonito en su despacho. Era extraño cómo ambas parecíamos querer que la otra recordara tiempos más felices, un tiempo anterior a que nuestras vidas quedaran arruinadas.
Aquel regalo, junto con otros más pequeños, ya estaba envuelto y debajo del árbol para que lo abriera por la mañana.
Ambas terminamos el beso casi sin aliento. Brittany se levantó y me ayudó a ponerme de pie, desvistiéndome lentamente como si llevara años haciéndolo antes de dejarme con cuidado sobre la cama y envolverme con las sábanas y con la colcha.
Fue hasta el armario, se puso un albornoz rápidamente y se dirigió hacia la puerta.
—¿Qué haces? —pregunté desde mi cómodo capullo.
—Asegurarme de que Sidney se haya ido por la mañana.
Salió antes de que tuviera oportunidad de decir nada más, pero volvió unos minutos después. Brittany se quitó el albornoz, apagó la luz y se deslizó junto a mí.
—Hecho —afirmó mientras me recogía entre sus brazos.
Casi ronroneé satisfecha cuando nuestros cuerpos se encontraron piel con piel.
—¿Tan rápido?
—Cariño, no da tanto miedo como crees. Es una mujer que hace presa de hombres ricos. Lo último que haría es ir revelando secretos. No es bueno para sus perspectivas de futuro.
—¿Dante está bien?
—Hacer que se fuera temprano ha sido idea suya. Una vez que le dije que te estaba amenazando, estaba listo para librarse de ella. Le gustas. Y también a Sebastian.
—Me gustaría contarles la verdad en algún momento —le dije dubitativa.
Siempre había querido un hermano, y planeaba convertir a la familia de Brittany en la mía propia.
—Entonces, díselo. Puedes decidir tú misma si quieres compartir tu pasado o no. A mí no me importa de ninguna manera, excepto que odio lo mucho que has sufrido.
Me acurruqué contra su cuerpo cálido, tan contenta que no podría moverme si la casa estuviera en llamas. Dios, me encantaba la manera en que confiaba en mi juicio, la manera en que estaba dispuesta a aceptar cualquier cosa que decidiera hacer.
—Me lo pensaré.
Estaba cansada y se me cerraron los ojos mientras me relajaba contra su cuerpo.
—Te amo mucho. Feliz Navidad, Brittany.
—Feliz Navidad, cariño —contestó besándome con ternura en la frente.
A medida que me quedaba dormida, me maravillé ante el hecho de que aquellas Navidades no hubieran ido exactamente como había planeado. Sabía que aquel trabajo con Brittany cambiaría mi vida, pero no sabía cuánto. Cuando elegí mi plan A el día que conocí a Brittany, nunca imaginé que no solo me salvaría de las calles, sino que terminaría siendo realmente amada.
Para una mujer como yo que nunca había conocido mucho amor en su vida, no era nada menos que un milagro, y el mejor regalo que pudiera recibir.
Me dormí con una sonrisa en los labios y abrazando estrechamente el mejor regalo de Navidad de mi vida.