BrittanyTodavía sigo intentando descifrar cómo has conseguido una mujer que cocine tan bien como Santana —dijo Sebastian Pierce con aire despreocupado mientras se bebía un whisky de un trago.
No me había dado cuenta de lo mucho que echaba de menos a Sebastian y a Dante hasta que llegaron por Navidad. La presencia de Sidney tensaba las cosas, pero mi hermano pequeño no parecía perdidamente enamorado de ella. Al menos, esperaba que no lo estuviera.
Santana había sido increíble, preparaba comidas deliciosas y encantaba a mis hermanos hasta el punto de que juraría que ambos estaban medio enamorados de ella, cosa que me sentaba fatal. Para ser sincera, San estaba siendo ella misma, pero eso bastaba para que ambos quedaran intrigados, sobre todo porque no era exactamente la clase de mujer con la que solía salir.
—Soy una tipa con suerte —contesté, mirando a mis dos hermanos, sentados en lados opuestos del sofá del salón, desde mi asiento frente a ellos.
San había desaparecido después de la cena diciendo que tenía que envolver unos regalos antes de retirarse arriba. Sidney dijo que estaba cansada y también desapareció, aunque eso no me partió el corazón. Había visto bastante de esa zorra venenosa como para una vida.
Era Nochebuena, y yo había conseguido no pasar ni un minuto a solas con Sidney. Santana permaneció a mi lado, representando tan bien el papel de prometida amantísima que empezaba a acostumbrarme a ello. No puedo mentir. Me encantó cada minuto de que fuera mía, aunque fuera una fachada.
—Tienes mucha suerte, Brittany —coincidió Dante con una voz grave y pensativa—. No es fácil encontrar a una mujer a la que no le importe que seas rico y que no te quiera únicamente por tu dinero. Creo que puedes decir con toda seguridad que a Santana no le importa un bledo. Me doy cuenta de que solo quiere que seas feliz.
Lo miré boquiabierta, preguntándome por qué Dante pensaba eso. Casi me mató, pero tuve que preguntarle:
—¿Es así como es con Sidney?
—Ni remotamente —respondió Dante con desinterés.
—¿No crees que te quiera? —preguntó Sebastian, frunciendo el ceño mientras se levantaba para servirse otra bebida.
Yo seguí mirando fijamente a Dante, preguntándome qué estaba pasando en su cabeza. ¿Sabía que Sidney lo estaba utilizando?
—Sidney me resulta práctica. Está dispuesta a quedarse en la isla por lo que puedo darle, y tolera dejar que me la folle. ¿Alguno de ustedes cree que no sé que me está utilizando?
Nos miró a Sebastian y a mí con curiosidad. Joder, mi hermano pequeño era mucho más inteligente de lo que yo le reconocía.
—Entonces, ¿por qué la mantienes?
Dante se encogió de hombros.
—¿Quién más va a aceptarme? Quería follar y ella estaba dispuesta a sufrirlo si le daba bastante para compensar las molestias. No tengo ninguna fantasía de que le importe nada más que el dinero. Nunca le ha importado.
Había cierta amargura en la voz de Dante, pero sentí alivio de que no fuera a partírsele el corazón cuando Sidney decidiera que era hora de marcharse. De hecho, era más probable que Dante se cansara de sus lloriqueos y le pidiera él mismo que se fuera.
Sebastian volvió a dejarse caer sobre el sofá con un vaso lleno.
—Hombre, no te ofendas, pero Sidney es inaguantable, aunque sea una mujer muy atractiva.
Sonreí al percatarme de que Sebastian por fin había visto más allá del pelo rubio de Sidney y de sus ojos azul aciano para descubrir que no había nada en su interior que combinara con la belleza de su exterior. Dante se encogió de hombros.
—No me ofendo. Es una zorra chiflada, y lo sé. Creo que empiezo a preferir sentirme solo que tenerla cerca. —Volvió la cabeza—. ¿Es eso lo que ocurrió entre ustedes, Brittany?
Casi me atraganté con la bebida. «¡Joder! Lo sabe».
—¿Qué? —Me quité la bebida de la boca con una tos.
—¿Tú también te hartaste de ella? ¿Es eso por lo que la dejaste?
Dejé escapar un gran suspiro.
—¿Cómo sabes que salí con ella?
Los labios de Dante sonreían, pero su mirada era triste.
—Puede que viva en una isla, pero tengo acceso a los medios de comunicación. Me aseguré de que tú y Sidney habían terminado antes de permitirle venir a la isla. Me sentía un poco mal ligando con una mujer con la que mi hermana había roto, pero no es como si tuviera gran variedad de mujeres entre las que elegir. Lo siento.
—No lo sientas —dije apresuradamente—. No era serio entre nosotras.
Asintió.
—Lo sé.
Sacudí la cabeza ante la ironía de que yo estuviera intentando proteger a Dante mientras él lamentaba salir con una mujer con la que yo había estado en el pasado.
—No sabía que saliste con Sidney. —Sebastian sonaba cabreado—. ¿Por qué no dijiste nada?
—Tal vez porque nunca te encuentro lo bastante sobrio para mencionarlo.
Mi tono era sarcástico y acusador. Sentí haber pronunciado las palabras casi de inmediato, pero no podía retirarlas. En realidad, había evitado decirle la verdad a Sebastian deliberadamente.
Observé cómo se oscurecía la cara de Sebastian, y dio un largo trago a su bebida llena.
—Por lo menos yo no tengo un palo del tamaño de una secuoya gigante metido por el culo —farfulló con amargura—. Lo siento si no soy tan perfecto como tú, hermana.
Yo no me consideraba tan estirada.
—No te pido que seas perfecto. Sólo te pido que intentes ser mejor. Deja de ir de fiesta todo el tiempo como forma de vida.
—No necesito ganarme la vida. Soy multimillonario. Tú ocupaste el lugar de Papá, así que, ¿qué esperas que haga?
—Fuiste a la universidad, Sebastian. Espero que madures. —Ahora estaba enfadada, enferma de que me criticara por algo que había tenido que hacer.
—¿Por qué? Nunca estaré a la altura de tus expectativas. ¿Por qué intentarlo?
—Yo no tengo expectativas. No soy Papá.
Miré a Dante, pero él no parecía dispuesto a meterse en la conversación. De hecho, parecía perfectamente feliz de dejarme resolverlo con Sebastian.
—Entonces deja de actuar como Papá —respondió Sebastian amargamente.
Empecé a hervir de furia.
—Nunca podré ser él. Nunca podría. Lo intenté, joder, pero nunca sería tan tranquila. Nunca sería tan sabia, y desde luego que nunca dirigiré Pierce tan bien como él.
—Lo haces increíblemente bien, Brittany —dijo Dante en tono alentador, decidiendo finalmente entrar en la conversación—. Eras joven cuando te hiciste cargo de la empresa.
—Me hice cargo porque tenía que hacerlo. Era la única lo bastante mayor para hacerlo. Creía que era la única que quería hacerlo. —Fulminé a Sebastian con la mirada—. Si querías aceptar la responsabilidad, ¿por qué coño no dijiste nada?
—¿Por qué no preguntaste? —me la devolvió enfadado.
Exploté.
—¿Crees que quería esto, joder? ¿Crees que quería ocupar el lugar de Papá cuando murió? Solo tenía veintiún años, y no tenía ni idea de lo que estaba haciendo. Estaba dando palos de ciego, intentando terminar la universidad mientras trataba de cumplir el trabajo como Directora Ejecutiva de Pierce. No. Estaba. Preparada. Joder. Nunca creí que diría aquellas palabras, mucho menos a mis hermanos. Pero ya eran adultos y había que poner fin a la temporada de nuestro distanciamiento. Todos estábamos rotos, y quería volver a vernos de una pieza.
—No soy mucho más joven que tú. Podría haber ayudado
Sebastian rompió el silencio; su voz ya no sonaba enfadada.
—Todo lo que quería era que tú y Dante tuvieran la oportunidad de llorar su muerte, y la oportunidad de recuperarse y llevar una vida normal.
Sabía que estaba respirando con fuerza, intentando poner mis emociones bajo control.
—Nuestra vida nunca iba a volver a ser normal —respondió Dante con seriedad—. Supongo que ambos pensamos que querías el puesto de Directora Ejecutiva y que nos querías fuera del negocio familiar. Yo sentí alivio al decirte la verdad. No quería ser un hombre de negocios.
Nunca fue algo que quisiera. Yo lo sabía. Pensaba que Sebastian también quería algo más. Miré pensativamente a mi hermano mediano y pregunté:
—¿Y tú? ¿Qué querías tú?
—Yo quería a mis hermanos —respondió Sebastian con voz áspera—. Quería que Papá volviera.
—Yo también quería eso. Pero tanta gente dependía de mí que supe que tenía que mantenerlo todo bajo control.
—¿Creías que tenías que mantenerte distante para seguir adelante? —preguntó Dante.
—Sí. Durante una temporada estuve en un terreno muy inestable, pero no quería que nadie lo supiera. —Estaba aterrorizada, pero no lo admití—. Todavía echo de menos a Papá todos los días —confesé.
—Todos lo echamos de menos —respondió Dante—. Creo que simplemente lo llevamos de distinta manera. Durante una temporada, yo me sentí culpable por haber vivido y que él hubiera muerto.
Sebastian y yo miramos a Dante con expresiones estupefactas. Mi hermanito pequeño había pasado tanto. Me fastidiaba que también tuviera que lidiar con la culpa de haber vivido cuando nuestro padre se había ido.
—No, Dante —pedí.
Mi hermano pequeño alzó una mano.
—Ya lo superé. Pero me llevó tiempo. Por desgracia, creo que Sebastian aún tiene asuntos pendientes.
—Yo no…
Interrumpí a Sebastian.
—Lo siento. Siento no haberles preguntado qué queríais a ninguno de los dos. Di demasiado por sentado. Estaba abrumada.
—Por mí no hay problema —respondió Dante, mirando directamente a Sebastian—. Como he dicho, agradecí que te hicieras cargo.
Sebastian puso su bebida sobre la mesa y dejó escapar un largo suspiro.
—Yo no estaba agradecido. Estaba celoso. Quería ser capaz de ser como tú, Brittany. Quería ayudarte, quería ser bastante mayor para ayudar.
—No desees eso —gruñí—. Era una mierda.
Durante años, había bloqueado cada emoción que sentía solo para mantener el control. Santana había sido la única capaz de atravesar mi apariencia de seguridad tranquila para verme exactamente como era. Nunca sentí luto por mi padre, y nunca había superado todo lo que había perdido.
—Tienes razón, Brittany. Tengo que madurar —admitió Sebastian reclinándose contra el sofá.
—¿Qué quieres hacer cuando seas mayor? —pregunté de broma.
Sebastian sonrió.
—¿Tal vez ser el segundo de a bordo en Pierce? Estoy pensando que tal vez podría volver a comprar mi parte.
Lo último que haría mi hermano en su vida era ser el segundo en nada.
—Sólo aceptaría una asociación igualitaria. Tendrás que apoquinar el dinero para ser socio.
Sebastian había estudiado Ingeniería, y siempre di por sentado que empezaría su propia firma de ingeniería. Después de todo, su formación complementaria era en Dirección de Empresas. En realidad sería un socio increíble si dejaba la bebida y las fiestas.
—Podría quitarte parte de la carga, Brittany —dijo Sebastian dudoso—. Creo que me gustaría eso. Podría dirigir algunos de los proyectos de construcción.
—Odio esa parte —le dije frunciendo el ceño.
Sebastian sonrió.
—Parece que podría funcionar.
—No voy a trasladar las oficinas centrales a Texas otra vez. —Llevaba demasiado tiempo trabajando para centralizarlo todo en Denver, y me gustaba.
—Venderé la propiedad y trabajaré aquí —cedió Sebastian.
—No será fácil —le advertí, a sabiendas de que sería difícil vender el patrimonio que tenía en Texas, incluida la mansión familiar cerca de Dallas que Sebastian poseía en la actualidad y donde vivía, cuando estaba en casa, claro.
—No necesito que sea fácil —dijo Sebastian con voz áspera y rotundamente—. Sólo necesito un propósito.
—Ya tienes uno —respondí rápidamente; sabía que quería que mi hermano volviera conmigo. Veía su determinación, y no tenía dudas de que podía cambiar de conducta. Sebastian asintió.
—Creo que ahora, sí.
Miré a mis dos hermanos, preguntándome cómo podía haber estado tan equivocada en lo que respectaba a Sebastian. ¿Había hecho lo mismo con Dante?
Como si oyera mis pensamientos, Dante señaló secamente:
—No pienses que yo me voy a mudar a Denver. Me gusta mi soledad.
«Vale». Tal vez había acertado en lo referente a Dante.
—Empezaré a trabajar en venderlo todo y en la mudanza justo después de las vacaciones—dijo Sebastian entusiasmado.
Tuve que sonreír ante su entusiasmo, y mi corazón se sentía más liviano que en años.
—Entonces, ¿estás listo para abandonar tu vida social?
Me percaté de que el whisky de Sebastian permanecía intacto, y de que no lo cogía impaciente. No le había visto darse un descanso al beber desde que había llegado.
—Se estaba volviendo aburrido —respondió sinceramente—. Creo que tal vez intente buscarme una mujer como Santana y que acabe sentando la cabeza.
—Tócala y, hermano o no, te mato —gruñí, sólo parcialmente sería.
Sebastian alzó una mano en señal de rendición.
—Obviamente está enamorada de ti. Si no estuviera tan colgada por tu culo, probablemente intentaría atraerla. Hace una pasta increíble.
—Es más que una buena cocinera —dije irritada—. Lo es todo para mí.
Me di cuenta de que ya no estaba actuando. Santana había llegado a significar muchísimo para mí en un periodo muy corto de tiempo. Separarse después de que terminaran las vacaciones ya ni siquiera era una opción. La necesitaba, y no quería imaginar lo que sería mi vida sin ella. Creo que desde el principio supe que nunca la dejaría ir.
—Eso es muy intenso —farfulló Sebastian—. No creo que nunca conozca a una mujer sin la que no pueda vivir.
—Yo tampoco lo creía —confesé—. Pero a veces nada puede evitar que te sientas así.
«Demonios, yo lo he intentado». Había golpeado mi saco de boxeo hasta que cada músculo de mi cuerpo gritaba, pero no conseguí echar a Santana de mi alma.
—Mejor tú que yo —replicó Sebastian—. Yo no quiero sentirme así.
—Yo tampoco —añadió Dante—. ¿Cómo se conocieron?
En ese momento no había nada que quisiera más que confesarlo todo sobre Santana y sobre mí. Pero no podía. Todavía estábamos intentando arreglar nuestra relación, y no quería arruinar el progreso que habíamos hecho contándoles que lo había planeado todo con Santana. Además, le gustara o no, iba a ser mía.
—Es una larga historia —respondí sencillamente—. Pero nunca lo ha tenido fácil, y merece ser feliz.
—Me gusta —dijo Sebastian abiertamente.
—A mí, también —añadió Dante.
Asentí, contenta de que les gustara Santana, porque iban a verla conmigo para siempre. Quizás no resultara fácil convencer a San a de que se quedara, pero haría que me amase, y nunca querría irse. No importaba lo mucho que tuviera que esforzarme para conseguir que se quedara. Merecería la pena si conseguía que se quedara para siempre.
«¿Y qué pasa si no quiere quedarse? Teníais un acuerdo, y puede insistir en que lo cumplas. Ella ha cumplido con su parte».
La mera idea de Santana diciendo adiós me volvía loca. Decidí no pensar en el fracaso, porque no era una opción. Se quedaría. Nunca se marcharía. Sería mía para siempre, joder. Tal vez luchara contra lo inevitable, pero de alguna manera le haría ver que debíamos estar juntas.
Y, al final, yo ganaría.
No era tan arrogante con respecto a Santana como lo era con respecto a los negocios. Ahora ella era algo más que negocios para mí, y probablemente lo hubiera sido desde el momento en que entró atrevidamente en mi despacho. Pero yo ganaría. Ahora tenía que hacerlo para salvar mi cordura.