Capitulo 13

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SANTANA

En realidad no debería haberme sorprendido ver a la mujer a la que odiaba más que a ninguna otra fémina viva presentándose en la fiesta de un Pierce. Lo que me conmocionó fue que se acercara a mí y me pidiera hablar conmigo en privado. Todo lo que podía pensar era que iba a advertirme que me delataría si volvía a ver mi cara en su círculo social.

Me abracé para esperar su sermón cuando me condujo hasta una sala pequeña y vacía que era exactamente igual de lujosa que el resto del club de campo.

—Por favor, siéntate —dijo la mujer mayor.

—Preferiría quedarme de pie —respondí con rigidez mientras me zafaba de su ligero agarre. Dudaba que aquello fuera a alargarse demasiado.

—Es una historia bastante larga, Santana Marie. Por favor.

Se sentó en un sofá dorado e hizo un gesto hacia el sillón a juego que había frente a ella. Nadie me llamaba nunca por mi nombre completo, de modo que captó mi atención. Me posé incómoda sobre el borde del sillón, lista para escabullirme de la habitación si empezaba a arengarme.

¿A quién estaba engañando? Aquel encuentro solo consiguió que me diera cuenta de que aunque mi historial estuviera limpio, nunca me libraría de mi pasado.

El tiempo pasado en prisión tenía una manera de pasar factura a una persona, fuera culpable o no. A ojos de algunos, yo siempre sería una ladrona, una delincuente convicta.

Mis ojos ascendieron desde su posición anterior, es decir, hacia el suelo. Yo no era culpable de nada, y ya no tenía ninguna razón para temer a aquella mujer. Aun así, nuestra confrontación me hizo sentir náuseas.

Apenas conocía a Nora Mitchell; solo la vi una vez brevemente antes de la fiesta de cumpleaños de su hijo. Nunca vino a mi juicio, pero entregó una declaración por escrito. Supuestamente, por aquel entonces estaba demasiado enferma como para ir en persona. Era
atractiva para una mujer de su edad, que suponía eran probablemente unos sesenta y pocos.

Al contrario que algunas mujeres ricas, no intentaba cubrir su edad con tintes de pelo, y su peinado corto era rizado y de un gris plateado atractivo. Su vestido era de un bonito azul pastel, más elegante que llamativo, y lucía algunas de las piezas de joyería que faltaron una vez, cosa que hizo que me encogiera al reconocer las piedras preciosas.

—Lo primero: quiero pedirte disculpas. Te condené sin conocer todos los hechos.

«Vale». Me dejó conmocionada, y tenía la certeza de que estaba boquiabierta mientras la miraba en silencio. Prosiguió.

—No quería creer que Karen pudiera robarme, cuando debería haber sido perfectamente evidente que lo había hecho. Lo único en lo que podía pensar era en protegerla. Todo lo que intenté hacer siempre fue protegerla.

—No entiendo.

¿Por qué iba a importarle mi madre a Nora Mitchell? Había sido una acompañante temporal durante un periodo de tiempo muy corto.

—Karen era mi única hija, Santana. Tu madre era mi hija.

Me llevé una mano al estómago cuando empezó a revolvérseme como protesta.

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