Capitulo 1

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CAPÍTULO 1
SANTANA
En el presente...

La Srita. Pierce está lista para verla. -La voz femenina de desaprobación estaba unida a un cuerpo y a una cara que bien podrían pertenecer a una supermodelo. Miré a la mujer, inclinando la barbilla solo un poco al levantarme. Era pobre, estaba hambrienta y estaba desesperada. Pero ni loca iba a dejar que doña Perfecta lo supiera. Tal vez resultara obvio que no era rica, pero nunca le permitiría saber que me intimidaba mi falta de recursos. Los millonarios no me impresionaban tanto como a mi madre, y nunca había anhelado la riqueza. Lo único que siempre había querido era vivir una vida feliz, una existencia sin miedo. Hasta entonces, no había llegado a eso... de momento. Pero me negaba a desistir. «Las personas son personas, y los ricos pueden ser tan malos como una persona estancada en la pobreza».

Le hice un gesto de asentimiento.

-Gracias. -No es que me sintiera agradecida de que me hubiera mantenido a la espera durante horas solo para hablar con su jefa, pero dije esas palabras porque estaba acostumbrada a ser educada. Mi padre me había enseñado buenos modales desde el momento en que empecé a hablar. Siempre decía que recibes lo que das. Con el paso de los años desde su muerte, me pareció que su teoría era un poco imperfecta, pero creía que tenía razón en casi todo. De modo que intentaba recordar sus palabras y ser cordial con todo el mundo. Por desgracia, mi vena latina no era siempre tan paciente como lo había sido mi padre. Llevaba esperando prácticamente todo el día en un rascacielos del centro de Denver que pertenecía en su totalidad a Pierce Enterprises sólo para verla a ella.
Brittany S. Pierce era una mujer por la que me inclinaba a sentir aversión, pero era mi única esperanza en ese momento, y yo era una superviviente. Intentando actuar como si perteneciera a la planta superior de aquel elegante edificio, que no era el caso, crucé la oficina de unos pasos hasta alcanzar a la rubia perfectamente arreglada. Me esforcé en aparentar dignidad en un par de vaqueros rotos y una camiseta que había visto tiempos mejores. Yo llevaba el pelo oscuro y rizado recogido con cuidado en una coleta baja en la nuca. Aun así, sabía que probablemente parecía lo que era: una mujer pobre que no tenía ni un centavo.

Algunos de los más amables me llamaban «café con leche», o «spicy cracker», que significa «tostada picante». Mitad mexicana y mitad caucásica, yo era lo que las personas no tan amables llamaban «chucha» o «perra callejera». Tal y como una perra de raza mixta, no sabía dónde encajaba en el mundo ni quién era exactamente. Todo lo que sabía era que me había rebajado tanto como para buscar a un Pierce, lo cual quería decir que no tenía a nadie más a quien recurrir. Doña Perfecta abrió la puerta al santuario de Brittany S. Pierce como si se tratara de una ocasión solemne. Me pregunté si sonreía alguna vez y, de hacerlo, ¿qué ocurriría? Lo más probable era que se le resquebrajara el rostro. Su gesto ceñudo, estirado y estoico no había cambiado en todo el día, a pesar de que me mostré cortés con ella constantemente. Resultaba obvio que no le preocupaba mucho lo que daba... ni lo que recibía a cambio. Al menos, no en cuando se trataba de una mujer como yo.

Pasé junto a ella sin hacer ruido, intentando no volver a vislumbrar su gesto altanero. Durante horas, me había estado observando como si fuera una cucaracha a la que había que aplastar, y me estaba cansando. Mi afabilidad tenía un límite. Cuando por fin entré en el despacho de Brittany S. Pierce, no me percaté de la decoración elegante y contemporánea ni del caro arte moderno en la pared. No vi los impresionantes ventanales que iban del suelo al techo y dejaban al descubierto una vista increíble de la ciudad desde el último piso. No se debía a que su despacho no abarcara todo eso y más. Simplemente, yo... no podía. Fijé la mirada en ella de inmediato y fui incapaz de apartarla. Intenté recordarme que ni podía ni debía gustarme, y me acerqué lentamente hacia su escritorio descomunal, incapaz de ignorar las hormonas que parecían emanar de su figura.

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