SantanaEste sitio es un antro —gruñó Brittany mientras cogía una pinchada de una pila de comida mexicana de un enorme y rebosante plato de papel.
Dejé de engullir durante el tiempo suficiente como para mirarla. Prácticamente había atacado mi burrito en el momento en que me lo pusieron delante, y desde entonces no había parado para coger aire. Mirando alrededor hacia las paredes vistosas del pequeño restaurante, tenía que reconocer que Brittany S. Pierce llamaba la atención como un pulgar dolorido. Me había preguntado dónde quería comer, y le conduje de vuelta a mi vecindario, una zona que no tenía los mejores restaurantes y estaba situada en uno de los barrios con mayores tasas de delincuencia de la ciudad. No pude evitar sonreír mientras observaba a la maravillosa mujer frente a mí con su traje a medida, sentada en una mesa desvencijada cubierta con un mantel de plástico muy usado. No pertenecía a aquel lugar. Pero yo sí.
—Es la mejor comida mexicana de la ciudad.
Era un restaurante familiar, y la comida era fantástica. ¿Qué importaba si no había porcelana fina ni muebles elegantes? La observé mientras prácticamente inhalaba el plato del día, con una mirada apreciativa en la cara. Asintió.
—Es buena. ¿Cómo has encontrado este sitio?
Me encogí de hombros.
—Vivo justo a la vuelta de la esquina.
Brittany frunció el ceño y dejó su tenedor en el plato prácticamente vacío.
—¿En este barrio? Es peligroso, sobre todo por la noche.
Yo no reconocería la diferencia entre un barrio bueno y uno malo. Aquello era mi hogar.
—No está tan mal.
Sabía que sonaba a la defensiva, pero me fastidiaba que fuera una engreída con respecto a un barrio donde yo había vivido durante años.
—Te vienes a casa conmigo. Tu trabajo empieza ahora.
Me lanzó una mirada que decía que no cambiaría de opinión. Yo suspiré.
—Bien puedo hacerlo. De todas formas me van a desahuciar.
Mi situación era grave, y no me gustaba contarle a una mujer como Brittany S. Pierce lo perdedora que era, pero ésa era la verdad. Su expresión era tormentosa cuando cogió el tenedor y empezó a comer de nuevo.
—Llamaré a una empresa de mudanzas para que vayan a por tus cosas.
—No hace falta. Puedo subir un momento a recogerlas. No tengo gran cosa.
Aquello era un eufemismo, pero intenté mostrarme desenfadada. Todo lo que tenía cabía en una mochila. Vivía en un estudio escasamente amueblado con cosas que había conseguido gratis. La ropa que tenía entraba en mi mochila andrajosa.
—¡Dios! ¿Quién cuida de ti, Santana? ¿Dónde están tus padres? ¿Cuánto tiempo llevas por tu cuenta?
—Nadie cuida de mí. Soy adulta y estoy sola desde que tengo diecisiete años. Mi padre era un jornalero nacido en México que murió cuando yo tenía catorce años, y mi madre volvió a casarse y se mudó cuando yo tenía diecisiete. Ahora está muerta.
No quería pensar en mis padres, en mi familia. Todavía echaba de menos a mi padre, a pesar de que hacía prácticamente una década desde que faltaba. Mi madre era otra historia. La odiaba y el sentimiento era mutuo antes de que muriera. Tenía bastantes razones para albergar resentimiento y rabia contra mi madre. Haber hecho que mi padre y yo nos sintiéramos como una mierda en su zapato era solo una de ellas.
Brittany posó el tenedor en su plato, ahora vacío.
—¿Así que eres mexicana?
—Mitad —corregí—. Mi madre era estadounidense y blanca. Yo nací aquí.
Para ser sincera, habíamos viajado mucho en Estados Unidos hasta que mi padre murió. Él iba donde había trabajo en las granjas, y mi madre y yo íbamos con él. Mamá se quejaba constantemente de la vida sucia y miserable que le proporcionaba mi padre, pero él siempre había trabajado largas y duras jornadas en el campo para alimentarnos.
A veces me preguntaba por qué mi madre se había casado con mi padre. Mi infancia no fue más que escucharla criticándole por su pobreza. Sin embargo, mi padre nunca dejó de intentar complacerla.
Por desgracia, él nunca la hizo feliz, ni siquiera cuando murió intentando mantener a nuestra familia intacta. Ella estaba amargada porque mi existencia la mantenía atrapada en el mismo lugar, hasta el día en que se marchó buscando una vida diferente y dejándonos atrás a mí y, por lo visto, todos aquellos malos recuerdos.
Mi padre me había querido. Mi madre me había odiado. Tal vez yo hubiera hecho las paces con el hecho de que no era responsable de la infelicidad de mi madre. Pero, en ocasiones, sus palabras amargas todavía me acosaban.
—¿Por qué te dejaron sola cuando tu madre volvió a casarse?
La pregunta de Brittany hizo que me sintiera incómoda.
—Yo ya era adulta, iba a graduarme del instituto. Ella ya había cumplido sus obligaciones conmigo.
Los ojos de Brittany se volvieron glaciales.
—Una adolescente de diecisiete años viviendo aquí no está preparada aún para vivir su vida.
Por lo que parecía, mi madre pensaba de otro modo. Me había dejado con algo más que facturas pendientes y una notificación de desahucio. Miré a la mujer que me defendía, y toda la rabia mal dirigida que había sentido hacia los Pierce se desvaneció. Lo que había ocurrido no tenía nada que ver con la familia Pierce, sino que todo tenía relación con una sola persona: mi madre.
—Salí adelante. No importa. —Nadie se había preocupado nunca lo suficiente por mí como para enfadarse realmente porque mi vida hubiera sido difícil. Sin embargo, por alguna razón, no quería la lástima de Brittany.
—A duras penas —farfulló Brittany mientras se levantaba—. Vámonos de aquí.
Me metí en la boca lo que quedaba de mi burrito mientras observaba cómo pagaba la cuenta y le ofrecía a la camarera una propina generosa y una sonrisa carismática.
«Dios, es encantadora cuando no está gruñendo». Miré cómo hacía cumplidos a la camarera hispana en un español fluido, haciéndole saber lo mucho que había disfrutado de la comida. De alguna manera, no me sorprendió que hablara una lengua extranjera a la perfección. Parecía la tipa de tía que lo hacía todo bien.
Aunque, al ver su plato vacío frente a mí, pensé que probablemente estuviera diciendo la verdad sobre gustarle la comida, a pesar de que obviamente no quedó impresionada con el ambiente.
Me lanzó una mirada mientras yo seguía masticando el último bocado de mi burrito. Estaba llena, pero no iba a dejar un pedazo de comida en el plato ni de broma. Cuando una persona no sabe cuándo volverá a comer, dejar comida cuando la hay parece casi criminal. Tragué con fuerza mientras sus brillantes ojos azules me instaban a moverme. Brittany extendió la mano y dudé durante un instante antes de estirar el brazo y agarrarme. Me puso en pie con un solo tirón de su brazo, que estaba unido a un cuerpo muy duro.
Me quedé sin respiración al sentir su palma acariciando la mía y haciendo que me estremeciera de ansias por todo el cuerpo. ¿Cuánto tiempo había pasado desde que tuve la intimidad de un simple roce? ¿Cuánto había pasado desde que alguien me mirase con toda su atención?
Me sentí aliviada y decepcionada cuando apartó la mirada y empezó a tirar suavemente de mí hacia la puerta. De vuelta en su elegante deportivo negro, le indiqué la dirección hacia mi casa, avergonzada cuando le conduje por la escalera ruinosa hasta mi apartamento en el segundo piso.
No hizo ningún comentario mientras yo recogía mi ropa y dejaba la llave en la pequeña encimera de la cocina.
—Más tarde arreglaré cuentas con el casero —recalcó con el brazo apoyado contra el marco de la puerta, esperando.
—Vas a pagarme. Yo me encargaré.
Soné a la defensiva, pero no podía evitarlo. No quería que se encargara de mi casero ni de ninguna de mis otras responsabilidades.
—Ahora estas trabajando. ¿No he dicho que sigues mis órdenes?
Su voz era ronca y firme.
—No cuando se trata de mi vida personal.
Estaba empezando a enojarme.
—Este trabajo es personal.
Me colgué la mochila sobre el hombro y la fulminé con la mirada.
—Mira, quiero este trabajo. Lo necesito. Pero tú misma has dicho que esto eran estrictamente negocios. Aparte de un trabajo y la paga, no tienes derecho a meterte en mi vida. Enséñame lo que quieres que sepa, cómo quieres que actúe, cómo quieres que vista, y lo haré. Pero dirigir el resto de mi vida no forma parte del trato.
—¿Y si pienso que necesitas que alguien dirija tu vida? —Su pregunta era hosca—. Parece que hasta el momento no te ha ido tan bien haciéndolo por tu cuenta.
La rabia afloró a la superficie cuando pensé en cada trabajo sucio y difícil que había tenido en mi corta vida laboral. Sobreviví como pude.
—¿Y tú que coño sabes de supervivencia? —escupí—. Como si realmente entendieras cómo es ser una mujer como yo. Me he dejado el culo desde que tenía edad para trabajar. ¿Crees que quiero ser así? ¿Crees que quiero tener que suplicar trabajo y comida? —Inspiré profundamente, agitada, intentando controlar la rabia—. No cabe duda de que a ti te dieron todo lo que necesitabas y de que fuiste a una universidad de la Ivy League. Estoy segura de que empezaste con al menos un par de miles de millones de dólares; un comienzo muy difícil para ti. —Mi voz fue en aumento y desbordaba sarcasmo—. Estoy segura de que nunca te has preguntado si sería mejor estar muerta que seguir intentando sobrevivir.
Ya había ido por ese camino tantas veces que no recordaba cuántas había sopesado el hecho de que ni un alma me echaría de menos si yo dejara de existir. Brittany se movió tan rápido que no la vi venir. Me agarró por los hombros y tiró mi mochila al suelo, para después sujetarme contra la pared junto a la puerta.
—¿Alguna vez te has preguntado eso, Santana?—
No hablé. Seguía impresionada por el susto de sus movimientos rápidos como el rayo.
—Dímelo, joder. ¿Has pensado en eso?—
Sus ojos parecían un ardiente jade líquido cuando se clavaron en los míos.
Hiperventilanda, la miré desafiante, y de repente me atraganté con un sollozo de cansancio.
Estaba agotada, agotada de matarme solo para seguir con vida, pero la superviviente que había en mí nunca dejaría de luchar. Cogió un puñado de mis rizos negros; se me había soltado el pelo durante la disputa.
—Te lo has planteado —concluyó con mi falta de respuesta—. No vuelvas a pensar así. Nunca. No me gusta oírte hablar así.
Al responder se me escapó una lágrima solitaria.
—Lo siento, Srita. Pierce, pero no todo gira alrededor de lo que le gusta ni de lo que quiere. La vida es dura, y así sigue siendo.
Había aprendido que aunque fuera posible sobrevivir, la felicidad podía ser huidiza y fugaz. Cuando mi padre vivía, fui feliz durante las raras ocasiones que tuvimos juntos, solo nosotros dos. Había probado un pedacito de felicidad durante aquellas salidas. Aparte de eso, tenía poca experiencia con la alegría.
—Nunca debería haber sido tan difícil para ti, Santana. Tienes razón; nací privilegiada, pero la satisfacción puede ser igual de difícil para todo el mundo. La vida es dura, independientemente de cuánto dinero tengas. —El tono de Brittany era plano mientras seguía mirándola fijamente, pero la ira seguía ahí—. Simplemente, los problemas son distintos.
Medité un momento sobre sus palabras al bajar la cabeza jadeando con ansiedad contra su pecho, preguntándome si no había algo de cierto en ellas. Era verdad que Brittany Pierce no tenía que luchar para conseguir dinero, pero distaba mucho de ser feliz. Detrás de su ira, sentí su dolor. Tal vez tuviera razón. Tal vez la vida no fuera perfecta solo porque tuviera comida que llevarse a la boca, vehículos increíbles que conducir y ropa a medida que ponerse. Aun así, ella nunca se había puesto en mi lugar, con mis zapatillas desgastadas, ni yo había estado en el suyo, con sus tacones a medida.
—Hagamos una tregua —dije sin aliento—. Venimos de dos mundos distintos. Nunca nos entenderemos.
Necesitaba zafarme de su abrazo. Empezaba a embriagarme con su aroma y a embelesarme con su mirada feroz. Era alta, delgada, estilizada pero fuerte, y yo tenía que inclinar la cabeza para mirarla a la cara.
Se echó atrás ligeramente, sólo para poner una mano dulcemente a cada lado de mi rostro antes de decir con voz ronca:
—Creo que podemos comunicarnos a la perfección.
Abrí la boca para pedirle que me soltara, pero fue demasiado sigilosa y rápida, y bajó la cabeza para capturar mi boca en un encuentro exigente que me dejó indefensa y aturdida.
Ladeó mi cabeza para obtener mejor acceso a mi boca, donde su lengua ganó la entrada fácilmente y exigió más.
«Más. Más. Más».
Mi corazón titubeaba mientras rodeaba su cuello con los brazos. Mi cuerpo despertaba a medida que ella se apretaba contra mí y empujaba más profundamente en un beso ardiente y arrasador. Sentí que empezaba a sumergirme en su aroma, en su sabor; quería acercarme más, sentir que invadía mis sentidos hasta lo más profundo.
Apartó la boca de un tirón, maldiciendo.
—¡Joder! No debería haber hecho eso.
Brittany sonaba más enfadada consigo misma que conmigo. Apoyó la frente en mi hombro, con la respiración entrecortada. Mi corazón siguió latiendo a la carrera al darme cuenta de que tenía su mano en el culo, presionando mi sexo contra ella, y de que su otro brazo me rodeaba la espalda.
No se movió para soltarme ni yo intenté zafarme. Saboreé la sensación de ella, con mi cuerpo apretado firmemente contra su figura, más grande. Inspiré y dejé que su perfume fluyera en mi interior como un bálsamo calmante para mi alma.
Finalmente, pregunté:
—¿Por qué has hecho eso?
—Porque no he podido controlarme. ¡Joder! —Se echó atrás y soltó su abrazo—. Yo no pierdo el control. Nunca.
Sonaba enojada y, tras esa rabia, ligeramente confundida. Yo nunca había sido objeto de deseo de ningún hombre o mujer, y era un poco embriagador. Aun así, no llegaba a entender qué había visto en mí. Probablemente, Brittany tenía a la mayor parte de la población femenina a su disposición. ¿Por qué iba a perder el tiempo conmigo cuando podía follarse a una supermodelo?
—El sexo no forma parte de este acuerdo —le dije con voz temblorosa; parte de mí deseaba que sí formara parte.
Pero estaría mal por muchísimas razones. Me gustara o no, aquello tenía que limitarse a un negocio para mí. Cualquier otra cosa podría resultar un desastre, y ya había tenido suficientes sueños rotos e ilusiones hechas añicos.
Pasándose una mano frustrada por el pelo, respondió:
—Ya lo sé. No estoy buscando a una prostituta, joder.
Reculé como si me hubiera dado un golpe.
—Nunca he hecho... eso.
Su mirada feroz se cruzó con la mía, y sus ojos me devoraron.
—Sé que no lo has hecho.— El tono de Brittany era seco y ligeramente dolido.
—. No voy a contratar a una puta para que sea mi prometida. Independientemente de lo bien que representara el papel, mis hermanos averiguarían la verdad. Como he dicho, necesito a alguien convincente.
—Tengo un papel que representar, pero no voy a acostarme contigo.
Oh, pero vaya si quería hacerlo. Si eso no era más que una pequeña muestra de Brittany, yo quería un festín. Por desgracia, no podía atiborrarme. No de ella.
Una media sonrisa engreída se formó en sus labios.
—Vale, pero aun así voy a intentar hacer que me desees. Te lo garantizo.
Yo ya la deseaba. Era físicamente imposible que mi cuerpo no respondiera a una mujer como ella.
Me llevé las manos a las caderas.
—¿Por qué?
—Porque te deseo, Santana. Quiero follarte tan jodidamente bien que no te acuerdes ni de tu nombre, y que me supliques que te haga correrte.
Habló con un tono directo, pero sus ojos seguían siendo fuego azul.
Cerré los ojos con fuerza; no quería visualizar esa escena. Mi esfuerzo fue infructuoso.
—Eso no va a suceder. —Volví a abrir los ojos.
—Ya veremos. —Brittany seguía sonriendo. Su gesto era decididamente petulante.
—Besa mi culo —se me escapó un insulto en español antes de poder evitarlo.
—Desnúdate y te besaré algo más que ese precioso culo —prometió peligrosamente en inglés.
«¡Joder!». Ni siquiera podía insultarla en español porque entendería cada palabra. Al recordar su fuerte apretón sobre mi trasero me puse colorada cuando el sexo se me contrajo con fuerza, como si el cuerpo me suplicara que le dejara tomarme. Ella esta exicitada se notaba por su postura y la forma de sus piernas en sus inmaculados pantalones de traje.
—Eso no va a suceder.
Intenté sonar firme, pero a mis oídos, resulté incluso menos convincente que la última vez que había dicho esas mismas palabras. La verdad era que no estaba segura de que haría si me sacaba de mis casillas. Por suerte, no tuve que averiguarlo. Se echó mi mochila al hombro con facilidad; una carga que casi me había hecho desmoronarme bajo el peso. Brittany no dijo ni una palabra más mientras me indicaba que saliera por la puerta de mi apartamento.
—¿Tienes otra llave? —me miró de manera inquisitiva.
Rebusqué en el bolsillo del mechero de la mochila, saqué la llave de repuesto y cerré la puerta del apartamento. Después puse la llave en el bolsillo trasero de mis vaqueros.
—Voy a divertirme sacándola de ahí para ajustar cuentas con tu casero —dijo Brittany con una sonrisa en la voz.
Al instante, volví a meterme la mano en el bolsillo, cogí la llave y la metí por debajo de la puerta de inmediato.
—No, no lo harás. —Le sonreí con superioridad.
—Eso no va a detenerme, pero se carga toda la diversión —dijo encogiéndose de hombros.
La mirada de Brittany era seductora, y me costó trabajo resistirme a una Brittany sonriente. Tenía la sensación de que era algo que no hacía a menudo.
—Si lo haces, renunciaré.
—No, no lo harás. —La certeza en su tono de voz era irritante.
«¡No!». Probablemente no lo haría. Ahora que había perdido el apartamento, necesitaba un trabajo para sobrevivir. Me limité a levantar la nariz y puse los ojos en blanco. Me alejé dando pisotones al bajar por la escalera decrépita. Ella iba justo detrás de mí.
—Tu temperamento de latina es muy caliente. —Habló con voz áspera.
Resoplé alzando la nariz aún más en el aire.
—Todavía no has visto lo caliente que puedo llegar a arder.
No solía perder los estribos a menudo. No podía permitirme darles rienda suelta cuando me daba la gana. Pero cuando estaba verdaderamente enfadada, podía montar en cólera con mucho más temperamento de lo que acababa de ver.
Debería haberme esperado su réplica; debería haber sabido que aprovecharía cualquier oportunidad para hacer de mi comentario desafiante algo sexual. Tendría que medir más mis palabras cuando estuviera cerca de ella.
—No puedo esperar —respondió en voz baja.
Puesto que no tenía respuesta, me apresuré a bajar las escaleras; el sonido de la risa malvada de Brittany me seguía.
«¡Cabrona!».
Parte de mí disfrutaba con sus provocaciones y con la tensión sexual que fluía pesadamente entre nosotras. Pero no podía permitir que continuara. Yo sabía algo que ella no, algo que detendría al instante aquella parte en ciernes de nuestra relación que ninguna de las dos parecía capaz de controlar.
«Tiene derecho a saberlo».
Giré sobre mis talones al llegar al final de la escalera; casi choqué con Brittany cuando llegó a la planta baja.
—No podemos hacer esto. —Mi voz sonó triste e inflexible.
—Me siento atraída por ti, Santana —respondió sinceramente.
—No deberías estarlo.
—¿Por qué no? Eres una mujer atractiva.
Inspiré profundamente, incapaz de mirarla a los ojos. Miré la pared sucia con pintura blanca desconchada que había detrás de ella.
—Hoy he ido a verte para pedirte un favor. Estaba desesperada. No me conoces, pero yo sí sé de ti. Mi madre me dejó para casarse con tu padre. Aunque no volví a verla nunca ni jamás nos encontramos, seguimos estando emparentados por matrimonio. Técnicamente, eres mi hermanastra.