BRITTANY«Ella». ¡Zas! «Es». ¡Zas! «Mía». ¡Zas! «¡Joder!». ¡Zas, zas, zas! Paré; llevaba más de una hora dándole una paliza a mi saco de boxeo. Por desgracia, aquello no ayudó a aplacar la posesividad rampante que llevaba aporreándome desde que me tiré a Santana la noche anterior.
Estaba jodida, completamente adicta a ella, y estaría condenada si se marchaba algún día. Era como una luz para mi alma oscura, y estaba disfrutando de la iluminación y del calor. Ahora la necesitaba y no podía dejarla marchar.
Me pasé una mano enguantada por la frente. Estaba sudando como un pollo, pero no quería dejar de descargar mis frustraciones sobre mi pseudocontrincante. Si lo hiciera, temía perder la cabeza por completo.
—Tengo que irme —gruñí irritada mientras cogía una toalla al dirigirme hacia la ducha.
Santana y yo teníamos que irnos de casa en breve. Ya me había comprometido a asistir a la fiesta de Navidad de la empresa, y no quedaría bien que la jefa no hiciera una aparición.
Sinceramente, preferiría quedarme en casa, llevarme a Santana a la cama y follármela hasta entrar en razón.
—No puedo.
Mi voz era áspera y baja al abrir el agua fría de la ducha del gimnasio mientras hablaba sola. «¡Dios! En serio, estoy hablando sola, sin cesar, como si fuera una histérica».
Me metí bajo el agua fría sin siquiera hacer una mueca. Me estaba acostumbrando. Nunca había necesitado una ducha de agua fría hasta que la conocí. Ahora, me estaba convirtiendo en una desconocida de la sensación del agua caliente.
Meneándome el coño, todo lo que quería era correrme, pero ya sabía que eso no ayudaría. El desahogo nunca duraba más de un par de minutos. Todo lo que tenía que hacer era verla y se me ponía el cuerpo caliente como olla de vapor, como si no me hubiera corrido nunca.
—¡Joder! —froté mi cuerpo sin piedad, intentando sacarme su perfume de los poros. No funcionó.
No era que no me gustase Santana. Dios, estaba obsesionada con ella. Pero no me gustaba necesitar a nadie, y desde luego que no quería sentir que necesitaba estar con ella para poder respirar. Era una situación condenadamente desamparada en la que encontrarse, y también odiaba eso, joder.
Por primera vez en mucho tiempo, mis emociones estaban fuera de control. Había intentado mantenerme alejada de ella ese día, segura de que sería capaz de recomponerme. Después de sacar algo de trabajo en el despacho, llamé a Dante y a Sebastian para ver a qué hora llegaban. Finalmente, bajé allí, al único lugar que se me ocurría donde intentar dejar de pensar en Santana.
Al terminar, cerré el grifo, salí de la ducha y cogí una toalla. Mientras me secaba el cuerpo velozmente, me pregunté que había en ella que no me dejaba pensar una sola cosa que no nos incluyera a las dos desnudas.
«No es solo sexo».
No. No lo era. Si mi atracción por Santana fuera meramente carnal, a esas alturas ya se estaría menguando. En lugar de eso, estaba empeorando. Incluso en ese momento me preguntaba en qué estaría pensando, qué estaría haciendo. Más que nada, quería estar cerca de ella, respirar el mismo aire que respiraba ella.
Tiré la toalla en el cesto abierto.
—Tengo que estar loca, joder —carraspeé, temiendo por mi cordura.