SantanaMe molestaba de veras que Brittany S. Pierce pensara que no era capaz de cuidar de mí misma. De acuerdo, tal vez lo pareciera desde su punto de vista, pero ahora que iba a tener un trabajo y la oportunidad de una vida mejor, estaría bien.
«Siempre y cuando no se entere…».
Desterré el pensamiento negativo de mi cabeza bruscamente. «Ha hecho una promesa, y no la romperá. Espero». Me disgusté cuando me dijo que se había encargado de mi casero después de haberle pedido que no lo hiciera. Ahora tenía dinero, con su cheque depositado con total seguridad en mi cuenta corriente. Era perfectamente capaz de resolver mis propios problemas.
También habíamos discutido por el dinero, pero ella insistió en que cogiera la paga de veinticinco mil que me había ofrecido por adelantado, y finalmente decidí aceptarla. Podría devolverle lo que no necesitara una vez que aquella farsa hubiera terminado.
«De un modo u otro, ¡tengo que encontrar la manera de dejar de discutir con ella! Tal vez si no fuera una idiota despótica tan arrogante, podríamos llevarnos bien».
Sonreí solo un poco, admitiendo para mis adentros que su arrogancia avivaba a mi temperamento. No era como si no hubiera conocido a personas presuntuosas antes, pero ninguna exactamente como ella. Incluso en sus momentos más pretenciosos y atrevidos, pensaba en mi bienestar. Aquello no me desanimaba precisamente, pero hacía que resultara condenadamente difícil odiarla.
Brittany S. Pierce estaba acostumbrada a que la obedecieran. Obviamente llevaba en los genes ser una mandóna.
—Estás increíble, cielo —canturreó una voz de mujer, la voz de mi nueva estilista.
«Por Dios, si es que hasta tengo una estilista».
Claudette era superficial, pero bastante agradable para tenerla cerca. Supuse que probablemente tenía unos sesenta años, pero iba perfectamente arreglada, ni un pelo oscuro fuera de descolocado. Lucía una apariencia de empresaria elegante que yo esperaba poder lograr algún día.
Dejó de manosear el vestido rojo de cóctel que estaba probándome, y giré para mirarme en el espejo de cuerpo entero de la habitación que me había asignado; seguía sin acostumbrarme a estar en un lugar tan inmenso y elegante. Había pasado la primera noche en la extensa casa de Brittany deambulando deslumbrada, casi perdiéndome en el proceso, antes de por fin caer rendida en la bonita cama trineo de aquella habitación, espacio que Brittany me había asignado con indiferencia como mi dormitorio de momento.
Me quedé inmóvil cuando capté mi reflejo, mirando una imagen que apenas reconocía. Me habían cortado el pelo con un estilo arreglado que dejaba que se rizara a la altura del hombro. Claudette había hecho algún truco de magia con maquillaje cuidadosamente aplicado, y me explicó cómo hacerlo yo misma. El vestido, que terminaba con un vuelo sofisticado por debajo de la rodilla, era de manga larga ajustada que se pegaba a mis brazos como una segunda piel, y dejaba mi espalda prácticamente desnuda. No era un estilo que estuviera acostumbrada a llevar, y nunca me había sentido tan desnuda con algo de manga larga.
—Es… bonito.
Apenas podía contenerme de quedarme boquiabierta. Parecía una mujer distinta; me sentía como una mujer distinta.
—Estás preciosa, Santana.
Brittany habló con un tono grave y ronco desde la puerta de mi habitación. Me volví hacia ella; mis ojos se encontraron con los suyos después de que me hubiera examinado cuidadosamente. Mi cuerpo empezó a arder bajo su mirada intensa.
—Gracias. Pero en realidad no creo que necesite tanta ropa.
Por poco me tropecé con los tacones altos a juego al alejarme del espejo para mirarla de frente. Me habían comprado un armario completo. Claudette iba a llevarse las cosas que no le habían gustado; por desgracia, le habían gustado demasiadas.
Brittany miró a Claudette.
—Gracias. Creo que ya ha terminado aquí.
La mujer mayor asintió y empezó a caminar hacia la puerta, rodeando a Brittany.
—Haré que mi personal recoja el equipo y la ropa que no sea adecuada más tarde, Srita. Pierce.
Se fue a toda prisa, comprendiendo que la habían despachado. Brittany alzó una ceja.
—La ropa es parte del trato.
Apoyé las manos sobre las caderas.
—No tanta. ¿Dónde voy a llevar esta clase de vestido?
Ella se encogió de hombros.
—A fiestas. Tengo una fiesta corporativa de Navidad a la que acudir este año, y necesito que vengas. Ya te dije que esto tiene que ser creíble.
Se me aceleró el corazón ante la idea de ir del brazo de Brittany a cualquier evento. Solo estar en su compañía me ponía tensa.
—Todavía no me has dicho por qué.
Dejé ir mi rabia de antes, diciéndome que necesitaba tratar aquello como un trabajo. Brittany pasó a mi habitación que, quisiera añadir, era el doble de grande que mi estudio, y se sentó en la repisa extra grande de la ventana. Me quité los zapatos de tacón por la punta de los dedos y me moví hasta la cama. Me senté en el centro de la colcha beige floral y crucé las piernas, tapándolas con la falda. Sentía que iba a decirme algo importante y permanecí en silencio.
Brittany apoyó un hombro fuerte contra la pared.
—¿Sabes que tu madre y mi padre murieron en un accidente de avión?
Asentí. Sabía cómo había encontrado mi madre la muerte poco después de su boda con el padre de Brittany.
—Mi hermano pequeño también iba a bordo del avión privado y sobrevivió… por poco. Estaba quemado y marcado, e incluso con cirugía plástica aún tiene cicatrices, por dentro y por fuera. —Se detuvo durante un momento y después continuó—. Se suponía que yo debía ir en ese avión con ellos, pero tenía exámenes finales. Iba a graduarme en la universidad. Tuve que marcharme tan pronto como terminó la ceremonia. Al igual que mi hermano mediano, Sebastian. Dante era el único que había terminado las clases y los exámenes porque estaba en otro colegio, así que iba a quedarse unos días más.
«Ay, Dios». Se me hizo un nudo en el estómago ante la idea de que Brittany podría estar muerta en lugar de vivita y coleando. La miré boquiabierta, aún capaz de sentir su vitalidad y su energía vibrando en la habitación. También sentía su tensión.
—Te molesta no haber ido en ese avión. Te sientes culpable.
Brittany no mostró las manos con su gesto, pero estaba lo bastante cerca como para ver un breve destello de dolor en su mirada.
—No deseo estar muerta —espetó—. Pero el hecho de que debería haber sido yo se me ha pasado por la cabeza.
Era tan responsable, estaba tan puñeteramente dispuesta a comerse el mundo.
—No habría marcado la diferencia.
Se le cerraron los puños y me lanzó una mirada irritada.
—¿Cómo lo sé? Tal vez podría haber sacado a Dante de los restos más rápido; tal vez podría haber evitado las cirugías a las que ha tenido que someterse, tantísimas que he perdido la puñetera cuenta.
Mi corazón lloraba por la mujer que creía que podía evitar todos los males del mundo. Yo había aprendido a elegir mis batallas. Obviamente, ella no lo había hecho.
—Y tal vez estarías muerta. Quizá hubieras bloqueado el paso a las personas que lo sacaron. Todos los demás que iban en el avión murieron aquel día, incluyendo el piloto. ¿Crees que eres invencible? —le espeté en respuesta, intentando hacer que viera lo que seguramente era cierto: hubiera estado o no en ese avión, no habría cambiado el resultado.
Torció los labios, probablemente por mi tono enfadado, pero no estaba segura.
—Así que crees que mi cuerpo muerto también lo habría matado, ¿no?
Me encogí de hombros.
—Podría haber entorpecido el paso.
—Es una idea reconfortante. —Su tono era sarcástico, pero en ella también había un rastro de diversión.
Sin querer pensar en que podría no estar viva, insté:
—Sigue.
Brittany dejó escapar un suspiro bajo, resignada.
—Dante ha sufrido mucho, emocional y físicamente. Recientemente ha empezado a salir con una mujer a la que conozco bien. Ella está saliendo con él para vengarse de mí, y espera que yo vuelva con ella. Terminé nuestra relación hace más de un año porque no estaba satisfecha solo conmigo. Iba de cama en cama con todos los hombres ricos de Colorado.
—Qué estúpida —dije sin pensar. Pero, en serio, por qué iba a necesitar una mujer a un hombre cuando tenía a Brittany S. Pierce—. Lo siento. Estoy segura de que tú le eras fiel.
Me sonrió y se me derritió el corazón. Asintió y dijo:
—Lo era. No estaba preparada para comprometerme demasiado, pero llevábamos saliendo bastante tiempo como para que ella me convenciera finalmente de llevar una relación monógama. Es una pena que se refiriera solo a mí.
—¿Todavía la quieres?
Me sudaban las palmas y el corazón empezó a martillearme. No
estaba segura de querer su respuesta.
—En ningún momento he dicho que la quisiera. Solo he dicho que se suponía que teníamos una relación exclusiva. Yo no amo, Santana. Satisfago una necesidad física con las mujeres con las que salgo.
Resultaba bastante obvio que hacía mucho más que eso. Vaya, tal vez no hubiera estado enamorada nunca, pero la manera en que se preocupaba por su hermano me decía que era capaz de amar.
—Así que, ¿me necesitas como señuelo?
—Te necesito para mantenerla lejos de mí. Dante quedaría devastado si supiera que todo lo que Sidney quiere son las cosas que puede comprarle con su dinero, y que se está vengando de mí.
—Tal vez ahora le importe de verdad. Quizás las cosas hayan cambiado —dije, esperando que Sidney hubiera tenido una epifanía. ¿Cómo podía una mujer tener tan poco corazón como para utilizar hermano contra hermana, especialmente a uno que había sufrido tanto como Dante?
—Me llamó hace unas semanas para decirme que esperaba recuperarme en Navidad. No ha cambiado. —Su tono de voz era llano y desesperanzado—. Quiero que Dante la deje. Es una víbora. Pero no por haberme tirado los trastos. No quiero que se resienta conmigo ni que se entere de que yo me la follé primero.
Odiaba aquel pensamiento, la idea de que Brittany pudiera haber bailado el mambo horizontal con cualquier fémina. Por desgracia, estaba segura de que había bailado muchos bailes de habitación.
—Haré lo mejor posible —le prometí—. Pero vas a tener que ayudarme. Fingir que te importo.
—No tendré que fingir, Santana. Si no quisiera que tuvieras una vida mejor, no te habría elegido a ti. Podría haber encontrado a alguien más, pero eras condenadamente perfecta. Eres muy guapa.
Se equivocaba. Era una perdedora con un vestido precioso
—Me siento como Cenicienta —farfullé antes de poder detenerme.
La habitación quedó en silencio durante un minuto antes de que añadiera—: ¿Qué hacemos aquí juntas si no van a venir hasta Navidad? Mañana es Acción de Gracias.
—Soy muy consciente de ello. Pensaba llevarte a cenar. No será un tiempo perdido. Puedo hacerte pasar nuestro proceso de preselección y ponerte al corriente de los detalles.
—Cocino yo. Me apetece —dije con entusiasmo. Habían pasado años desde que participara en una cena de Acción de Gracias.
Me observó fijamente, penetrándome con una mirada intensa.
—¿En serio quieres cocinar?
—Tienes una cocina impresionante. Y sí, me encanta cocinar. Simplemente no he tenido oportunidad desde hace mucho tiempo.
Nunca había tenido dinero. Últimamente, ni siquiera tenía un bocado en el apartamento.—. ¿Tienes suministros?
Frunció el ceño.
—Probablemente no. Y le he dado los días libres al personal hasta el lunes. Pero puedo hacer que venga mi asistente.
Levanté una mano.
—No. ¿No tienes coche?
Sonrió con suficiencia.
—Tengo varios.
—Puedes llevarme. No voy a conducir uno de esos coches caros y elegantes que tienes.
Sabiendo la suerte que tenía, me estrellaría.
—¿A un supermercado? —parecía horrorizada.
—¿En serio? Te comportas como si nunca hicieras la compra.
Se encogió de hombros.
—No la hago. Tengo empleados para eso.
—Entonces será una aventura, ¿verdad? —No podía concebir que a alguien le hicieran la compra, pero lo único que necesitaba era que me llevaran—. Sé qué hay que comprar. Miraré en la cocina a ver qué tienes ya.
Bajé de la cama, lista para quitarme el sofisticado vestido que llevaba puesto. Me hacía sentir guapa, pero también como alguien que no era realmente… yo.
Brittany se levantó.
—No tienes que hacer esto, Santana. No me importa meter algo en el microondas o salir.
—Es Acción de Gracias. No puedes cenar comida congelada. —De no haber sido por Brittany, ni siquiera comería. Quería hacer eso por ella—. Dame unos minutos para cambiarme. —La empujé hacia la puerta.
—¿Puedo mirar? —preguntó con picardía.
Su mirada de azul líquido me acarició, y juraría que sentí su mirada hasta los dedos de los pies. Se me contrajo el sexo de manera atroz al captar su aroma.
—Vete, pervertida —insistí.
Se volvió hacia mi, deteniéndose mientras decía:
—Estaré abajo.
—Bajo en unos minutos. Solo tengo que quitarme este vestido.
Juraría que la oí gemir antes de estrecharme entre sus brazos, una mano en la parte baja de mi espalda y la otra envolviéndome la nuca.
—Me estás matando, Santana.
Su boca se encontró con la mía con una determinación decidida que nunca había experimentado antes. Su beso era ardiente, arrasador, y sentí que me hundía y me rendía a ella casi de inmediato.
Algo en Brittany me atraía, y le devolví el beso, abriéndome a su boca exigente mientras su lengua exigía paso. Suspiré contra sus labios y puse los brazos alrededor de su cuello, permitiendo que cogiera lo que quería porque sabía que yo quería lo mismo.
El deseo atravesó mi cuerpo como una corriente eléctrica cuando Brittany bajó la mano hasta mi culo y tiró de mi sexo húmedo contra su entrepierna caliente.
«La quiero junto a mí. La necesito dentro de mí». Resentía la ropa que separaba nuestros cuerpos.
Ella no sabía nada sobre mí, pero me deseaba. Yo me estaba embriagando de pasión, perdida en la manera en que me besaba como si tuviera que hacerlo, como si la necesitara, o no podría volver a respirar.
Acceder a la necesidad de Brittany resultó ser una sensación eufórica; el hecho de que una mujer como yo pudiera hacer que alguien como ella me besara con esa clase de deseo era de lo más embriagador.
Sabía que teníamos que parar. Se me endurecieron los pezones cuando me atrajo hacia ella; mis pechos sensibles rozaban los suyos. Aun así, ella siguió tocándome; la mano que previamente estaba detrás de mi cuello ahora empuñaba mi cabello.
Hablé sin aliento, los ojos cerrados cuando su boca dejó de devorar la mía y pasó a la piel sensible del cuello.
—Ah, Dios. Brittany. Por favor, para. —Sabía que yo no podía separarme de ella ni de coña.
Quería esperar, dejar que me llevara tan lejos como pudiera.
—Santana, te deseo muchísimo —me dijo al oído con voz ronca.
—Yo también te deseo. Pero no puedo hacer esto.
Era mi hermanastra, pero no era esa certeza lo que me detenía. Apenas nos conocíamos; lo único que teníamos en común era una química increíble. Por fin, me soltó.
—Sí podemos hacer esto, pero esperaré hasta que estés preparada.Brittany sonaba incómoda. «Estoy preparada. Condenadamente preparada». Se echó atrás y abrí los ojos con un parpadeo; el dolor de perder el contacto con ella era insoportable.
—¿De qué tienes miedo, Santana? —preguntó con aspereza.
La miré a ella, el fuego líquido de sus ojos.
«Tengo miedo de que me odies algún día. Tengo miedo de volverme adicta a ti, y no puedo hacerlo. Tengo miedo de que una vez que seamos íntimas, no querer dejarte ir».
—No voy por ahí acostándome con cualquiera, especialmente con mi hermanastra.
Quería bromear con ella, pero mi voz se quebraba por la emoción.
Cogió mi barbilla y la levantó.
—Lo último que siento por ti es cariño fraternal —me dijo enfadada—. Tengo tantas ganas de follarte que casi no puedo respirar. Y tú tienes tantas ganas de que te folle que casi no puedes respirar.
Yo era lo bastante sincera como para admitir que quería lo mismo, pero no podía suceder.
—Por favor, apenas te conozco.
No estaba segura de si estaba suplicándole que me lo hiciera o pidiéndole que me dejara en paz. Al final, ella decidió por mí.
—Me voy. Pero vamos a conocernos durante los próximos días. Te lo garantizo, intentaré hacer que te desnudes. Y lo conseguiré.
Me estremecí ante la idea, observándola mientras mi cuerpo seguía temblando, cada músculo tenso de deseo sin consumir. Cuando empezó a bajar las escaleras, cerré la puerta de la habitación antes de permitirme llamarle para que volviera a mí.
