8-Angst

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La noche se había instalado en el bosque, envolviendo todo en un manto de oscuridad salpicado de estrellas. Philza se encontraba sentado en un claro, con la mirada fija en la luna llena que brillaba intensamente en el cielo, como un faro solitario en la vastedad del universo. La suave brisa acariciaba su rostro, pero no podía ahogar el vacío que sentía en su corazón.

Era una noche de nostalgia. La ausencia de su esposo, Missa, se hacía más palpable bajo la luz plateada de la luna. Cada rayo de luz parecía recordarle los momentos compartidos: las risas, las miradas cómplices y los suaves susurros que solían intercambiar mientras contemplaban juntos el cielo estrellado. Ahora, solo había silencio y un eco de recuerdos que resonaban en su mente.

—Te extraño tanto—, murmuró Philza, dirigiéndose a la luna como si ella pudiera escucharle. —A veces siento que solo tú me entiendes.— La luna, en su inmutable grandeza, seguía brillando, y Philza se sintió un poco menos solo al compartir sus penas con ella.

Se dejó llevar por la melancolía, recordando las noches en las que Missa se acurrucaba a su lado, su cabeza descansando sobre su hombro mientras ambos observaban las estrellas. —¿Dónde estás ahora?— preguntó, su voz temblando con la emoción. —Me gustaría que estuvieras aquí, justo a mi lado.—

Las lágrimas comenzaron a deslizarse por sus mejillas, y Philza no hizo esfuerzo por contenerlas. —A veces me pregunto si sientes lo mismo,— continuó, hablando a la luna como si fuera un confidente. —Si miras al cielo y piensas en mí.— La luna parecía brillar más intensamente, como si estuviera respondiendo a su dolor.

—Recuerdo cómo tu risa iluminaba mis días,— dijo, dejando que los recuerdos fluyeran libremente.
—Cómo tus ojos reflejaban la luz de la luna y hacían que todo pareciera posible.— Cada palabra era un susurro de amor y añoranza, una forma de mantener vivo el vínculo que compartían.

Philza cerró los ojos y se permitió soñar con el regreso de Missa. Imaginó cómo sería volver a sentir su calidez, cómo sería escuchar su voz y ver esa sonrisa que iluminaba su mundo. —Prometo que te esperaré,— afirmó con determinación. —No importa cuánto tiempo pase, siempre estaré aquí, hablando contigo bajo esta misma luna.—

La noche continuó avanzando, y aunque Philza sabía que no podía cambiar lo que había ocurrido, encontró consuelo en sus palabras. La luna se convirtió en su confidente, un espejo de su tristeza y esperanza. Con cada suspiro, se sentía un poco más ligero, como si compartiera el peso de su corazón con el vasto cielo.

Finalmente, cuando la luna comenzó a descender en el horizonte, Philza sintió una renovada sensación de paz. Aunque la soledad seguía presente, sabía que el amor que compartía con Missa era eterno. —Hasta que nos volvamos a encontrar,— murmuró, mirando por última vez a la luna antes de levantarse y dirigirse hacia su hogar.

Esa noche, mientras el bosque dormía bajo el manto estrellado, Philza entendió que aunque la distancia los separara físicamente, siempre habría un lugar donde sus almas pudieran encontrarse: en las conversaciones con la luna.

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