Capítulo 10

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El intenso calor de Brasil se filtraba sobre el circuito de Interlagos, haciendo que el asfalto brillará bajo el sol abrasador. El bullicio del paddock tronaba en los oídos, mientras los equipos se preparaban frenéticamente para la clasificación. Los motores rugían, y el aire estaba cargado de la mezcla de combustible y adrenalina.

En un rincón más alejado, Max, Carlos y Charles charlaban con naturalidad, intentando relajarse antes del gran evento. Sus voces reflejaban una mezcla de ansiedad y camaradería, un intento de desviar sus mentes del inminente desafío.

Max ajustaba su casco, claramente incómodo. —No puedo creer el calor que hace aquí. Es peor que en Miami —dijo, con un tono de queja.

—Lo sé, y pensar que llegué a creer que los veranos en España eran malos. Aquí es otro nivel —contestó Carlos, secando el sudor de su frente con un paño.

Charles levantó la mirada al cielo, protegiéndose los ojos del sol. —Sí, pero no podemos quejarnos mucho. Al menos no está lloviendo como en Silverstone. Las lluvias no han parado.

Max bufó, su incomodidad evidente. —Es una lástima, preferiría correr en ese circuito que en este. No me agrada mucho Brasil.

Carlos y Charles intercambiaron una mirada de confusión, pero antes de que pudieran preguntar, Max cambió de tema con una sonrisa traviesa.

—Bueno, al menos tengo algo de entretenimiento con ustedes dos —dijo, queriendo fastidiar a la reciente pareja. —Es desagradable verlos tan cariñosos todo el tiempo, besándose y tocándose.

Carlos y Charles rieron, tomándose de las manos en un gesto de desafío afectuoso. Era raro verlos tan íntimos y cercanos, pero con Max se sentían con la libertad de mostrar su afecto.

—Al menos nos tenemos el uno al otro —bromeó Charles, apretando la mano de Csrlos—. No como tú, que pareces estar enamorado de ese maldito simulador de carreras.

Max sonrió, aunque un destello de tristeza cruzó sus ojos. —Sí, sí, como digan. Pero recuerden, mañana en la pista no hay amor que valga. Es cada uno por su cuenta.

Los tres se rieron ligeramente, sin percatarse de que alguien los había estado escuchando. George Russell se acercó hasta ellos, con su típica presencia llena de confianza y sus gafas de sol. —¿Qué pasa por aquí? —preguntó, fingiendo ignorancia.

La presencia del británico incomodaba a Max, tal vez porque George era capaz de pelear y batallar con él en la pista. George podía ser amable y simpático, pero sabía pelear, increíble para alguien que era solo un beta.

La pareja deshizo su agarre al ver a George, fingiendo no saber nada. Rápidamente, la actitud de ambos cambió, y Max lo pudo percibir por sus olores, llenos de incomodidad.

Max sintió un impulso protector hacía sus amigos y decidió defenderlos del otro. —Russell, ¿Acaso no tienes nada mejor que hacer? —dijo Max, mirándolo con severidad.

George levantó las manos en señal de rendición, aunque una sonrisa juguetona se dibujó en sus labios. —Relájate, Verstappen. Solo estaba de paso. ¿Es que acaso esconden algo?

Carlos y Charles intercambiaron una mirada nerviosa. En el mundo de la F1, un romance entre pilotos podría ser perjudicial para sus carreras y reputación.

Carlos no pudo evitar responder con un tono de molestia. —¿Y si lo hiciéramos, qué?

Charles le tocó el brazo, tratando de calmarlo. George sonrió, divertido por la sutil cercanía entre los dos pilotos. —Tranquilos, chicos. Solo estoy bromeando. Pero si quieren un consejo, deberían ser más discretos. Alguien más podría verlos y contarle al mundo.

El Rey del MisterioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora