CAPÍTULO 11

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Elliot le llamó la mañana del sábado con una alegría un tanto sospechosa. Harry apretó el teléfono entre su hombro y su oreja, dejándolo hablar mientras luchaba por cerrar la pequeña mochila que iba a tener que encajar bajo el asiento de un avión en un par de horas.

—... con tu padre y el mío, y hemos estado hablando con el club sobre la posibilidad de organizar la recepción en su restaurante. Nos han dicho que–

Soltó las cremalleras, que se deslizaron con fuerza hacia los lados y dejaron escapar el par de camisetas que tanto le había costado embutir en la mochila.

—¿Cómo que con el club? —Sujetó el teléfono con la mano mientras se incorporaba—. ¿Por qué en el club?

—Porque es precioso —dijo en un tono obvio—. Y son de confianza. ¡Y nos hacen precio!

—¿No has pensado que igual yo no quiero celebrar nada en el club?

—Pero nuestros padres–

—¿Se casan ellos?

Pagan ellos. El mío, más que nada. Y a él le hace ilusión.

Harry chasqueó la lengua.

—Vale. Boda sin recepción, entonces.

—¡¿Por qué?!

—Porque si el problema es que paga tu padre, entonces que no lo pague. Y como nosotros no podemos pagarlo porque te has gastado todo un sueldo en unos palos de golf...

Elliot resopló.

—Mira que eres rencoroso...

—¿Hay algún otro detalle sobre mi boda que se te haya pasado comentarme?

Nuestra boda. Y no, solo es eso. A mí también me hace ilusión que sea allí —comentó con cierto tonito lastimero—. Todo lo demás es cosa tuya.

Harry se lamió los labios.

—Genial.

—¿Genial? —cuestionó Elliot; casi pudo verlo batir las pestañas.

Suspiró.

—... Lo hablaremos —dijo, rodando los ojos con media sonrisa cuando Elliot soltó un grito ahogado—. ¿No te cansas de ese sitio?

—Nah. Si pudiera me casaría con el césped.

Rió un poco.

—No lo pongo en duda —dijo, tirando el par de camisetas de vuelta al armario y decidiendo que no las necesitaba.

· · ·

A las cinco de la tarde subió a un avión directo a Las Vegas. Había olvidado descargarse alguna serie en su teléfono antes de embarcar, y el señor que le había tocado al lado se quedó dormido tan pronto como su culo tocó el asiento, así que tuvo que pasarse todo el trayecto a solas con sus pensamientos, haciendo cuentas hipotéticas y ligeramente obsesivas.

No sabía cuánto podía costar un abogado, pero seguro que le habría salido mucho más rentable pagar por uno en San Francisco y ahorrarse todo aquel viaje innecesario. Había comprado los billetes más baratos y aun así le habían dolido en el bolsillo; por no hablar de las dos noches de hostal que, seguramente, iban a costarle la diferencia que se había negado a pagar en un vuelo más caro que salía el domingo.

Aterrizó a las seis y media, con la cabeza como un bombo y medio enfadado consigo mismo. Organizar viajes se le daba de pena, por algo fueron sus amigos los que, cinco años atrás, se las arreglaron para darle un cumpleaños decente en Las Vegas con el presupuesto de unos niñatos recién salidos de universidad. Si hubiera sido por él, habrían acabado durmiendo en un albergue de mala muerte en la ciudad de al lado, solo para ahorrarse unos dólares que luego habrían tenido que gastar en transbordos de tren hasta el centro.

Vegas LightsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora