Los dioses la estaban castigando. Esa era la única solución que Hermione podía encontrar mientras se revolvía en la cama, sintiendo las oleadas de náuseas recorrerla. Llevaba semanas atrapada en esta prisión de miseria.
Todo había comenzado de a poco, un poco de malestar por la mañana, su estómago reaccionando extraño a ciertos olores, pero había empeorado cada vez más hasta que ahora estaba paralizada por la enfermedad día y noche.
Hermione no había ido a trabajar en días. Incluso dejó de notificarles. Se sentía tan miserable que a menudo olvidaba que siquiera tenía un trabajo. Simplemente no parecía importarle más. Tenía dinero ahorrado. Años de planificación y de invertir tanto en el mundo Muggle como en el mágico la habían dejado muy cómoda financieramente. Ella y el bebé podrían vivir perfectamente de su colchón financiero durante años.
El bebé.
Hermione se acurrucó en sí misma, esperando que estuviera bien. El bebé era todo lo que le quedaba, y era lo único que la mantenía en pie. La imagen de suaves rizos rojos le daba la fuerza para intentar tragarse la comida que sabía que rebelde volvería minutos después.
La comadrona le había dicho que la náusea matutina era normal, pero no podía ser, no tan mal. Ninguna mujer cuerda haría esto más de una vez. Si así trataban los hijos Weasley a sus madres, Hermione no tenía idea de cómo la Sra. Weasley había logrado con siete de ellos. Uno estaba a punto de matarla y apenas acababa de comenzar.
Si Ron estuviera allí, probablemente lo maldeciría por el infierno que le había hecho pasar. Pero no estaba allí. Estaba sola, siempre sola. Más de una vez, Hermione había deseado tener una amiga femenina, alguien con quien hablar sobre todo. No hacía amigos fácilmente. Cierto, Ginny había sido su amiga, incluso Luna, pero no había hablado con ninguna de las dos en años.
Lo que realmente necesitaba era a su madre.
Las lágrimas nublaron su visión mientras otra intensa oleada de enfermedad la invadía, produciendo un gemido de dolor. Estaba enojada por permitir que esto sucediera. Estaba tan enferma que su corazón latía rápidamente contra su pecho.
¡Thump, thump, thump!
No podía detener el golpeo insistente. Estaba haciéndole doler la cabeza. Cerró los ojos con más fuerza, pero el ruido se hacía más fuerte.
¡Thump, thump, thump!
–¡Hermione, si no abres esta puerta, la derribaré!
Hermione abrió los ojos. Eso no era su corazón...
Toda la casa tembló cuando la puerta principal de la cabaña se voló de sus bisagras. Hermione habría intentado sentarse en la cama, pero estaba demasiado débil para molestarse. Así que se conformó con girarse y inclinar la cabeza para mirar fuera de su dormitorio. Un hombre delgado con el cabello negro demasiado largo estaba en el desastre que antes era la sala de estar. Se ajustó las gafas y encontró su mirada mientras caminaba hacia ella.
–¿No oíste que estaba golpeando?– dijo Harry, mientras dejaba un recipiente en su tocador y la miraba con desdén.
–Sabes la contraseña para abrir la puerta. Es tu cabaña– murmuró Hermione. Sus labios estaban tan resecos que le costaba hablar. –Siempre eres tan impulsivo con todo.
–¿Qué pasa? No puedes seguir teniendo gripe– dijo él, sentándose al borde de su cama y apartando los enredos de su cara. –David de tu departamento dice que no has ido en más de una semana. Estaba tan preocupado que te rastreó hasta aquí.
Hermione solo escuchaba a medias. El olor del recipiente que había puesto en el tocador la estaba empeorando. Se volvió lejos de él, vomitando y ahogando las arcadas secas que subían por la garganta.
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Más que Recuerdos (Romione)
RomanceUna noche que comienza infligiendo el dolor y el horror de la guerra termina de una forma que Ron nunca había esperado. Una historia de amor que resiste la prueba del tiempo, y de una pasión innegable, incluso ante una traición desgarradora. Escrito...