PREFACIO

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El Principado Élfico está bajo asedio.

Los elfos, coadyuvados por un grupo de hadas e impelidos por una amalgama de zozobra y coraje, se están esforzando por defender sus tierras y a sus gentes, intentando repeler a los seres del bosque Umbrío, quienes han irrumpido en la capital, Lunáriel, desembarcando por la costa del marquesado norte.

Por el lado de los asaltantes, ogros montados sobre enormes y grotescas bestias cuadrúpedas, arremeten de modo indiscriminado contra todo ser que se les cruce, causando estragos en el condado capital.

El objetivo de estas feroces criaturas, impuesto por su amo, es secuestrar a la mayor cantidad posible de elfas. Para ello, las incapacitan brutalmente y las inmovilizan con cadenas, arrastrándolas hasta sus barcos para así poder llevárselas.

A la estirpe guerrera del Principado le está costando rechazar a sus atacantes: los hechizos ofensivos lanzados desde los cielos resultan muy difíciles de concretar, ya que las bestias aladas creadas por Gor, atacan a quienes se alzan por los cielos; además, muchos de los elfos de la estirpe sabia carecen de la habilidad para volar o levitar, obligando así a los guerreros que intentan defenderlos, a enfrentarse a los ogros y sus monturas por tierra, donde las bestias pueden aprovechar mejor el uso de su qí físico en los combates cuerpo a cuerpo.

Así, en tanto el duque Nífgolin Helithrindor y los suyos se encuentran resistiendo y tratando de abatir a sus enemigos, pasando el río Lothlinde y cerca del castillo del monarca Galodoen Helithrindor, sobre el firmamento, se encuentran enfrentados: el Príncipe, magullado, ensangrentado y debilitado; y Gor, con una sonrisa sádica en su semblante.

Bajo sus pies, sobre la tierra y el río, una pluralidad de elfos yace inerte.

—¿¡En qué te has convertido, Fínrael!? —exclama Galodoen entre jadeos, furioso e impotente al ver al elfo que una vez vivió en sus dominios, ahora como un ser corrompido: ojos cubiertos en su totalidad por un color escarlata resplandeciente y sin pupilas; uñas largas y afiladas; colmillos filosos y su piel teñida de un tono oscuro como las tinieblas.

—¿Fínrael? —Ríe de manera peyorativa—. Hacía mucho que no oía ese nombre, Galodoen. Pero mi nombre... es Gor. —Suelta una carcajada retorcida—. Y ahora, gracias a la sangre que beberé de las elfas a las que arrastraré hasta los confines de mi bosque... —Esboza una sonrisa repulsiva—. ¡Me volveré un ser invencible y haré que todo el Principado pague!, ¡y que el continente entero me tema, me respete y se arrodille ante mí! —Transcurre un efímero silencio, y el elfo corrompido observa la mirada desdeñosa del Príncipe—. Tú y tu despreciable hijo pueden tomar este asedio como un adelanto de mi odio.

En un parpadeo, Gor desaparece del campo de visión de Galodoen; el Príncipe percibe que su enemigo se desplaza a una velocidad impresionante por encima de él, pero cuando lo divisa sobre su cabeza, se percata de que Gor está conjurando un hechizo cuyo elemento es de naturaleza avanzada: tormenta eléctrica, creada por la fusión del rayo y el viento en un mismo ataque, resultando en una ráfaga de color rojo brillante que emite un chisporroteo ominoso.

Galodoen reacciona justo a tiempo, creando un campo defensivo de qí mágico a su alrededor, que aunque es destruido, lo protege de sufrir un daño letal... Sin embargo, la explosión generada lo deja herido e inconsciente sobre el suelo a causa del duro impacto.

Gor esboza una mueca de perversa satisfacción al vislumbrar al príncipe de los elfos derrotado.

En este preciso momento, el elfo corrompido percibe un qí que le resulta familiar, ocasionándole un palpable estado de euforia. «Este qí... —se representa en su mente mientras comienza a soltar una risotada—. ¡Es ella!, ¡no hay duda de que es ella!».

El Poder de Oikesia 2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora