Capítulo IX - De la Triple Alianza: el Elfo, la Bruja y el Emperador Versus Gor

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Su rostro se deforma en una grotesca e insana sonrisa que exhibe casi la totalidad de sus colmillos. Sus ojos, abiertos de manera desmesurada, parecen estar a punto de salirse de sus órbitas; una mueca de euforia que refleja su delirio.

Al instante, Gor sacude su brazo como si le diera un bofetón al aire, desatando una colosal onda de choque roja que se expande en un abrir y cerrar de ojos, amenazando con aplastar a Nífgolin, Azra y Lisa.

Los tres reaccionan de inmediato, saltando en simultáneo y elevándose en el aire justo a tiempo. En esta ínfima fracción de tiempo, el suelo estalla en pedazos, lanzando escombros y polvareda en todas las direcciones. El sacudón es tan reverberante que hasta los imponentes árboles de los alrededores tiemblan a causa de tan estruendosa explosión.

«¡Por poco!», piensa con alivio el Duque.

—Se mueven bastante bien —dice Gor, apareciendo en un pestañeo frente a los tres: Nífgolin a su izquierda, Azra de frente y Lisa a la derecha—. Nada mal —añade con un tono altanero.

—¿¡Quién te crees que eres!? —se enfada Lisa, sacudiendo su puño—. ¡Maldito elfo color carbón!

—¡Cúbranme! —brama Azra, lanzándose hacia Gor para enfrentarlo cuerpo a cuerpo.

En respuesta inminente, el elfo corrompido, concentrando su qí en un punto crítico, tensa los dedos al tiempo que una densa aura rojiza oscura envuelve su mano, listo para atravesar el cuerpo del Emperador, quien no logra sortearlo, pero sí cubrirse con su brazo.

El ataque de Gor impacta en el bíceps, dejando la extremidad izquierda del Emperador momentáneamente entumecida.

—¡Ugh! —gimotea Azra, cerrando un ojo por el dolor; aunque al mismo tiempo, arremete con un férreo golpe de su puño derecho.

Gor retrocede apenas, bloqueando el ataque con su antebrazo. «No logré lastimarlo de gravedad —piensa fastidiado, apretujando su quijada—. Es más resistente de lo que había estimado... Aunque no esperaría menos de quien ostenta este tipo de poder».

Con un rápido empujón de viento, Gor se deshace de Azra proyectándolo hacia atrás: mientras observa cómo el Emperador es lanzado por los aires, se prepara para atacarlo con un explosivo ataque de fuego.

Pero antes de ejecutarlo, Gor se detiene en seco: se percata de que el elfo y la bruja están a punto de atacarlo desde ambos costados: Nífgolin, con su ofensiva de ebullición, y Lisa, con un hechizo de rayo.

La ráfaga eléctrica color celeste refulgente de Lisa avanza con un estruendo seco y abrupto que corta el aire; y al mismo tiempo, el vapor corrosivo de Nífgolin se esparce emitiendo un suave siseo agudo y constante, descomponiendo la atmósfera a su paso.

Gor, compelido por la presión de las ofensivas inminentes, rodea su cuerpo con su campo de energía rojo traslúcido y compacto.

La ráfaga eléctrica impacta de lleno contra la barrera, haciéndola vibrar pero sin resquebrajarla; y en simultáneo, el vapor envuelve a la bola de qí mágico, chisporroteando al contacto. Sin embargo, aunque tensionado por la potencia de los ataques, la defensa Gor se mantiene intacta.

—¡Bruja!, ¡Azra!: ¡ataquémoslo ahora! —clama Nífgolin con un tono apremiante—. ¡Esa defensa no es perfecta, y mientras esté ahí dentro no puede atacarnos!

—¡Mi nombre es Lisa! —protesta mientras conjura otro hechizo: sus palmas giran en direcciones opuestas, trazando círculos en un patrón rítmico, emitiendo un chirrido incesante al tiempo que una espiral de energía eléctrica se expande y se condensa con cada movimiento.

—¡Entendido! —grita Azra en respuesta mientras termina de frotarse su bíceps izquierdo: flexiona sus pulgares hacia adelante y, uniendo ambos costados de las manos, ante sus palmas, suelta un Enerblam.

El Poder de Oikesia 2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora