Capítulo V - Del Llamado Agónico

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Aunque el Emperador yace sobre su cama en un estado de inconsciencia total, durmiendo y recuperándose de su colosal desgaste, su mente aún se mantiene alerta y no hace otra cosa que discurrir pensamientos acerca de su preocupación sobre la bruja. Tal es así que, ahora Azra, se encuentra soñando una pesadilla perturbadora.

En su sueño, la bruja sale de su confinamiento y, emitiendo risotadas sombrías, deja el castillo en ruinas: muebles revueltos de manera caótica y destrozados; escombros y polvillo esparcidos por el suelo producto de la destrucción que ha generado; y cuerpos inertes tanto de guardias como de criados, en medio de todo el tumulto.

Azra percibe que ella se encuentra en la parte trasera del Castillo Imperial, en el Claustro Marcial. Al aproximarse, la ve de espaldas a él, sosteniendo con sus manos del cuello a Lucas y a Marcius. Al percatarse la bruja de su presencia, los suelta, y ambos hombres caen sin vida al suelo.

Azra intenta gritar de furia, pero no puede. Intenta hablar, pero le cuesta articular palabras. Se siente sin fuerzas y casi inmóvil.

La bruja, con una sonrisa malévola, se abalanza sobre él a una velocidad vertiginosa.

—¡Bruja! —El Emperador se despierta manera abrupta, emitiendo un grito en seco, sentándose de súbito en la cama, nervioso y acongojado—. Oh —jadea—, sólo estaba soñando... —Exhala un largo suspiro de alivio—. Menos mal.

Al oírlo en medio de la quietud, dos guardias apostados en la entrada de los aposentos del Emperador entran para verificar si Su Majestad se encuentra bien.

—¡Majestad! —exclama uno de ellos, con antorcha en mano.

—Qué bueno que despierta, ¿podemos hacer algo por usted? —pregunta el otro.

Azra, en medio de toda la penumbra, aún somnoliento y desorientado por su reciente despertar, se siente algo confuso. Abre las cortinas de su cama con dosel y divisa la luna colgada sobre el obscuro firmamento; su sutil resplandor naranja se filtra por el ventanal que da al balcón con vista al mar Reticente, además de las antorchas que descansan sobre el enorme candelabro, coadyuvando a la iluminación de la estancia con su suave resplandor.

—Estoy... —Azra se enfoca en intentar detectar a la bruja. «Puedo percibir que aún se encuentra en la otra punta del corredor; bien»—. Estoy bastante mejor que cuando me acosté. —Gimotea mientras estira sus brazos hacia arriba—. En verdad dormí como medio día, ¿no? —añade, con un matiz de voz ronco y rasposo, aún algo adormilado.

Ambos guardias intercambian miradas, sin atreverse a contestar de repente.

—E-en realidad, Majestad... —dice por fin uno, el que tiene la antorcha en la mano— u-usted se acostó a dormir ayer, aqualis al mediodía... —balbucea.

—Hoy ya es pyris por la noche; cuando salga el sol, ya será sylvanis, Majestad —informa el otro.

—¿¡Pero quééé!? —exclama Azra, atónito, con los ojos abiertos de par en par, cejas levantadas, dientes apretados y manos en la cabeza—. ¿¡Me dormí como un día y medio!? —Observa que sus guardias asienten—. Ah... —suspira—. Bueno, esto es lo que vamos a hacer, pues no puedo ni pensar con el voraz apetito que tengo ahora mismo: uno de los dos irá a buscarme mucha, pero mucha comida y bebida; y el que se quede me contará todo lo acaecido en este último día y medio.

Así entonces, uno de los guardias desciende hasta el segundo nivel del castillo con dirección a las cocinas y la bodega, y junto a un puñado de criados, prepara para llevarle a Su Majestad, en fuentes de cerámica y madera: panes, quesos, carnes de ciervo y de cerdo, frutas frescas y un surtido de frutos frescos; y para beber: agua fresca y jugos en jarras de metal, además de una botella de vino especiado.

El Poder de Oikesia 2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora