Capítulo VI - Del Refuerzo Impensado

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El Emperador desciende de inmediato, aún con sus ropas mojadas, absorto en sus pensamientos, preguntándose en qué podría consistir aquel llamado de urgencia del duque del Principado Élfico.

Al llegar con rapidez al primer nivel del castillo, se encuentra con una pluralidad de elfos recibidos por sus dos consejeros; todos de pie en el Gran Salón.

«¿Por qué el Emperador está todo empapado?», se pregunta Róndiff.

—¡Azra! —grita Nífgolin con un tono de voz tenso y desesperado; su rostro contraído.

Antes de que el Emperador pueda aproximarse a las mesas de madera de palisandro rojizas, Nífgolin se dirige de manera apresurada hacia él. Con la mano derecha temblorosa, la repoya sobre el hombro de Azra; su agarre firme transmite el nerviosismo que lo consume.

—Tienes que ayudarme —ruega el Duque, encauzando su mirada hacia abajo para encontrarse con los ojos del Emperador.

—Ven —dice Azra, colocando una mano sobre la espalda del elfo, guiándolo con suavidad hacia las mesas donde están todos—. Cuéntame con calma qué es lo que sucede.

—¡No puedo estar calmo, Azra! —se altera Nífgolin, girándose con brusquedad y liberándose de su contacto—. ¡Necesito que partamos ahora! ¡Gor ya regresó a sus dominios con todas ellas y...!

—¿¡Gor!? —pregunta Azra. «¿Se refiere al mismo individuo del que me hablaron en el Principado?»—. Nífgolin, así no puedo entenderte.

Tres de los elfos se acercan hacia el Duque y Azra.

—Señor Nífgolin —dice uno de ellos—, varios de nosotros estamos en la misma situación que usted y lo compadecemos, pero si queremos que nuestro aliado nos ayude, debemos calmarnos y explicarle con claridad por qué necesitamos su ayuda.

Lord Róndiff ofrece al Duque sentarse sobre una silla de madera de roble que tiene un cojín relleno de plumas; Lord Aris, por su parte, ordena a los guardias que traigan agua, la cual llega en un instante en jarras de metal y copas de plata.

—Azra —comienza el Duque, ahora más templado luego de hidratarse—, perdona que esté tan conturbado, pero esto es muy grave y queda poco tiempo. —Ve que el Emperador le hace un ademán, restando importancia a su estado desasosiego—. ¿Recuerdas lo que te contamos en el Principado sobre Gor? El elfo corrompido que ahora es el Señor del bosque Umbrío y amo de los ogros.

»Bien, nos atacó hace algunos días en nuestras propias tierras —le cuenta, apretando la quijada—. Con todas sus bestias y... —Frunce de modo gradual su ceño—. Él mismo se ha vuelto mucho más poderoso de lo que imaginábamos. Mató a varios elfos, derrotó a mi padre... —Nífgolin aprieta sus puños mientras sus ojos verdes bullen de furia—. Y también a mí, sin mucho esfuerzo.

»Luego de eso, se llevó a varias de las elfas del Principado, raptadas. Temo que planea matarlas para robarles su sangre, beberla... y convertirse así en un ser aún más temible de lo que ya es. Pero..., Azra. —Se levanta, su rostro reflejando una inmensa congoja—. ¡Tiene a Sáralyn! Si en verdad eres mi aliado, te pido... No, te ruego, por favor: ¡ayúdame! —grita, con un timbre de voz quebrado.

Un silencio denso inunda la estancia.

Los ojos celestes de Róndiff se vuelven vidriosos mientras se lleva la mano a la boca, levantando las cejas en señal de consternación. Aris se tira de su barba terminada en punta una y otra vez; los guardias intercambian miradas de preocupación entre ellos y con el resto de los elfos, quienes presentan un semblante marcado por su angustia.

Azra exhala una profunda espiración al tiempo que asiente con su cabeza en un gesto meditativo.

—Vaya... Si incluso un tipo tan fuerte como tú me está diciendo que el Señor del bosque Umbrío es un monstruo..., realmente debe tratarse de un ser extraordinariamente poderoso y peligroso. Si esa es la situación, entonces... ¡Voy a ayudarte, Nífgolin! —resuelve el Emperador sin vacilar, con una sonrisa de confianza que ilumina todo su semblante.

El Poder de Oikesia 2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora