Capítulo XI - De la Convergencia de los Qí

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Detrás de la fachada de tranquilidad, el conflicto con el Señor del bosque Umbrío parece haber llegado a su fin: ya no se oyen los alaridos de las bestias aladas, ni los rugidos de las cuadrúpedas, como tampoco los gruñidos ni los pasos pesados de los ogros. La presencia de Gor ya no es perceptible para el Duque, el Emperador ni la bruja. Solo perduran los vientos errantes, mientras que las olas del mar se apaciguan de a poco.

Azra y Lisa están desgastados: jadeantes y con respiraciones entrecortadas, regresan a vuelo parsimonioso hacia el extremo oriental del bosque Umbrío, mientras una fina capa de sudor en sus rostros evidencia su cansancio... pero al acercarse a Nífgolin, algo les inquieta.

El Duque golpea con frustración, una y otra vez, la barrera de qí mágico que rodea la enorme torre de Gor, donde aún permanecen cautivas las elfas.

—¡Sáralyn! —grita con voz quebrada mientras la energía roja traslúcida permanece inmutable—. ¿¡Alguien puede oírme!?

Azra frunce el ceño, incapaz de entender por qué la barrera sigue en pie. Lisa, con los dientes apretados, intercambia una mirada con él; ambos sienten lo mismo: algo no marcha bien.

La bruja desciende primera, tocándose la mejilla lastimada. Instante seguido, Azra toca el suelo, situándose por detrás del elfo, apoyando una mano en su hombro.

—Nífgolin, estamos muy debilitados ahora —le dice Azra con un hilo de voz, suspirando—, podremos destruir esa cosa dentro de nada de tiempo; ya verás.

El Duque se detiene en seco.

—No es eso lo que me preocupa, Azra... —Voltea hacia él con una mirada medrosa—. Si la barrera que ese infeliz formó con su propio qí mágico sigue intacta, eso quiere decir que...

El suelo comienza a temblar.

—... sigue vivo —declara Lisa con el ceño fruncido; su visión encauzada hacia el mar.

—¿¡Pero quééé!? —se altera el Emperador; sus ojos muy abiertos mientras el suelo se estremece con mayor fuerza—. Avernos, ¡no es posible!

De repente, los tres sienten un potente y oscuro qí que emana de forma abrupta desde el mar Bucanero. Una vasta aura negra, surcada por destellos bordó, emerge desde las profundidades del agua, volviéndose a agitar con violencia. El cielo se oscurece; los vientos se tornan más feroces, resonando como rugidos...

Gor emerge desde el mar, alzándose con una furia descontrolada. Sus puños están cerrados; las venas sobresalen en sus manos y sienes, visibles con cada respiro cargado de rabia. Su mirada llena de rencor refleja una única intención: destruirlo todo, sin dejar a nadie en pie. Se aproxima lentamente, dispuesto a usar cada gota de su poder para aplastar a sus enemigos.

Azra, Nífgolin y Lisa permanecen inmóviles por un instante, sin poder procesar lo que están viendo; la atmósfera a su alrededor se siente densa, cargada de la energía negativa que desprende Gor. Una mezcla de nerviosidad y desesperación comienza a apoderarse de ellos al comprender que el enemigo que creían vencido, ha vuelto... con su furia desatada.

—¡Está ostentando un poder descomunal y nosotros ya usamos todo lo que teníamos! —exclama Azra con un matiz de voz cargado de tensión.

Gor se posiciona sobre ellos levitando a unos quince metros de altura, escupiendo palabras en un dialecto que ninguno de los tres comprende, acompañadas por el zumbido profundo y constante que resuena en el entorno, reverberando junto al eco de su gruesa voz.

—¡Zlorakë și despirak vilgor vă anqirak cu gor magerthul zelinor...! —pronuncia Gor repetidas veces en tanto el ambiente a su alrededor tiembla y se descompone.

El Poder de Oikesia 2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora