Capítulo I - Del Brebaje del Cervecero

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Es sylvanis por la noche, y Ciudad Imperial se encuentra iluminada de manera esplendente por efecto de las luces cálidas que emiten las antorchas y los faroles distribuidos por las calles, realzada por la suave luz naranja que irradia la luna.

La capital bulle de vida, repleta de gente cuyas voces y risas llenan el aire.

Esta atmósfera festiva se debe a que, al día siguiente, solarius, la clase obrera no tiene la obligación de trabajar, puesto que así lo dispone uno de los Decretos Imperiales recopilado en el Código Unificado: cuerpo normativo que rige a todas las provincias del Imperio de Kilinn Landen. Por esta razón, la ciudad está más concurrida en comparación a los otros cuatro días de la semana.

Una de las tabernas de la capital, la conocida como «Brebaje del Cervecero», ubicada en el extremo sur de Dúblarin Occidental, pese a su aspecto rústico, tamaño moderado y cuyo dueño no es más que un hombre humilde perteneciente a la plebe, ha ganado una enorme popularidad en los últimos dos años debido a que, quien suele frecuentarla de vez en cuando, es el mismísimo Emperador.

En el Brebaje del Cervecero, resplandecido por la luminiscencia que emanan los múltiples candelabros y las lámparas de aceite sobre los muebles, una exquisita melodía fluye desde los laúdes, las dulzainas y los salterios tocados por los músicos del lugar.

La taberna está repleta: en el centro del establecimiento se vislumbra a un grupo de cuatro hombres jugando a los naipes sobre una larga mesa ovalada de madera: dos de los jugadores que presentan semblantes frescos, y desprovistos de vello facial, contrastan con otro de edad más madura, con escaso cabello a los costados de su cabeza y un fino bigote; mientras que el cuarto, tiene el rostro surcado de arrugas, y lleva el cabello largo y una espesa barba y bigotes blancos.

Los jugadores, enseñando expresiones duras y cabales, tienen delante de sí una modesta pila de monedas de plata, cuyo símbolo es una corona de siete puntas, entretanto varios espectadores observan la partida con atención.

En el resto de la taberna, varias mesas redondas, algunas unidas entre sí, están llenas de hombres y mujeres riendo a carcajadas, algunos bebiendo vino, y otros, chocando sus cuernos de hidromiel; todos disfrutando de su sabrosa comida.

Otros comensales, sin lugar para sentarse, permanecen de pie, participando de igual manera del ambiente festivo, bebiendo con júbilo; algunos con empanadas de carne de ciervo en mano y otros con patas de pollo.

En el fondo, sobre la barra, se encuentra Végrand De Cave, bebiendo hidromiel y comiendo salchichas ahumadas acompañadas con pan y queso curado; lleva una túnica negra de mangas cortas y pantalones largos de lino azul, de espaldas al gentío.

Al lado del herrero se halla Lucas Láutnent, uniformado con su coraza color ámbar. Con los codos apoyados en la barra, se encuentra de espaldas a ella, con un vaso de vino especiado con canela en mano, intentando cortejar a una laúdista pelirroja y pecosa, con dos largas trenzas, luciendo un vestido con delantal rosado sobre una blusa de lino blanca escotada y ajustada.

La mujer, agotada por la insistencia de Lucas, lo mira con una expresión desdeñosa y de fastidio, y se mueve a otro lugar para alejarse de él.

—No se desanime, señor Lucas —lo alienta el cantinero y dueño de la taberna, mientras seca un vaso de cerámica con un trapo de lino—. La noche aún es joven y tiene muchas más oportunidades.

—Es que en verdad me parece una preciosidad, Árondor —le responde Lucas al dueño; sus ojos marrones reflejando su frustración en tanto aún observa a la laúdista.

—Su nombre es Elizabeth —le hace saber—. No es muy simpática con los hombres, pero le pago para que toque su laúd, no para que los complazca —se ríe Árondor.

El Poder de Oikesia 2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora