Capítulo XIV - Del Paseo al Principado

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Al día siguiente, el alba rompe con gradualidad el manto oscuro de la noche, despuntando un nuevo día en Ciudad Imperial.

El Emperador, abriendo apenas las cortinas de su dosel, se percata de que el firmamento ya se encuentra pincelado por sus primeros matices purpúreos, y se incorpora de un salto. Se dirige rápidamente hacia la recámara adyacente a sus aposentos para realizar sus aseos matutinos, tanto corporales como dentales.

«No entiendo por qué me estoy sintiendo tan ansioso, si solo estoy a punto de ir al Principado Élfico... Bueno sí, sí, es por culpa tuya —reflexiona, representándose a Lisa en su mente—. Bruja presumida».

Instante seguido y sintiendo su estómago crujir, se dirige a las cocinas para prepararse su propio desayuno, puesto que los días solarius, los criados no están obligados a trabajar ni a permanecer en el Castillo Imperial.

Toma una docena de huevos, queso y un trozo de carne para prepararlo en una de las estufas de hierro. Al querer encender el fuego con una diminuta Ígneablam, arrojándola sobre la leña... provoca un estallido, seguido por una humareda negra y un olor a quemado que inundan la estancia. «Caray, creo que así no era».

El estruendo no tarda en atraer la atención de inmediato: unos pocos guardias que están de turno irrumpen en la cocina, seguidos por los tres altos dignatarios, quienes tampoco pueden evitar acercarse.

Róndiff suelta una carcajada, Marcius observa incrédulo y Aris sacude la cabeza con sus ojos cerrados.

Luego de ser sutilmente regañado por su consejero humano, Azra se queda sentado mientras Marcius y un puñado de guardias tratan de limpiar un poco el lugar en tanto Róndiff y Aris se disponen a cocinarle a Su Majestad.

Entretanto, Azra decide relatarle su batalla contra el Señor del bosque Umbrío a sus tres altos dignatarios. Al culminar, el elfo se queda con ganas de saber sobre otro tipo de detalles.

—¿Pero acaso no va a decirnos cómo le fue anoche? —inquiere Róndiff con una expresión jovial.

—¿Anoche? Bueno, la bruja y yo... Solo... —Azra trastabilla por la timidez, incapaz de terminar su frase.

—Creo que ya no necesita decir nada más, mi señor —intercede Marcius colocándole una mano en su hombro—; con eso nos lo ha dicho todo.

—Aris —lo llama con fingida queja—: Marcius y Róndiff me molestan —protesta en un tono hilarante.

—Si quiere puedo solicitar que le corten la lengua al elfo, Majestad —sugiere Aris con un tono de voz y expresión impasible.

—¡Oiga! —se queja Róndiff—. ¿Por qué solo a mí y no a Marcius?

—Denegado —se ríe Azra.

—No pierdo la esperanza en que algún día diga que sí —suelta Aris; sus ojos cerrados mientras se refriega la punta de su bigote con la yema de los dedos.

Marcius suelta una carcajada y Róndiff se cubre la boca con una mano.

Mientras el Emperador va a la mitad de su desayuno, percibe de repente a dos presencias a umbrales del castillo.

—¡Ya llegaron! —anuncia—, ¡son ellos!

Escoltados por cuatro guardias, Nífgolin y Sáralyn avanzan hasta la estancia donde se encuentra el Emperador.

—¡Kalemera! —saluda Azra en Lengua Arcaica, dándoles los buenos días a los elfos en su propio idioma—. ¡Nífgolin! ¡Sáralyn!

Kalemera, filo —lo saludan al unísono los Duques.

El Poder de Oikesia 2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora