Al día siguiente, con el sol rozando su punto culminante, Azra despierta sintiendo el efecto del exceso de alcohol de anoche: punzadas en su cabeza, la boca seca y una sed descomunal.
Con esa incomodidad y una mano apoyada sobre su frente, decide descender hasta el segundo nivel de su castillo en busca de Aris Crateso, con el afán de pedirle que le prepare algún mejunje para calmar su malestar, puesto que los días solarius, última jornada de la semana, los criados y los guardias no tienen la obligación de permanecer en el castillo, y de estarlo, no tienen la obligación de trabajar.
Al bajar las escaleras y llegar al segundo nivel del castillo, el Emperador se percata de que, en los corredores y a umbrales de los aposentos de sus consejeros, se encuentra Lord Aris Crateso, acompañado por su esposa Anastasia y sus dos pequeños hijos: Ástrid y Tristan. El Consejero está discutiendo con su par, Lord Róndiff Aloprásindor, quien está junto a su esposa Yéffenzer.
Al aparecer Azra, los Consejeros del Emperador cesan su discusión; Aris lo saluda con una leve reverencia, mientras que el elfo lo recibe de una manera más cálida e informal: con una amplia sonrisa y algunas palmaditas en el hombro.
—¡Emperador! —chilla el hijo de Aris, abalanzándose para abrazarlo por el costado de su cintura.
—Hola, pequeño Tristan —dice Azra, colocando su mano sobre la cabeza del niño.
Anastasia, Ástrid y Yéffenzer lo saludan de manera cordial: con una ligera inclinación y un ligero levantamiento de sus vestidos.
—Ya basta de tantas formalidades —pide Azra mientras ríe con una sonrisa de incomodidad—. Prefiero saludos como los de Róndiff o Tristan —reconoce, al tiempo que suelta un gimoteo quejumbroso y se toma la frente.
—¿Se encuentra bien, mi señor? —inquiere Róndiff.
—Sí, no es nada; solo... un poco de dolor de cabeza. ¿Por qué están todos aquí afuera?
—Es que con Anastasia y Verónica, Majestad —le responde Yéffenzer—, decidimos que hoy sería un buen día para que los tres altos dignatarios y sus familias saliesen juntos a la Plaza Central para pasar el día.
—Mi ser bulle de alegría —agrega Aris con un tono cáustico y sosegado; su rostro impasible—. Pero por otro lado, Majestad, no me diga que viene como casi todos los solarius al mediodía para pedirme que le prepare un jugo de pomelo con hierbas de menta. —Observa que Azra asiente con la cabeza tratando de ocultar su sonrisa, y suspira—. Ya le mencioné incontables veces que no es nada decoroso que el monarca de todo el continente acuda a una taberna como si fuese un ciudadano más, pero veo que mis palabras volvieron a caer en oídos sordos.
—No sea tan duro con nuestro señor, Lord Aris —interviene Róndiff, risueño—. Será un emperador pero también sigue siendo un hombre joven.
Azra suelta una risa cohibida.
—No, está bien; yo mismo puedo ir al piso de arriba y hacérmelo, pero, en todo caso... ¿de qué discutían ustedes dos cuando llegué? —le pregunta a sus consejeros.
—El elfo es un blasfemo —suelta Aris, frunciendo su labio en tanto se tironea su fino bigote negro, sin dar detalles.
—¡Eso no es cierto! —protesta Róndiff—. Solo le expliqué que los Theoi en realidad no son dioses como sostienen los humanos en su religión: Theoi, en Lengua Arcaica, quiere decir «Pilares». Ellos son espíritus benévolos, seres celestiales y etéreos que se encargaron de moldear a Oikesia, y que tienen por fin sostenerla y protegerla.
»Pero quien creó este bello mundo fue el Dios Único, el creador de, incluso, los propios Theoi: tanto de los Hypérteroi, la estirpe principal, como de los Déuteroi, los secundarios.
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El Poder de Oikesia 2
FantasyHace ya dos años que Azra Mirodi se encuentra consolidado como emperador de Kilinn Landen. Pero gobernar un imperio tan vasto no está exento de peligro; implica todo lo contrario. Ahora, poderosos seres maquinan sus nefastos planes para arrebatarle...