Capítulo XII - De la Invitación

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Siente el suave calor de los rayos del sol acariciarle el rostro; sus párpados se contraen, y su entrecejo se frunce con ligereza. De sus labios escapa un gimoteo apenas audible acompañado de una exhalación prolongada.

Algo húmedo y áspero roza su mejilla; al principio con suavidad, hasta que comienza a lamerlo con más insistencia: una, dos, tres, cuatro veces, disipando así el estado de semiinconsciencia del Emperador.

Abre los ojos, percatándose de que descansa sobre una colcha mullida de plumas colocada en una estructura de madera elevada. Todavía aturdido y cansado, logra vislumbrar a una imponente silueta que le resulta familiar.

—¡Raudo, amigo! ¡Eras tú! —exclama con alegría, abrazando al corcel blanco que lo acompañó durante los años de La Conquista.

—Se nota que te extrañó mucho... —interviene una voz conocida: es Lucas Láutnent—. Se lleva bien conmigo, pero... a ti te adora.

—¡Lucas! —exclama Azra, sonriendo al ver a su amigo—. ¿Cómo est...? —La lengua del caballo interrumpe su frase con nuevas lamidas—. ¡Sí, sí, ya lo sé! —dice entre risas, dirigiéndose a Raudo—, hace mucho que no nos veíamos; discúlpame... Prometo visitarte más seguido —le asegura mientras le acaricia la crin.

Raudo relincha enseñando todos los dientes en un gesto que refleja su dicha.

—Y si Lucas te molesta, tienes permiso para darle con tus patas traseras justo en donde más le duele —bromea Azra, guiñándole un ojo al corcel.

Raudo suelta un relincho corto y juguetón, observando al paladín de cabellera rubia con sus ojos entrecerrados.

—¡Oye, eso no es justo! —protesta Lucas—. Raudo, no le hagas caso.

—¡El Emperador ha despertado! —anuncia uno de los paladines a viva voz.

Los paladines, dispersos por el campamento, se giran hacia Azra, intercambiando miradas antes de acercarse, atentos y expectantes. Se ponen a su disposición con gestos firmes; uno de ellos le ofrece un odre lleno de agua.

—Gracias. —Se bebe todo en solo un suspiro de tiempo—. Y, ¿no hay comida? Me muero de...

—¡Mi señor! —se anuncia Lord Marcius Lotiel, descendiendo de su leal corcel de pelaje negro—. ¡Nos han comentado que se enfrentó al Señor del bosque Umbrío! ¿¡Cómo se encuentra!?

—¡Marcius! —se contenta Azra al ver al General en Jefe—. Bueno... Aún siento pesados todos mis músculos, me duelen... Como verás tengo una parte de mi rostro, cuello y hombro derecho algo quemados por gotas de ácido... —comenta riendo mientras se va poniendo de pie—. Pero estoy bastante bien —suspira—. Ganamos.

Luego de un bisbiseo generalizado por los paladines quienes se sienten asombrados, de algunos comentarios de admiración y de congratulaciones, el General decide consultar la otra nueva que le inquieta.

—Mi señor, necesitamos oírlo de su propia boca, pues hasta hace nada, los hadas y la bruja eran nuestros enemigos y...

—Nada de eso —responde Azra, contundente—; ellos son libres a partir de ahora: le dije a la bruja que si me ayudaba a rescatar a las elfas, liberaría a todos, y pienso cumplir con lo que prometí.

—Así que nos hiciste desplegar toda esta gigantesca logística y movimiento en vano... —acota Lucas.

«Concuerdo con Láutnent», expresa Marcius en su fuero interno, sin atreverse a exteriorizarlo.

—Sabía que me reprocharías —le responde Azra con una sonrisa divertida.

—Pero, mi señor, ¿podemos estar seguros de que los seres del bosque Boshaller no nos atacarán otra vez? —cuestiona el General.

El Poder de Oikesia 2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora