Capítulo XIII - Del Entrelace de Sentimientos

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La noche finalmente desciende sobre Ciudad Imperial, sumiendo al cielo en una profunda negrura en tanto las estrellas titilan con un regio color naranja esplendente, como lejanas llamaradas que iluminan la atmósfera con sutiles destellos.

Dentro del Castillo Imperial, los cocineros trabajan sin descanso; el tintineo rítmico de los utensilios sobre las tablas de madera y el crepitar de las brasas llenan el aire. Grandes piezas de carne giran lentamente sobre los asadores mientras las cazuelas hierven con guisos espesos y aromáticos. Sobre largas mesas, se preparan bandejas repletas de pan recién horneado, frutas exóticas y jarras de jugos multifruta. El ambiente, saturado de ricos y envolventes aromas.

Lisa llega a través de uno de sus portales, apareciendo en la estancia que le había sido asignada durante su confinamiento, encaramada al final del corredor del nivel más alto del castillo, en el extremo opuesto de los aposentos del Emperador. Respira hondo, tratando de calmarse. De repente, percibe cuatro presencias acercándose a la habitación.

¡Toc, toc, toc, toc, toc!

La bruja abre la puerta, encontrándose con cuatro criadas enviadas por el Emperador.

—¿Señorita Lisa Laveau? —dice una de ellas—. Su Majestad nos ha enviado para prepararla.

—¿Para... prepararme? —La bruja queda estupefacta al ver que las cuatro mujeres ingresan como si nada, sin esperar su respuesta—. Bu-bueno..., pasen —balbucea resignada.

Dos de las criadas se dirigen a un pequeño espacio contiguo, destinado a los aseos privados. Allí, comienzan a preparar una gran tina de agua caliente, mezclando algunas hierbas aromáticas; el vapor empieza a colapsar el aire de manera gradual y tenue.

Mientras tanto, otra criada se acerca a Lisa con una cinta de lino para tomarle las medidas. Presurosa, envuelve la cinta alrededor de su pecho.

—Ochenta y siete centímetros el busto... —anota en voz baja. Luego, rodea su cintura con la cinta—. Sesenta y dos por aquí... y por último... —Mide el contorno de sus caderas—. Ochenta y ocho... ¡Ah!, y ahora déjame ver uno de tus pies... Bien, ¡ya regreso! —exclama, saliendo a los trotes.

Lisa se queda quieta un momento; sus mejillas adquieren un matiz rosado, sintiendo una ligera incomodidad ante la situación, entrelazando sus dedos y bajando la mirada.

Acto seguido, la mujer que se quedó con Lisa la acompaña hacia la recámara del aseo. Apenas atraviesan el umbral, las tres criadas se abalanzan sobre ella con el afán de quitarle las prendas para comenzar a higienizarla.

—¡Ya sé desvestirme yo sola! —grita Lisa, intentando taparse con los brazos. Sin más opción, se sumerge apresurada en una gran tina de madera oscura llena de agua caliente.

Antes de que pueda decir algo más, dos de las criadas empiezan a lavarla con esponjas rellenas de lana empapadas en agua perfumada con aceites hierbales. El roce áspero pero efectivo barre la suciedad y el cansancio que el bosque Umbrío había dejado en ella.

—Tengan cuidado con mi mejilla izquierda que está lastimada y me duele... Pero ya, en serio —se hastía la bruja—: ¡puedo asearme yo so...! —Se detiene en seco al sentir cómo la tercera criada comienza a cepillarle de forma incesante la espalda—. ¿Umm? ¿Qué es eso?

—Te estoy cepillando con crin de caballo —le responde la mujer, sin dejar de frotar—. Y el jabón está hecho con aceite de oliva y esencia de lavanda.

—Oh... se siente tan relajante y... el agua está tan calientita... —Lisa cierra los ojos, dejándose llevar, mientras empieza a inhalar y exhalar suavemente, disfrutando del momento.

El Poder de Oikesia 2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora