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El sonido del timbre hizo que saliera bruscamente de mis pensamientos, devolviéndome a la realidad. Me quedé quieta por un segundo, hasta que recordé que Kenia iba a venir.

Me dirigí a la puerta y la abrí encontrándome con Kenia que traía una botella de tequila en una mano y en la otra algunas bolsas con frituras.

—Hola nena— Dijo mientras se acercaba y me daba un abrazo y un beso en la  mejilla.

—Te vi un poco tensa hoy, así que pensé que podríamos hacer una pequeña reunión terapéutica. Dijo mientras levantaba la botella de tequila con una sonrisa traviesa

 Entró antes de que pudiera decir algo más, moviéndose por la casa como si fuera la suya—. No hay nada que una buena charla y un poco de tequila no puedan arreglar, ¿verdad?

Cerré la puerta detrás de ella, sintiendo cómo la tensión en mis hombros comenzaba a aflojarse solo un poco. Kenia tenía esa habilidad de saber exactamente cuándo necesitaba compañía, incluso cuando yo misma no me daba cuenta.

—A veces pienso que lees la mente —dije, siguiéndola hacia la cocina mientras ella dejaba las frituras sobre la mesa y empezaba a buscar los vasos.

—No es leer la mente —respondió mientras abría la botella—. Es conocer bien a mi mejor amiga y saber cuándo algo la está molestando.

Me reí, aunque sabía que tenía razón. Mientras ella servía las copas, me senté en una de las sillas, dejando que el olor fuerte del tequila llenara el aire. Kenia me pasó un vaso y levantó el suyo en señal de brindis.

—Por los días difíciles —dijo con una sonrisa—, y por las amigas que no te dejan enfrentarlos sola.

Chocamos los vasos y tomé un sorbo, sintiendo el ardor familiar del tequila recorrerme la garganta. Kenia se acomodó en la silla frente a mí, su mirada expectante pero sin presiones.

—Entonces, ¿quieres contarme qué pasa? —preguntó, con esa voz suave que usaba cuando sabía que algo importante estaba a punto de salir a la luz.

Me quedé en silencio por un momento, jugando con el vaso entre mis manos, antes de finalmente mirarla a los ojos. Todo lo que había estado guardando, todo lo que me había estado carcomiendo desde la madrugada, ahora parecía listo para salir a la superficie.

—Recibí una llamada... de Antonio —comencé, sintiendo cómo el simple hecho de decir su nombre en voz alta hacía que todo volviera a cobrar fuerza—. Y no sé qué pensar, Kenia. No sé si fue un sueño o algo más, pero necesito entenderlo.

—No checaste el número? — preguntó mientras le daba otro sorbo a su vaso.

—Lo intenté, intente agregarlo y no me aparece para mandar mensaje, intenté llamar, pero me manda directo a buzón. — dije nerviosamente.

Kenia escuchó atentamente mientras le contaba lo que había sucedido, sus ojos reflejando la mezcla de sorpresa y preocupación que ya me imaginaba. A medida que las palabras salían, sentí que la carga en mi pecho se aligeraba un poco, sabiendo que al menos no tenía que enfrentar todo esto sola.


Después de unas horas de risas y unos cuantos shots de tequila, Kenia decidió que era hora de irse. El ambiente en la casa se había relajado considerablemente, gracias en gran parte a su compañía y a nuestra conversación. Hablar con ella había sido justo lo que necesitaba; me ayudó a poner las cosas en perspectiva y, aunque aún había incertidumbre, al menos ya no me sentía tan abrumada.


—Bueno, creo que es hora de que me vaya —dijo Kenia, poniéndose de pie mientras recogía las bolsas vacías de frituras y el casi vacío tequila.—¿Estás segura? —pregunté, aunque sabía que la respuesta era sí. Había hecho su trabajo como la gran amiga que era y ahora me dejaba el espacio necesario para procesar todo.—Sí, estarás bien —respondió, con esa mezcla de firmeza y calidez en su voz—. Y recuerda, cualquier cosa, solo llámame. Estoy a una llamada de distancia, ¿de acuerdo?


Asentí, agradecida por su apoyo. Caminé con ella hasta la puerta, y antes de que saliera, me dio un abrazo fuerte, uno de esos que transmiten toda la fuerza y el cariño que las palabras a veces no pueden expresar.—Gracias, Kenni —le dije, sintiendo cómo la emoción se agolpaba en mi pecho—. No sé qué haría sin ti.—No tienes que agradecer —respondió, sonriendo—. Nos vemos mañana. Y recuerda, no te comas tanto la cabeza. A veces, las respuestas vienen cuando menos lo esperas.


Con un último gesto, salió por la puerta y se encaminó hacia su coche. La observé mientras se alejaba, quedándome en la entrada hasta que las luces traseras de su vehículo desaparecieron en la distancia. El reloj en la pared marcaba casi la medianoche, y el cansancio comenzaba a hacer mella. Decidí que era hora de dormir, aunque sabía que mi mente probablemente seguiría dando vueltas a todo lo que había sucedido en las últimas 24 horas. 

Subí las escaleras, apagando las luces a mi paso, y me dirigí a mi habitación. Me preparé para acostarme, tratando de no pensar demasiado en lo que podría esperar mañana. Kenia tenía razón; a veces, las respuestas llegaban cuando uno menos lo esperaba. Con esa idea, me metí bajo las sábanas y, cerrando los ojos, dejé que el sueño me envolviera lentamente, con la esperanza de que la mañana trajera un poco más de claridad.

Jueves 10 - Junior HDonde viven las historias. Descúbrelo ahora