Capítulo 14: Desventuras y Revelaciones

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Me desperté con los primeros rayos de sol que se colaban por las cortinas de mi habitación. El aire fresco de la mañana llenaba el espacio, y por un momento, casi olvidé en dónde estaba. Todo parecía tan tranquilo, tan normal.

Después de unos minutos de perezosa contemplación, me decidí a levantarme. Fui al baño, asegurándome de cerrar la puerta detrás de mí, y me sumergí en una ducha rápida para empezar el día con energía.

De regreso en mi habitación, me envolví en una toalla y busqué algo cómodo para ponerme. Justo cuando estaba en el proceso de cambiarme, escuché un golpe fuerte que resonó en la habitación.

—¡Ay! —exclamé, mientras me tropezaba con la esquina de la cama y caía de espaldas al suelo. La toalla se soltó un poco, pero logré mantenerla en su lugar mientras me recomponía, rogando que nadie hubiera escuchado mi pequeño accidente.

Estaba terminando de vestirme cuando volví a escuchar el golpe, esta vez en la puerta de mi habitación.

—¿Scarlett? —La voz de Asher sonaba al otro lado de la puerta, con una mezcla de preocupación y, si no me equivocaba, diversión.

—Estoy bien, solo un pequeño tropezón —respondí, tratando de sonar casual mientras me ajustaba la ropa.

—¿Seguro? —preguntó, esta vez con un tono claramente divertido—. Parecía que algo se cayó... ¿o fuiste tú?

—¿Por qué te interesa tanto? —contesté, abriendo la puerta con una sonrisa sarcástica—. ¿Quieres verme hacer el ridículo?

Asher estaba de pie en el pasillo, con una expresión de pura diversión en el rostro. Sus ojos brillaban con ese típico destello travieso que me volvía loca.

—No, claro que no —respondió, levantando las manos en señal de rendición—. Solo me preocupaba que algo te hubiera pasado.

—Lo dudo —murmuré mientras me cruzaba de brazos, luchando por mantener mi dignidad intacta—. Vamos, tenemos un día por delante.

El día continuó con pequeñas desgracias que parecían seguirme como una nube personal. En el desayuno, logré derramar el café sobre mi blusa, lo que me obligó a regresar a mi habitación para cambiarme. Luego, mientras caminábamos por los jardines de la villa, tropecé nuevamente, esta vez con una raíz expuesta, y casi me caigo de bruces al suelo.

Cada vez que algo así ocurría, Asher apenas contenía la risa.

—¿Estás bien? —preguntó con una sonrisa mientras me ayudaba a levantarme—. Parece que hoy no es tu día.

—Ríete todo lo que quieras —respondí, sacudiendo la tierra de mis pantalones—. Ya veremos cómo te va a ti cuando llegue tu turno.

Él solo rió, una risa que resonó cálida y sincera, y por un momento, olvidé todo lo que había entre nosotros. A pesar de todo, no podía negar que había algo contagioso en su alegría.

Más tarde, después de un día lleno de tropezones y risas, nos encontramos de nuevo en el mirador que habíamos visitado la noche anterior. Esta vez, el sol estaba comenzando a ponerse, tiñendo el cielo con tonos naranjas y rosados.

—A pesar de todo, fue un buen día —dijo Asher mientras miraba el horizonte.

—Sí, lo fue —admití, sorprendida por lo que estaba sintiendo—. No puedo recordar la última vez que me reí tanto.

—¿Sabes? —dijo Asher, su tono más suave ahora—. Esas pequeñas desgracias, esas cosas que parecen salir mal, son las que a menudo hacen que los días sean memorables. No por lo que ocurre, sino por cómo lo compartimos.

Vínculos Prohibidos ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora