Secretos y Sombras

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Historia y Perspectiva de Leandro

Leandro había pasado gran parte de su vida ocultando una parte fundamental de sí mismo. En Kaios, donde el viento susurraba secretos en cada esquina y la historia de cada habitante estaba entrelazada con las raíces del pueblo, Leandro se había convertido en un maestro del disfraz emocional. Para todos, era un joven encantador y servicial, alguien que siempre sabía cómo hacer que las personas a su alrededor se sintieran a gusto. Pero esa amabilidad era solo una capa superficial, una máscara que había aprendido a usar desde muy joven.

Desde que Leandro llegó a Kaios, había sentido que su vida estaba dividida en dos realidades. La primera era la que todos veían: el joven que había crecido en el pueblo, que conocía cada calle, cada atajo, y cada historia que los ancianos contaban junto al fuego. La segunda realidad, la oculta, era la de un chico que sabía demasiado sobre el mundo más allá de Kaios, un mundo lleno de magia, poder y peligros que la mayoría de la gente no podría imaginar.

Leandro había aprendido sobre la magia de manera informal, recolectando fragmentos de conocimiento de antiguos libros y manuscritos que había encontrado en su casa, un lugar donde las sombras parecían moverse por sí mismas. A lo largo de los años, había desarrollado sus habilidades en secreto, sin dejar que nadie, ni siquiera sus amigos más cercanos, supieran lo que era capaz de hacer. Era una decisión consciente, nacida de la necesidad de protegerse a sí mismo y a los demás de los posibles peligros que conllevaba el conocimiento de las artes oscuras.

A pesar de su inclinación hacia la magia, Leandro había intentado llevar una vida normal en Kaios. Había encontrado su lugar en la comunidad, trabajando en la pequeña tienda de antigüedades de su familia, donde objetos curiosos y antiguos cargados de historia llenaban cada rincón. El trabajo le permitía mantener una fachada de normalidad mientras seguía buscando respuestas a las preguntas que lo atormentaban desde que tenía memoria.

Todo cambió cuando Exekias apareció en su vida. Al principio, Leandro no pensó mucho en él. Exekias era solo otro joven que había llegado al pueblo bajo circunstancias extrañas, alguien que, como muchos otros, parecía estar buscando su lugar en el mundo. Pero había algo diferente en Exekias, algo que Leandro no podía ignorar. Era como si un vínculo invisible los uniera, una conexión que iba más allá de la simple amistad.

Leandro había intentado mantenerse al margen, ser solo un guía ocasional para Exekias mientras exploraba el pueblo. Sin embargo, con cada día que pasaba, esa conexión se hacía más fuerte, más difícil de ignorar. A medida que pasaban más tiempo juntos, Leandro empezó a notar detalles sobre Exekias que los demás parecían no ver. Había una tristeza en sus ojos, una desesperación por recordar quién era realmente, que resonaba con algo profundo dentro de Leandro.

Era en esos momentos, cuando Exekias se quedaba en silencio mirando hacia el horizonte, que Leandro sentía un impulso casi irresistible de ayudarlo. Pero sabía que hacerlo implicaría revelar partes de sí mismo que había mantenido ocultas durante tanto tiempo. Era un riesgo que no estaba seguro de estar dispuesto a correr. Sin embargo, cada vez que veía a Exekias luchar con la amnesia que lo afligía, sentía que ese riesgo valía la pena.

Mientras tanto, la presencia de Evans en la vida de Exekias era un recordatorio constante de la competencia que Leandro enfrentaba. No era una competencia en el sentido tradicional, pero Leandro sabía que Evans tenía un lugar especial en la vida de Exekias. Evans era todo lo que Leandro no podía ser: abierto, honesto y completamente en paz con su lugar en el mundo. En comparación, Leandro se sentía como un intruso, alguien que no pertenecía realmente a la vida de Exekias.

A pesar de sus dudas, Leandro no podía evitar sentirse atraído por Exekias. Había algo en él que despertaba emociones que había enterrado durante años, emociones que no sabía cómo manejar. Cada vez que estaban juntos, Leandro sentía que la máscara que había usado durante tanto tiempo empezaba a resquebrajarse. Era una sensación agridulce, un recordatorio de que, por mucho que intentara mantener el control, había cosas que estaban más allá de su poder.

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