Capítulo 4

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Claudia:

Me encontraba en mi mansión, arreglándome, hoy iría a visitar a Meve. Hoy hace un día precioso, el Sol resplandece. Nicholas y yo no hemos hablado, y lo entiendo, de hecho, entiendo perfectamente si termina todo conmigo. Me dirigí hacia su habitación, el había decidido no dormir conmigo, y yo, pues no me opuse. ¿Cómo podría hacerlo? Es entendible, está enfadado.

Al llegar al final del pasillo, las puertas de su habitación quedaron frente a mí, estaban abiertas así que entré. Nicholas se encontraba metido en el portátil, así que ignoró completamente que yo había entrado.

—Eh... hola... Buenos días... eh... —él no me devolvió el buenos días, tampoco el saludo. Estaba ignorándome completamente, y eso me irritó—. ¿Podemos hablar?

Él no levantó la mirada del portátil—Vale, que sea rápido, tengo cosas que hacer.

—¿¡Cosas que hacer!? —le grité, irritada.

—Si, cosas que hacer.

Yo suspiré, tratando de buscar calma, aunque me mereciera todo lo que él estaba haciendo—Lo siento.

—¿Sentir qué?

—Nicholas sabes perfectamente que...

—No, Claudia —cerró el portátil y me prestó atención, pude ver el enfado en sus ojos—. Desde ayer estoy seguro que no te conozco de nada. Hay cosas que me ocultas. Dime, ¿me estás ocultado otro secreto? Porque, en verdad, ya no sé qué esperar de ti —se pasó una mano por la nuca—. Y, lo siento, no son las mejores palabras para solucionar nada, ¿sabes?

—Yo... yo... quería contarte, pero pensé que... que no importaba.

—¿Qué no importaba? ¡Claudia, eres mi novia, claro que me importa!

—Si... pero...

—Habla.

—¿Qué hable qué?

—Todo, quiero oír todo lo que ni me has dicho.

Yo asentí, y comencé a hablar, notaba que en cualquier momento me echaría a llorar— Él bueno... —tomé aire—, Eduardo fue mi pareja antes de conocerte a ti. Es decir, fue mi pareja a los 16 años. Lo sé, es raro que ahora haya... querido, regresar por mí o que sé yo. Sólo se que... que no me importa. Te quiero a ti. Tienes que entender eso.

—Vale —dijo sin mirarme.

—¿Vale? —me escuché irritada.

—No tengo nada que decir, Claudia.

—Ah... no tienes nada que decir... ya... vale... emm... yo...

Y salí de allí, sin mirarle la cara, no tenía absolutamente ni un poco de ganas de quedarme allí. Tomé mis cosas y me dirigí a mi auto, comencé a conducir a la mansión de Meve.

Al llegar, me bajé del coche y subí las escaleras. Toqué la puerta, pero no hubo respuesta. Toqué el timbre y nadie respondió nuevamente. Resbusqué en mi bolso, recuerdo que Meve me había dado una copia de las llaves, pero hasta ahora no había tenido que usarlas. Saqué las llaves del bolso y abrí las puertas.

Me dirigí hacia el salón, pero no había nadie allí. Fui hasta la cocina pero tampoco había nadie, supuse que Margarita no había llegado o no vendría el día de hoy. Dejé mía cosas sobre la isleta y me dirigí hacia las escaleras al segundo piso. Estaba ahora frente al pasillo, la habitación de Meve era la que tenía las puertas más grandes. Entré, sin tocar la puerta.

Abrí los ojos como platos, mi amiga y el... antipático, que ya no parecía tan antipático, estaban acurrucados en la cama. Ella tenía la mejilla en su pecho y el estaba recostado al cabecero de la cama, con una mano detrás de su nuca, y la otra en el cabello de mi amiga.

El Destino, Una Puerta Que Nos Une [ Libro 1  ]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora