Ojitos verdes

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Pasaron unas horas; ya conocimos al resto de la familia: Nathan, Lee, Parker, Benny, Jordan, Will. Y Cole, hago énfasis en Cole porque a Jackie casi se le cae la baba al verlo. Rubio, ojos azules, musculoso, y todo eso que hace babear a Jackie.

Eran miles de hermanos, no sé cómo alguien podría soportar vivir con tantos niños. Bueno, al parecer ahora yo tendría que soportarlo.

—Alex, lleva a Jackie y a Maya a su habitación, ¿quieres? —le ordenó Katherine al chico de lindos ojos—.

—Claro —respondió—. Por aquí —nos guió—.

Con Jackie compartiríamos habitación. Katherine nos explicó que mañana llegaría la otra cama y que, si no nos molestaba, dormiríamos juntas esta noche.

Al acercarse la tarde, Katherine subió a ofrecernos hamburguesas. Jackie rechazó la oferta; se veía muy cansada y debíamos procesar muchas cosas. Pero yo tenía realmente mucha hambre, así que bajé a comer un poco. Cuando llegué al patio donde estaban preparando las hamburguesas, había niños corriendo por todos lados y adolescentes jugando como niños. Y ahí estaban esos ojos verdes que destacaban entre el resto. Clavó su mirada en mí apenas me vio y se acercó poco a poco. No sé qué carajo me hacía sentir él. Acababa de conocerlo, pero el nivel de nerviosismo que me hacía sentir apenas lo veía era indescriptible. Se me ponían los pelos de punta, tartamudeaba al hablar e incluso sentía que tartamudeaba al pensar.

—¡Maya! —exclamó Alex mientras se acercaba.

La manera en la que dijo mi nombre me hizo sentir completamente distinta. Jamás había sentido esto por alguien que solo me dijera mi nombre. Me sentía realmente estúpida. ¿Qué te pasa, Maya? Detente.

—Al...ex —tartamudeaba al hablar—. ¡ERA REALMENTE VERGONZOSO!

Quería morir en ese momento; sentí cómo mis mejillas se calentaron y cómo poco a poco me ponía como un tomate. Vi cómo sonrió al verme en ese estado y me hizo ponerme aún más roja de lo que estaba.

—¿Cómo estás? —preguntó él, rompiendo el silencio incómodo que acompañaba mi vergonzoso momento.

—Bien —mentí.

—Puedo ver a miles de kilómetros que no me dices la verdad, pero lo entiendo. No me conoces. Y aunque no lo hagas, mi habitación está junto a la tuya. Puedes venir a verme o pedirme lo que sea en cualquier momento y a cualquier hora —dijo con su estúpida sonrisa que hacía que mis mejillas se pusieran rojas.

—Gracias —respondí.

—Cuéntame de Nueva York, nunca he ido, quiero saber cómo es —dijo él.

En el momento en que aquellas palabras salieron de su boca, esos ojitos verdes comenzaron a parecerme aún más atractivos. Era ridícula la manera en la que acertó perfectamente en qué decirme. Hablar de Nueva York podía hacerme sentir mejor y distraerme en cualquier situación. Amaba hablar de ese lugar. Así que comencé a hablar y a hablar.

Hasta que en algún momento me di cuenta de que ya habíamos estado hablando por más de dos horas, no solo de Nueva York, sino de miles de otras cosas. Parecía como si nos conociéramos de toda la vida. Y la manera en la que él me observaba mientras yo hablaba y no quitaba sus ojos de los míos en ningún momento me hacía sentir una sensación muy extraña en el estómago.

—Alex, deja que Maya vaya a dormir, necesita descansar para poder lidiar con el día de mañana —dijo George.

—Sí, claro, lo siento —respondió el chico de ojitos verdes.

Dirigió la mirada de vuelta hacia mí y me sonrió.

—Debes ir a dormir, señorita —dijo en tono bromista.

Solté una carcajada y sonreí. Siempre he odiado mi sonrisa, así que, apenas me di cuenta de que estaba sonriendo, dejé de hacerlo.

—Tienes una sonrisa realmente hermosa —dijo Alex.

Tengo un serio problema con mis mejillas; apenas este chico de ojos claros respira, me pongo roja a un nivel ridículo. Debo parar definitivamente.

—Gracias —respondí nerviosa y corrí rápidamente hacia mi habitación.

Fue la manera más estúpida de haber acabado la conversación. Definitivamente, me debí de haber visto como una niña pequeña a la que el chico que le gusta le acaba de decir que es linda y ella después sale corriendo. Solo que con la pequeña diferencia de que Alex no me gusta y de que no soy una niña pequeña. Pero el nivel de vergüenza que sentí fue algo así.

En la noche, toda la tristeza se me vino encima. Me di cuenta de dónde estaba y que jamás volvería a ser nada igual. Mis padres ya no estaban, mi hermana mayor tampoco, y estaba sola con Jackie en un lugar completamente nuevo, en una casa con ocho niños ruidosos y casi desconocidos. Lloré y lloré con Jackie, hasta que ella se quedó dormida. Lo malo es que yo no podía hacerlo; el llanto me consumió totalmente, casi no podía respirar, y la cantidad de lágrimas que había derramado era enorme. Me levanté de la cama para ir a buscar un vaso de agua a la cocina. Pero al subir las escaleras para volver a mi habitación, lo vi.

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El verano de sus ojosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora