¡Carajo, 7:30!

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—¡Carajo! ¿Qué hora es? —preguntó Alex, pensando en voz alta.

—¡Mierda! —fue la única palabra que salió de mi boca mientras intentaba encontrar mi teléfono—.

—¡7:30! Debemos irnos a las 8:00 si queremos llegar a tiempo a clases —dijo mientras se levantaba y buscaba su ropa—.

—¡Carajo, carajo! —repetí mientras me levantaba y me dirigía a la puerta—.

Abrí la puerta; Alex estaba a mi lado, los dos en pijama, con la única diferencia de que Alex se estaba poniendo una camiseta. Era realmente atractivo sin camiseta; me quedé unos segundos admirando su pecho hasta que me di cuenta de que él lo notó, y me volteé avergonzada. Y, para nuestra mala suerte, al abrir la puerta, ahí estaban todos: Katherine, Cole, Jackie, Isaac y toda la manada. No les podría explicar la cara que puso Katherine; entre sorpresa y confusión, se quedó completamente inmóvil.

—Bueno, bueno, Alex, ni una noche pudiste aguantar —dijo Isaac mientras levantaba las cejas y se burlaba de Alex—.

—¡Carajo, no! No es lo que parece —trató de defenderse Alex, pero solo lo empeoró, ya que estaba muy nervioso—.

—Isaac, déjalo —lo regañó Katherine—. Alex, luego hablaré contigo.

Yo solo escapé lo más rápido posible a mi habitación. Abrí una de mis maletas al azar y tomé lo primero que encontré. Estaba demasiado nerviosa. ¡Katherine piensa que me acosté con su hijo! Dios mío, es horrible.

—Maya.

Pegué un salto cuando escuché la voz de Jackie a mi espalda.

—¡No! No quiero hablar de eso ahora, por Dios, no pasó nada, lo juro. Solo estaba muy mal anoche, fui a tomar un vaso de agua. Me topé con Alex arriba, me vio llorando, me consoló, me quedé dormida y fin. Dormí en su cama, él durmió en el piso. ¿Ok? Y si no me vas a creer, no es mi maldito problema —exclamé bastante fuerte—

—Lo sé, te creo. Maya, te conozco, sé que no estás mintiendo. Pero la próxima vez avisa, porque ¿qué quieres que pensemos? Te buscamos por toda la casa y, cuando fuimos a preguntarle a Alex, los vimos a los dos saliendo de la misma habitación, medio dormidos, despeinados, y Alex estaba acomodándose la camiseta.

—Lo siento —me disculpé con las mejillas ardiendo—

El verano de sus ojosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora