01. Libertá

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—Arsenolita

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Arsenolita... Nigrum Veneficium... Atropa belladonna... Conium maculatum... — con precisión quirúrgica, los ingredientes fueron añadidos en dosis controladas a medida que eran recitados como un mantra sagrado en una voz tan baja, que podría parecer silente. Con la mirada fija en su trabajo, se aseguró de permanecer enfocado. No había lugar para los errores, era algo que sabía muy bien. Vidas y futuros enteros dependían de ello.

La rutina diaria de un curandero de una ciudad tan vasta y populosa como la capital de Dalune podría ser erróneamente considerada una plagada de la libertad y la fluidez que caracterizaba a la naturaleza. ¿Pero, la de un maestro del veneno? Si, esta implicaba control absoluto y profunda concentración.

Aquel pensamiento le provocó una inesperada sorpresa, llevando sus labios a deformarse en la más conflictuada de las sonrisas al analizar la contrariedad que envolvía ambas caras de su profesión. Durante el día, sus manos servían como mensajeras portadoras de alivio, creando remedios e infusiones que sirvieran para aligerar algo del dolor inherente a su casta. Pero, por las noches, esas mismas manos se manchaban con el hedor putrefacto de la muerte, enmascarándolo en viales letales llenos hasta el tope del elixir puro de la libertad; incoloro, inoloro, insípido... una oda de despedida a las vidas que extinguía.

Exhaló un suspiro cuando los tres viales de Acqua Dei Libertá en los que estuvo trabajando estuvieron listos. Trillizos perfectos y silentes sin ningún otro rasgo que los distinguiera del líquido vital, cuyo lugar robarían en pequeñas dosis día tras día. Sin levantar sospechas, empujarían a su víctima a una muerte lenta y taciturna, dejando a cualquiera de las tantas enfermedades y plagas conocidas en aquellos días como el probable verdugo detrás de su condena.

Al recordar su objetivo, contuvo la apática sonrisa que le provocó el pensamiento, levemente irritado ante el vano intento de su consciencia de ganar protagonismo. No había razones por las que sentirse culpable. Era un recordatorio constante que se hacía a sí mismo para evitar ser ahogado en las pesadas aguas de la culpabilidad.

Tal y como su nombre lo decía, aquellos viales eran sinónimo de libertad. De una nueva oportunidad para los suyos de un futuro, después de haber sido arrojados a otro de los tantos círculos infernales inherentes a su naturaleza sin ninguna posibilidad de escape, salvo la muerte.

Cualquier rastro persistente de culpabilidad fue aniquilado sin piedad por la avalancha convocada de memorias ligadas a la brutalidad que solía acompañar a los marcados por el destino para albergar el odio y el desprecio del mundo. Recipientes del pecado sentenciados a ser sacrificados a conveniencia de aquellos en la parte más alta de la pirámide. Siempre imprescindibles, desechables, fácilmente reemplazables después de haber cumplido con su única labor y más importante deber para con la sociedad.

A veces, Félix se preguntaba si la diosa Selene había estado de un particular mal humor cuando estableció las ventajas y limitaciones de aquellos pertenecientes a la casta omega. Tanta desgracia y dolor concentrada en solo una parte de la población no parecía ser una coincidencia poco fortuita. Poco importaba si él había logrado escapar de las garras despiadadas de semejante desgracia. En su corazón, todavía llevaba las heridas sangrantes de lo que una vez había sido su única realidad posible.

Acqua Tofana (Hyunlix)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora