Capítulo 19

300 53 8
                                    

Desde que Nunew anunció en su casa la noticia de su inminente boda, todo estaba descontrolado en el hogar de los Perdpiriyawong: sus hermanos mayores le hacían un profundo vacío por no haber elegido a su amigo del alma; su padre lo miraba en silencio sin apenas dirigirle la palabra, siempre meditabundo y distraído, y su madre estaba llena de euforia ante la perspectiva de una boda.

Los preparativos avanzaban de forma acelerada. Nunew, su madre y la madre
de George, una señora un poco estirada, elegían a los invitados, las tarjetas, los
adornos florales, la iglesia…

Todo era agobiante...

Nunew tenía que permanecer siempre en medio de su madre y su futura suegra para que no se tiraran de los pelos, porque, en el mismo momento en que se conocieron, surgieron chispas de odio entre ellas.

Todo empezó con una simple presentación antes de una elegante cena. George,
amablemente, presentó a su madre Anette y a su padre Henry a los señores Perdpiriyawong.

Todo fue cordialidad y sonrisas hasta que George se excusó durante unos instantes, ya
que había visto a unos amigos que deseaba saludar.

Fue entonces cuando todos descubrieron lo larga y bífida que era la lengua de la
señora Worthington.

—Bueno, ¿y cómo fue que mi hijo y tú se conocieron? —preguntó Anette
aparentando amabilidad.

—Fue en un restaurante como éste —respondió Nunew con una sonrisa—. Yo me alejaba enojado con mi cita fallida cuando tropecé con él y, en cuanto nos vimos, supimos que éramos perfectos el uno para el otro.

—Bueno, no eres tan perfecto como otros de los chicos con los que ha salido mi hijo, pero servirás. Después de todo, él te ha elegido. Te tienes que sentir halagado porque entre miles de personas te haya elegido a ti —comentó la señora Worthington prepotente.

Su marido reaccionó abriendo los ojos escandalizado por su ataque gratuito, pero,
sin reunir el valor para enfrentarse a la perfidia de su esposa, simplemente bebió toda su copa de un trago y pidió más vino al camarero.

John Perdpiriyawong frunció el ceño enfadado, dirigiéndoles una mirada asesina a sus
futuros parientes en la que podía leerse claramente «cuando llegue a casa, saco la
escopeta»; luego miró con lástima a su hijo y continuó cortando su filete, imaginando
que era la larga lengua de alguna que otra señora.

Sarah, por su parte, no guardó silencio.

—Mi hijo es perfecto, pregunte a todo el pueblo de BangNa y le comunicarán lo mismo que yo. Tal vez sería su hijo quien tendría que estar agradecido, ya que no es la primera vez que se declaran a mi pequeño. ¿Podría usted decir lo mismo de su hijo?

—Hay muchos que van detrás de mi George tanto por su fama como empresario como por su fortuna. Seguro que su hijo tiene algún encanto oculto por el que los chicos caen rendidos a sus pies —insinuó repasando reprobatoriamente la apariencia de Nunew.

—¡Mi hijo es un gran artista que ha trabajado en una de las mejores galerías de arte de Nueva York! —manifestó con orgullo Sarah

—¡Ah, sí! ¿Ha expuesto algo? Tal vez tenga alguno de sus cuadros en mi hogar.

—No, aún no ha expuesto nada, pero seguro que algún día lo hará.

—Entonces en Nueva York trabajabas sólo vendiendo cuadros de otros con más talento que tú y, ahora que has vuelto, ¿a qué te dedicarás, querido? —preguntó
maliciosamente Anette.

—Ha ocurrido todo tan rápido que realmente no sé lo que haré con mi vida profesional.

Antes de que su futura suegra lo acusara de cazafortunas y de que su madre saltara por encima de la mesa para morder en la yugular a la mujer que osaba insultar a su hijo, apareció la impasible presencia de George que calmó a todo el mundo con unas simples palabras.

No seras mi principe azulDonde viven las historias. Descúbrelo ahora