Capítulo 10

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¡Maldita lista!

No había por dónde agarrarla.

A la mañana siguiente de nuestra escapada al lago había molestado a Nunew tanto para que me arrojará la lista por la ventana de su habitación, sin embargo lo hizo dentro de un zapato que me había dado en la cabeza. ¡Qué puntería tenía cuando quería el muy condenado!

Como suponía que Don Perfecto querría llevar todo lo referente a su lista en secreto, esperé a que no hubiera nadie en casa agobiándome con sus sermones para subir a mi habitación y desenrollar la fotocopia que Nunew me había tirado.

Al principio estaba escrita con letras muy infantiles. Pero a cada punto de su lista
iba notándose como la letra se mostraba diferente, más de hombre en vez de niño
pequeño. Por lo visto había tardado años en hacerla.

Recordé entonces haber visto esa lista de pequeño, pero no podía ser la misma, era imposible, pensé mientras buscaba el feo dibujo de un sapo que yo había hecho
con rotulador, y sin escudriñar mucho ahí estaba el bicho, mirándome y burlándose
de mí como diciéndome «tú eres el sapo».

Me senté en la cama preocupado y comencé a leer lo que Nunew había escrito a lo largo de estos años:

«Mi perfecto príncipe azul»

1. Tiene que ser el más guapo.
2. Que no sea un salvaje.
3. Que sepa dibujar.
4. Que sea educado en todo momento. (No parecerse al cerdo del vecino.)
5. Que me defienda de todos los matones del mundo (incluido mi vecino.)
6. Que no lo busque la policía.
7. Que cante como los ángeles.
8. Que siempre sepa cuál es el regalo perfecto y cuándo debe dármelo.
9. Que sus besos sean especiales.
10. Que sea el mejor amante del mundo.

Al final de la lista había una nota escrita en rotulador rojo que me retaba: «No tienes ni una de estas cualidades. Además, espero que mi hombre perfecto me sea fiel (sin gruppies)», añadío el muy pillo riéndose de mí.

—Bien —me dije en voz alta, decidido—: repasaré la lista punto por punto.

En lo referente a ser el más guapo, ya lo soy. Sólo me tengo que encargar de que no encuentre chicos más guapos que yo.

Nota mental: rodearme siempre de troles
para parecer la mejor de las opciones.

Segundo, lo de ser salvaje. Yo no era ningún salvaje, aunque me apodaran así en el pueblo. En ocasiones tenía demasiado carácter, pero eso era todo.

¿Cómo solucionar el problema? Pues evitando que me llamen así en el pueblo.

¿Cómo hacerlo? Amenazando a todo aquel que me lo llamara, eso sí, con discreción y sin
salvajismo.

Tercero, lo de dibujar no se me daba tan mal. Además, mi sapo era perfecto. No obstante, tomaría clases de dibujo en la universidad. Sin embargo, ahora que lo veía con atención, mi batracio podía confundirse con una vaca, ¡joder, realmente dibujaba muy mal!

Cuarto, educado. Yo soy muy educado, casi nunca digo insultos, solamente cuando me irrito si algo me saca de mis casillas, y respecto a lo del «cerdo del vecino», yo no
tengo ningún cerdo.

Mejor ignoro este punto y no me doy por aludido.

Quinto, defensa antimatones. ¿Cómo narices voy a defenderlo de todos los matones del mundo? Éste quiere que sea Chuck Norris… ¿Estará libre para poder contratarlo como guardaespaldas? Bueno, mejor paso al siguiente punto.

Sexto, no ser buscado por la policía. La policía no me busca, eso seguro, aunque las multas sin pagar se van acumulando y… será mejor que ahorre y pague todas las malditas multas de una vez.

El punto siete definitivamente me tiene mosqueado, la pregunta clave es: ¿cómo
maldita sea canta un ángel? Tan mal no canto, ¿verdad?

Aunque el profesor de música del instituto amenazó con saltar de la azotea si me apuntaba a su clase… Bueno, pues a tomar clases de canto.

Octavo, regalos perfectos. ¿Cómo demonios sabes cuándo y qué regalar? Si les regalas bombones, están a dieta; si les regalas ropa
interior, eres un pervertido, y si les dices que se compren algo, que tú lo pagas, no lo
quieren porque no te molestas en elegirlo tú, blablablá… En fin, sobornaré a sus hermanos para saber cuándo y qué regalarle.

Noveno, el beso especial. Vale, abandono. ¿Cómo sé si mis besos son especiales? ¿Qué quiere decir eso? ¿Y qué parte es la que tengo que besar para que sea especial? En fin, besaré todo su cuerpo, seguro que de casualidad acierto.

Décimo, mejor amante del mundo. Que soy un buen amante, lo soy, pero ¿cómo soy el mejor del mundo? ¿Me tengo que cepillar a medio mundo para averiguarlo?, ¿me bastará con un cuarto de la población? Compraré el Kamasutra a ver las ideas que puedo sacar de ahí.

Leer esa maldita lista me deprimió más que animarme, pero aún tenía la esperanza de convertirme en su hombre perfecto. «¿Por qué tiene que ser tan complicado?», grité frustrado; luego me calmé al pensar que tenía ante mí cuatro largos años por delante para demostrarle todas mis cualidades.

Empezaría por revelarle que, sin duda, los puntos nueve y diez los cumplía.

Además, eran los más entretenidos de la lista.

~•~

—¡Esto ha sido un error! —grité una vez más histérico al cuerpo desnudo de Zee que me sonreía con mofa sabiendo que sin duda ese error se volvería a repetir, ya que llevaba todo el verano diciéndole lo mismo cada vez que hacíamos el amor.

Al principio había sido fácil resistirse a sus avances, sólo tenía que pensar que pronto se marcharía y estaría rodeado de chicos.

Me dediqué a centrarme en mis futuros estudios y en la nueva vida que me esperaba. Intenté ignorarlo y olvidar la noche que había pasado con Zee en el lago, pero por las noches soñaba con él y con el momento vivido entre sus brazos, así que a la mañana siguiente me levantaba excitado, con ganas de tenerlo una vez más dentro de mí.

Así fue como empecé a hacer footing para desfogar mi cuerpo del acaloramiento matutino.

Por desgracia, él también comenzó a correr por las mañanas, y ver su cuerpo fuerte y sudoroso no me venía nada bien para bajar mi libido.

Zee comenzó a seguirme a todos lados, discutiendo todos los temas de la lista como si fueran negociables, y a rebatir cada uno de los puntos con sus estúpidos argumentos: que si cómo cantan los ángeles, que si cómo sabes lo que tienes que regalar, etc., etc., etc.

En algunos momentos llegué a desear no haberle hablado nunca de esa lista; en otros deseé hacérsela tragar a ver si así conseguía que se callara y me dejara en paz.

Pero fue en uno de esos días en los que ya no puedes más cuando reaccioné haciendo algo que estaba fuera de lugar en el señorito que hay en mí.

Nos hallábamos nuevamente en una fiesta que ofrecía mi amiga Amanda, apartados de todos porque quería hablarme una vez más de la lista de las narices.

Tras escuchar su cháchara durante un buen rato, ya no pude más y, después de ver que no había nadie que nos observara, para que se callara de una vez, me abri la camiseta dejándole a su vista mi pecho blanco y desnudo.

Algo básico y sin sentido, pero que funcionó a la perfección: por fin se calló.

Pero su silencio tuvo consecuencias, y antes de atraerme fuertemente junto a su cuerpo me susurró al oído:

—Eso me recuerda los puntos nueve y diez de tu lista.

Esa noche fue algo rápido pero maravilloso. Pero luego de que ambos llegáramos al clímax, me enfadé conmigo mismo y le dije, mientras intentaba sin éxito arreglar mi aspecto:

—Esto ha sido un error.

Y caía en ese error todo el verano, porque, cuando discutíamos, nos quedábamos solos, o volvíamos a acordarnos de esa estúpida lista, uno de los dos hacía algo que encendía al otro y adiós cordura.

—¡Lo digo en serio! —le grité a Zee dejando de pensar en el pasado mientras le señalaba con el dedo.

Pero cuando el me volvió a acariciar, mi mente se nubló y de nuevo me olvide de todo.

No seras mi principe azulDonde viven las historias. Descúbrelo ahora