Capítulo 15

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Habían pasado dos años desde que Nunew se marchó de nuevo a la universidad.

Durante las Navidades había estado ocupado con su nuevo trabajo, y en verano, con tan sólo unas pocas semanas de vacaciones, no tuvo tiempo de regresar a casa.

Dos años sin poder ver su rostro ni oír nuevamente su risa, dos años recibiendo
noticias a través de sus hermanos y padres, dos años que Zee Pruk había pasado mejorando su forma de ser y su vida para poder tener un futuro junto a Nunew.

La casa del lago había pasado de ser un horrible montón de ruinas a una asombrosa construcción de paredes blancas, tejas rojas y ventanas de vidrios embellecidos por hermosos dibujos. El interior disponía de nuevos suelos de madera y una hermosa combinación de muebles rústicos y clásicos, la mayoría de ellos
fabricados por él.

Zee ya no se encerraba en la casa del lago para evitar a sus vecinos, ahora ése era su hogar. Después de la marcha de Nunew había vuelto a salir, y sus amigos y vecinos lo habían ayudado a labrarse un futuro: ahora poseía una pequeña tienda de muebles y había ganado bastante dinero comprando casas viejas del pueblo para
luego reformarlas y venderlas a un coste mucho más elevado.

Su socio en este negocio era el señor Perdpiriyawong. Cuando John vio la que fue
su vieja casa del lago convertida en un espléndido hogar, no tardó mucho en tocar a
su puerta y ofrecerle un trabajo.

La primera vivienda para rehabilitar la compró el señor Perdpiriyawong; Zee puso algo de dinero para los materiales y juntos pagaron alguna que otra ayuda a bajo coste. El
resultado fue que ganaron el triple de lo invertido. Zee se quedó con el veinte por
ciento, suficiente para que la siguiente casa la compraran a medias y corrieran a partes iguales con los gastos. El resultado fue mejor que el anterior, ya que los nuevos propietarios quedaron tan encantados que pagaron cuatro veces su valor inicial. En total había realizado ya cinco reformas, ganando finalmente una considerable cantidad de dinero para poder abrir una pequeña tienda.

Su madre, animada por la idea, había insistido en encargarse de vender los muebles que Zee fabricase; así, él únicamente tenía que construirlos en su casa y llevarlos a la tienda del pueblo, donde Penélope apuntaba encargos especiales de los vecinos, ya fueran de muebles o de arreglos en sus hogares.

De esta manera, Zee con tan sólo veintiséis años, disponía de un hermoso hogar y un futuro prometedor. Ahora nada más le faltaba convencer a Don Perfecto de que se casara con él, y eso era, sin duda alguna, lo más difícil de todo.

-Dime una vez más por qué te estoy ayudando a cargar con este armatoste en mi día libre -se quejó Tutor entre resuellos, ya que estaba ayudando a Zee a bajar un pesado escritorio de un camión que anunciaba «Muebles El Salvaje».

-Porque te prometí fabricar una mecedora para tu madre y una librería para tu padre.

-¡Joder, Zee! ¿Por qué no haces los muebles en la tienda? Así no tienes que utilizar a tus amigos como mulos de carga cuando los muebles pesan como diez hombres.

-No exageres, sólo pesa como cinco -contestó Zee posando delicadamente el escritorio en el suelo de la acera para tomarse unos segundos de descanso antes de volver a cargar con él hacia el interior de la tienda.

-Por cierto -comentó Tutor mientras secaba el sudor de su frente-, el señor Hilton me ha rogado una vez más que hable contigo para que abandones definitivamente sus clases de canto. Así que, ¿por qué no dejas de torturarnos los oídos a todos y lo dejas? Nunca vas a ganarte la vida cantando.

-No es eso, es que tengo que conseguir cantar bien -respondió Zee.

-¿Por qué narices tienes que atormentarnos a todos en el proceso? Si lo estás haciendo por una conquista, no merece la pena.

No seras mi principe azulDonde viven las historias. Descúbrelo ahora