Capítulo 12

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En la sala del comité encargado de organizar los actos y la decoración de las fiestas navideñas de ese año únicamente había hombres, motivo por el cual las mujeres de BangNa habían protestado. Matt Edison, alcalde del pueblo, calmó a las masas prometiendo que el año siguiente se encargarían de ello las mujeres, disponiendo de la intervención de los hombres solamente para aquellas tareas que les resultaran demasiado pesadas.

Culminó su discurso ante las féminas afirmando que con ello pretendía hacer que
todos se diesen cuenta de cuán importantes son las mujeres en la sociedad, y que lo
más probable era que ese año todo fuese un auténtico fiasco, con lo que darían una
lección a los hombres, que habían protestado por el dinero gastado en esos eventos
años anteriores.

—Bueno, señor Edison, ¿cómo le ha ido? —preguntó Zee preocupado por la parte clave de su plan.

—Lo hice tal y como me aconsejaste y las manejé a mi antojo. ¡Chico, tienes que
enseñarme más trucos de ésos! —respondió el señor Edison, feliz—. Le comenté a mi
esposa que este año quería a un ciudadano ejemplar para el encendido del árbol de
Navidad y ella me recomendó a Elliot, a lo que yo me negué rotundamente. Le dejé darme un poco el coñazo y la miré enfadado pero tajante, y le concedí que sería él sólo si lo hacía junto a los encargados de los adornos, que sois tú y los chicos de los Perdpiriyawong

—¡Perfecto! —exclamó Zee con alivio—. ¿Y qué tal las instalaciones de los alrededores: sonidos, luces, adornos…? —preguntó un sonriente Zee dirigiéndose a otro de sus compinches.

—¡Todo listo! —expresó con entusiasmo Adan, el electricista local.

—¿Y vosotros, chicos? ¿Todo listo? —inquirió dirigiéndose a los demás.

—Sin problema alguno —contestaron todos.

—¿Dónde están los varones Perdpiriyawong? —quiso saber Jeff.

—Están distrayendo al sujeto, por eso hoy no han podido venir —respondió Zee —, pero el señor Perdpiriyawong me ha comentado lo impaciente que está por todo esto del
acto de encendido del árbol.

—Pobrecito, una baja en combate —señaló Jeff ante los demás.

—Sí, pero sólo hemos perdido pequeñas batallas —repuso Zee alentando al grupo—. ¡La victoria en la guerra será nuestra! —voceó animándoles a unirse a sus gritos de victoria.

—¡Sí! —clamó el alcalde emocionado—, dentro de cuatro días encenderemos y nadie podrá olvidar esa fecha.

—¡Sííííí! —exclamó la multitud enfebrecida.

La noche que la estrella del árbol navideño fue colocada en su lugar y las luces se encendieron fue una noche que todo BangNa recordaría: por las mujeres, para que ese evento nunca volviera a ser organizado por los hombres, y para algunos otros, tener algo que recriminar a sus parejas.

Todo el pueblo se reunió en la plaza del pueblo junto a un pequeño escenario donde cantarían los niños del coro y, después, sería alzada la estrella hasta la cúspide del árbol para que luego una mano inocente encendiera las luces del gran árbol de Navidad, colmándolos a todos del espíritu navideño.

Montones de luces adornaban las farolas y los edificios cercanos al evento. Todos los habitantes vestían sus mejores ropas y los ojos de todos, por un motivo u otro, estaban fijos en el escenario.

En cuanto la familia Perdpiriyawong llegó, el alcalde guió a Tutor, Max y Elliot hasta detrás de las cortinas del escenario. Zee ya los esperaba allí, terminando de organizarlo
todo.

—Los niños saldrán ahora a cantar unos cuantos villancicos y después nos tocará a nosotros poner la estrella en el árbol, y a ti encenderlo tras el discurso —indicó Zee señalando a Elliot.

—¿Qué discurso? ¡Nadie me ha dicho nada de un discurso! —protestó Elliot indignado—. En fin, con lo bueno que soy actuando, seguro que se me ocurre algo.

—Sí, seguro —murmuró Zee con enfado—. Por cierto, no toquéis ese micrófono, lo hemos desconectado porque está defectuoso y creo que todavía sigue dando calambres —advirtió Zee antes de proseguir con la función del coro.

Mientras los niños disfrazados de querubines cantaban como los ángeles todos les
prestaban atención, hasta que se oyó por los altavoces una voz conocida. Todos escucharon con gran interés las palabras de Elliot, ya que hablaba sobre su amado pueblo.

—¡Idiota, ten cuidado! Te vas a achicharrar —apuntó Elliot a Max de muy malos modos.

—No pasa nada, el micrófono está desconectado. Por cierto, ¿de qué tratarás en el discurso sobre mi pueblo?

—Ni idea, tal vez de alguna sensiblería sobre el espíritu navideño, los pueblos como éstos siempre se tragan toda esa mierda.

Todos los habitantes, ofendidos, alzaron el rostro, furiosos, dispuestos a protestar,
cuando vieron a Zee apoyado en un lateral del escenario junto al coro haciendo gestos y rogando silencio a la concurrencia, por lo que todo BangNa continuó escuchando.

—¿Y cómo es que conoces otros pueblos así? —interpeló Tutor, molesto—. ¿Tú no eras huérfano y sólo tenías a tu madre borracha en una caravana y no sé qué más historias?

—¡Bah! Eso son historias que me invento para llevarme a chicos y chicas a la cama, y hay
que admitir que tu hermano está muy bueno.

Zee le dirigió en esos momentos una mirada de reproche a Nunew, que no apartaba su rostro sorprendido de él preguntándole silenciosamente «¿me obligarás a cumplir la apuesta?», a lo que él contestó con un gesto afirmativo sin dejar de repasar con deseo cada una de las curvas de su cuerpo.

—¿Y las historias lacrimógenas que les has contado a mis padres? —preguntó Tutor irritado.

—¡Bah! Tonterías sensibleras para que tu madre me invitara en verano y poder seguir tirándome a tu hermano.

En ese momento, John Perdpiriyawong miró por primera vez en veinticinco años a su
esposa con una sonrisa de satisfacción en el rostro por llevar al fin la razón en algo.
Sarah contestó en susurros para no perderse nada de las palabras de aquel idiota: «Cuando lleguemos a casa te daré la escopeta».

—¡No te acerques a mi hermano! —exigió Tutor enfurecido.

—¿Tú también? —repuso burlón Elliot—. El estúpido del vecino fue el primero en amenazarme así cuando me vio mirándole el trasero a Nunew. Te diré lo mismo que a él: ¿qué vas a hacer?, ¿decírselo a tu hermano o a tu madre? No te creerán, y yo seguiré pareciendo a sus ojos un hombre solitario y falto de amor y cariño.

—¡Eres un farsante! —clamó Tutor, rabioso.

—¡Vamos, vamos, no exageres! —intervino Max despreocupadamente en ese momento—. Toma Elliot —le dijo Max en tono de guasa mientras le tendía el micrófono "averiado"—. Desahógate, dime lo que le dirías realmente a este pueblo si pudieras.

Elliot le siguió la broma y tomando el micro comenzó su verdadero discurso, sin adornos, instigado por su «amigo» Max:

—Queridos ciudadanos de este pueblo minúsculo, ¿se esconden porque son unos mierdas o porque sus mujeres, a pesar de ser
hermosas, son estúpidas y fáciles de llevar a la cama? Me encanta que acabe de llegar y me hayan ofrecido, como si fuera un honor, encender las luces de un árbol irrisorio
comparado con los de la ciudad, y unos eventos tan aburridos que preferiría mil veces el suicidio asistido antes de verlos una vez más. Sin olvidarnos de los mocosos vestidos como… ¿eso son ángeles? ¡Cantan como urracas! En fin, ¡feliz Navidad a todos y, si logro tirarme a Nunew Chawarin antes del verano, no me vuelven a ver por aquí!

Mientras recitaba el final del discurso, las cortinas se alzaron y Zee recibió a Elliot en el escenario a la vez que comentaba sonriente:

—¡Bonito discurso!

Elliot halló ante él una multitud enfurecida que comenzó a tirarle cosas mientras le gritaban insultos y acusaciones de todo tipo.

—¡Mi hijo no canta como una urraca! —vociferó la madre de uno de los chicos del coro iracunda, avivando a todas las demás a unirse a un apaleamiento en masa.

Pero Zee se interpuso en su camino y calmó a todos con una pérfida sonrisa mientras comentaba:

—¡Es hora de colocar la estrella en el árbol!

Tras estas palabras, Max y Tutor le colocaron un arnés a Elliot, que estaba demasiado aturdido como para reaccionar con prontitud, y lo engancharon a una cuerda, mientras Zee los ayudaba dirigiéndolos hasta que al fin consiguieron colocar a Elliot en la cima del árbol.

—Definitivamente él sí que no canta como los ángeles —bromeó Zee micrófono en mano calmando los ánimos—. Y ahora, después de haber colocado este… ¿ángel? —preguntó indeciso a la multitud mientras ésta reía.

—¡Urraca de Navidad, más bien! —chilló una de las mujeres ofendidas.

—Bien, pues después de poner en el árbol a la urraca de Navidad, prosigamos con los eventos; por favor, niños… —pidió Zee al coro, el cual volvió a interpretar alegremente cada una de sus canciones mientras todos ignoraban los gritos, lloros y súplicas del individuo que colgaba de un irrisorio árbol a unos quince metros del suelo.

Ese año nadie aplaudió más que los hombres cuando el árbol fue encendido mientras miraban con una sonrisa de satisfacción a sus mujeres a la vez que expresaban, con una mirada de superioridad, «ya te lo dije».

Por desgracia, el adorno final era demasiado molesto para los oídos como para dejarlo toda la noche allí, así que sobre las doce, cuando habían finalizado todos los eventos, el jefe de policía lo bajó del árbol con la ayuda de alguno de sus hombres, y le concedió un alojamiento adecuado para pasar la noche.

A la mañana siguiente Nunew se levantó temprano y después de recibir sus preciados regalos, un estuche de dibujo profesional de sus padres y libros de pintura artística por parte de sus dos hermanos mayores, se atavió esmeradamente y fue en busca de Zee.

—Buenos días, ¿está Zee levantado, señora Panich? —preguntó Nunew a la madre de Zee cuando ésta le abrió la puerta.

—Sí, está en su habitación leyendo un libro de jugadas y tácticas. Pero dame el abrigo pequeño, ¡te vas a asar!

—Es que estoy agripado, señora, creo que ayer agarre frío. Si no le importa, me lo dejaré puesto —respondió Nunew.

—Claro que no, pasa, ¿y qué llevas ahí? —preguntó Penélope confundido por la visita de su vecino.

—Es un cuaderno de dibujo, Zee quería aprender a dibujar y, en agradecimiento
a lo que hizo, he decidido enseñarle.

—Me parece algo muy lindo por tu parte, no les molestaré. A ver si aprende a hacer algo bonito con el lápiz además de morderlo cuando está nervioso.

—No se preocupe, soy muy buen maestro.

—Bueno, pues sube. Su habitación está todo recto y a la izquierda.

Cuando Nunew se halló frente a la puerta del cuarto de Zee no llamó: simplemente entró, cerró y echó el pestillo.

Zee, que estaba tumbado en la cama, soltó su libro y le preguntó extrañado:

—¿Qué haces aquí, Nunew? —luego de ello quedó mudo, ya que Nunew se despojó de su abrigo dejándolo caer lentamente al suelo y mostrándole que no llevaba nada puesto.

Bueno, sí que llevaba algo: un lazo rosa estratégicamente colocado en su cuerpo que ocultaba su entrepierna.

—¡Dios Nunew, me vas a matar! —gimió Zee mientras lo veía acercarse hacia su cama.

—Esto es lo que querías por Navidad, ¿no? —preguntó decidido mientras se acercaba a su cama.

—Sí —confesó seriamente Zee—. A ti, sólo a ti.

A continuación se puso en pie y se dispuso a desenvolver su regalo.

Mientras sus manos la sujetaban por la cintura, Zee le susurró al oído:

—Verás, tengo un problema con los regalos de Navidad. Me gusta desenvolverlos poco a poco y, una vez les he quitado el envoltorio, me encanta jugar con ellos hasta hartarme.

—No… podemos… hacer… mucho ruido —señaló entrecortadamente Nunew por culpa de una de las manos de Alan que empezó a acariciar  tortuosamente uno de sus pezones.

—Tendrás que controlarte —apuntó un sonriente Zee junto a su oído

—Tu madre nos puede oír —menciono Nunew – Será mejor dejarlo para otro día

—¿Creías que por tener a mi madre y a mi abuela en casa te librarías de mí? —se
burló Zee—. Lo siento cielo, pero tú desnudo y en mi habitación es algo que nunca dejaría escapar

Mencionó antes de ambos cedieran a la pasion y a sus deseos.
Luego de su orgamos Nunew se desplomó entre los brazos de Zee, exhausto.

Luego de unos minutos, Zee se levanto y rebuscó entre sus cosas hasta dar con su regalo.

—Toma, es para ti —dijo Zee tendiéndole una bonita caja blanca envuelta con un lazo rosa.

Nunew lo miró sorprendido y mientras abría la caja comentó:

—¿Qué es? ¿Algún juguete pervertido?

Luego contempló el conjunto de joyas que había dentro, y corrió extasiado a probárselos ante el espejo sin importarle estar desnudo.

Cuando le preguntó a Zee cómo le quedaban, éste estaba tumbado boca arriba en la cama con su erección expectante, devorándolo con los ojos y le señalaba:

—Arriba.

Nunew se acercó excitado hacia su enorme erección, decidido a montarlo.

—Deja que me quite las joyas, no quiero estropearlos.

Zee negó con la cabeza y le volvió a indicar que se sentara sobre él.

Nunew se aproximó, provocador, meneando sus caderas, se subió lentamente encima de él y poco a poco lo introdujo nuevamente en su interior, haciéndole gemir mientras descendía por su firme miembro.

Zee disfrutó unas buenas horas de su regalo hasta que éste se fue y lo abandonó.

Cuando despertó después de haberse quedado dormido con el entre sus brazos, únicamente encontró una nota, pero ésta le sacó una sonrisa. En ella venían anotados dos puntos de la famosa lista:

«5. Que me defienda de todos los matones del mundo.
8. Que siempre sepa cuál es el regalo perfecto y cuando debe dármelo.»

Al final de la misma, ponía como advertencia: «¿Estás seguro de que quieres seguir intentándolo?»

Zee, lleno de felicidad, tachó de su copia de la lista lo que había conseguido y guardó la nota de Nunew ante posibles reclamaciones. Luego bajó a ver a su madre y a su abuela dispuesto a mantener la pésima coartada de Nunew.

—Qué quieres que te diga, hijo, a mí esta rana me parece una vaca. ¡Pobrecito! Con lo ilusionado que bajó comentándome las mejoras que habías hecho.

—Bueno, mamá, he mejorado mucho.

—Pues entonces no quiero saber a lo que se asemejaba antes esta rana —bromeó Penélope tirando el dibujo—. Definitivamente, hijo mío, el dibujo no es lo tuyo.

—Pero lo será mamá, lo será —comentó Zee alegremente a la vez que besaba y abrazaba a su madre antes de marcharse de la cocina.

Cuando las vacaciones de Navidad terminaron, Nunew volvió a huir de él afirmando que sólo había cumplido con su apuesta, pero él simplemente sonrió.

Había podido llegar a parecerse un poco al hombre de su lista y Nunew siempre se rendía entre sus brazos, la vida era maravillosa y él lograría ser todo lo que el deseara y más.

Al final de ese año Zee Pruk recibió la propiedad de una casa destartalada en un terreno apartado del pueblo junto al lago, de parte del señor Perdpiriyawong. Zee intentó
rechazarlo, pero, tras varios intentos fallidos, finalmente con sus ahorros comenzó a
realizar las reformas de lo que según él sería el futuro hogar de Don Perfecto.

Antes de marcharse de nuevo a la universidad recibió una carta de Nunew en la que el le preguntaba si quería continuar aspirando a ser su hombre ideal, recordándole jocosamente que a lo largo de un año sólo había conseguido dos
cualidades.

Nunew, por su parte, recibió un misterioso paquete de parte de Zee. Cuando estuvo a solas en su habitación, lo abrió y observó confuso su interior, donde había un gran lazo azul y una nota que decía:

«Sólo me quedan ocho.

PD: Ya sabes lo que quiero para mi cumpleaños.»

Nunew miró la nota con enfado y la hizo trizas junto con el lazo. Zee estaba loco si creía que eso se iba a volver a repetir: todo había sido un error, un grave error.

No seras mi principe azulDonde viven las historias. Descúbrelo ahora